La conmoción es a la memoria como un hilo a una aguja: la atraviesa. Con dolorosas punzadas, teje su particular recuerdo de la tragedia hilvanando con su tinte sombrío hasta los detalles más banales: la manecilla inmóvil de un reloj que marca las 7.37; el sonido de una llamada a la que nadie responde; un café que comienza a enfriarse; una falta en la universidad señalada con pulso tembloroso; un escritorio vacío en una oficina que se observa con intranquilidad; el ceño fruncido de un niño que marcha a dormir sin un beso en la frente. En la calle, el incesante ir y venir de ambulancias; la tristeza madrugadora; la rabia a pedazos; la entereza malograda; el clamor silencioso. Junto a los trenes, algunos cuerpos yacían con los ojos abiertos, pero no todos veían ya los amasijos de hierro y carne alrededor ni percibían su macabro olor a quemado. 16 años después, la muerte de 192 personas y el dolor inconmensurable de sus familiares no han encontrado una respuesta certera a lo sucedido aquel jueves 11 de marzo. Frente a la estación de Atocha, el aséptico monumento a las víctimas que da testimonio de los atentados podría asemejarse más bien a la versión oficial de los hechos: lo único reconocible en ambos es su pobreza e inconsistencia.

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Desearía que, algún día, las víctimas recibieran la luz que reclaman silenciosamente sus velas para el recuerdo

Difícilmente puede hablarse de ‘reflexión’ en la jornada previa a las elecciones del domingo 14 de marzo. En las calles, resonaban con contundencia preguntas y exigencias: “¿Quién ha sido? Antes de votar queremos la verdad”. Aquella noche, Rubalcaba pronunció su célebre “los ciudadanos españoles se merecen un gobierno que no les mienta”. Sin embargo, las detenciones anunciadas aquel día fueron poco congruentes con este discurso: cuatro de los cinco detenidos fueron puestos en libertad pocas semanas después. Por otra parte, de Jamal Zougam – que permanece en la cárcel como supuesto autor material de los hechos – no se encontraron huellas dactilares ni restos de ADN en ninguno de los escenarios y supuestas pruebas de los atentados. Resulta más sorprendente aún que, mientras los trenes se destruían a toda prisa, se anunciaran una serie de hallazgos repletos de incoherencias que disipaban la tesis de la autoría etarra y apuntaban a la guerra de Irak y al ejecutivo de Aznar.

Remitiéndome a la exhaustiva labor de investigación de Luis del Pino – de quien quisiera destacar la valentía y excepcionalidad de su perseverancia en un caso tan delicado e inaccesible –, me dispongo a enumerar algunas de las incongruencias a las que él se refiere en publicaciones de Libertad Digital. En primer lugar, el artefacto explosivo aparecido en una comisaría de Vallecas cuando habían transcurrido 18 horas desde los atentados poseía 640 gr de metralla, la cual no se encontró en las autopsias practicadas a las víctimas. La mochila fue admitida como una prueba fundamental en el caso, no habiendo aparecido en el escenario de los atentados y, además, no formando parte del sumario las muestras recogidas en el lugar de los hechos, que fueron destruidas. Más aún, no se encontraron en dicha mochila huellas dactilares de ninguno de los detenidos – ni si quiera de quienes se suicidaron presuntamente en Leganés – y el teléfono móvil que debía activar el explosivo carecía de la potencia para hacerlo. A partir de la tarjeta de dicho teléfono se llega a Jamal Zougam, por lo que puede afirmarse que este hallazgo vertebra la versión oficial.

En segundo lugar, tampoco había huellas de los detenidos en la furgoneta de Alcalá de Henares que, paradójicamente, estaba repleta de detonadores y explosivos que no fueron detectados por los perros de la policía en las batidas realizadas en esa zona. Por si fuera poco, la composición de dichos restos de explosivos difiere de los encontrados en la mochila de Vallecas. A estas inconsistencias han de añadirse el cese del pinchazo telefónico a los responsables del transporte de explosivos tras las explosiones; las numerosas incógnitas respecto al viaje de la dinamita; los interrogantes en relación con el supuesto suicidio de un grupo de terroristas en Leganés y la precipitación en la operación de los GEO; la profanación de la tumba y quema del cadáver del GEO fallecido en dicha intervención; la ocultación de restos de trenes en el cobertizo de la empresa Tafesa… El catálogo de artimañas que ofrece este caso es tan amplio que he de limitarme a mencionar una parte de ellas, y continúan saliendo a la luz 5.844 días después de las bombas gracias a la tenacidad de quienes, reclamando justicia y verdad, se han adentrado en el más sombrío de los episodios de nuestra historia reciente – que otros, con profunda ineptitud y vileza, se han esforzado en tergiversar –.

La guinda a esta ignominia podría encontrarse – de demostrarse la veracidad de estas afirmaciones – en las palabras del juez Gómez Bermúdez, “España no está lista para conocer la verdad”. Negando el derecho de las víctimas a conocer quién, cómo y por qué les arrancaron a sus seres queridos, humillarían además a toda una sociedad que padeció el atentado terrorista más sangriento de toda su historia en la antesala de una cita electoral. Poca razón le faltaba a Philip K. Dick cuando afirmaba en una de sus novelas que la verdad “es tan terrible como la muerte. Pero más difícil de encontrar.”

De haber algo más grave que el olvido, se trata de la resignación. Desearía que, algún día, las víctimas recibieran la luz que reclaman silenciosamente sus velas para el recuerdo. Por mi parte, espero haber encendido alguna en la conciencia de quienes me leéis en un día como este.

“Y sin embargo somos privilegiados / con esta rabia melancólica / este arraigo tan nómada este coraje hervido en la tristeza este desorden este no saber / esta ausencia a pedazos estos huesos que reclaman su lecho con todo este derrumbe misterioso / con todo este fichero de dolor / somos privilegiados.”

Fragmento de “Otra noción de patria” (Mario Benedetti)

Foto: Felipe Gabladón

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