¿Existe un sistema con el que podamos aumentar las calorías per cápita diarias, disminuir la mortalidad infantil, aumentar la esperanza de vida, mejorar el acceso al agua potable, aumentar el índice de personas con estudios universitarios, reducir drásticamente el índice de trabajo infantil o amentar la cuota de mujeres con acceso al trabajo (y por tanto a su independencia)? Sí, se llama globalización. Y utiliza una herramienta poderosísima: el libre intercambio de bienes y servicios entre todas las sociedades del planeta.
La evidencia empírica es tan contundente que resulta altamente sospechoso que, en vista de los datos, sean necesarios un plan y un modelo nuevos para conseguir esos objetivos que ya estamos alcanzando. Efectivamente, siempre es posible hacer las cosas mejor, aprender de los errores cometidos. Pero el discurso de ruptura con todo aquello que nos ha traído hasta aquí podría llevarnos a pensar que apenas se trata de generar nuevos organismos en los que poder emplear a los clientes habituales. ¿Qué nos dice la Hoja de Ruta de la agenda 2030? Se trata de desarrollar
“Una estrategia que dé respuesta a los principales retos a los que nos que enfrentamos, a través de un ejercicio de focalización y priorización de aquellas políticas con mayor capacidad de abordarlos, partiendo de un diagnóstico riguroso y objetivo” (énfasis del autor)
En esta serie de artículos (I, II, III) hemos revisado ya algunas de las políticas que se anuncian como medulares de esta “nueva estrategia”, mostrando su ineficiencia, incluso contraindicación. Permítanme continuar con el análisis.
La experiencia empírica también muestra que el boicot o la prohibición del trabajo infantil en países no desarrollados empeora en general considerablemente la situación de los niños afectados
Quiero creer que se trata de un error de transcripción cuando, en dos de los propósitos estratégicos correspondientes al ODS (Objetivo de Desarrollo Sostenible) 8 se fija el año 2020 -que acaba de terminar con mucha pena, nada de gloria y un 40% de paro juvenil- como el año en el que se debería haber reducido considerablemente la proporción de jóvenes sin trabajo. No sólo en España (labor titánica), también a nivel mundial. Ya la semana pasada les explicaba las razones por las que será imposible, con las herramientas que maneja el gobierno de la nación, reducir apreciablemente el paro juvenil (y el estructural) en España. ¿Y qué vamos a hacer para lograr ese objetivo a nivel mundial? Aplicar, dice la web del ministerio, los principios del Pacto Mundial para el Empleo de la OIT (Organización Internacional del Trabajo). Temas importantes son la erradicación del trabajo infantil y la extensión de los derechos laborales. Las herramientas propuestas van desde la adopción de medidas políticas hasta la “motivación” para un cambio en las costumbres de consumo de los ciudadanos occidentales. Dos conceptos claves aquí: compras de proximidad y “Fair-Trade”
Mejor compre su ropa fabricada en Europa.
Una gran parte de los productos textiles vendidos en Europa se produce en países de salarios bajos como China, Pakistán, Bangladesh, Indonesia, Vietnam o América Central. Allí no siempre se puede garantizar el pago de salarios dignos, las medidas adecuadas de seguridad en el trabajo y la prevención del trabajo infantil. El cumplimiento de las normas sociales mínimas está garantizado cuando la ropa se produce y fabrica de forma justa en Europa. Esta filosofía se está imponiendo en todo el mundo desarrollado y tiene varias consecuencias altamente negativas:
- El sector minorista explota frecuentemente la mayor disposición a pagar de los grupos de consumidores con alto poder adquisitivo para exigir un recargo adicional sobre los productos de “comercio justo”, que lógicamente guarda para sí mismo (monopolio discriminador de precios). El economista Tim Harford ha calculado que, por estas razones, y en última instancia, sólo el diez por ciento de la sobretasa que paga el consumidor termina en el bolsillo de los productores.Los efectos distributivos del “comercio justo” también son controvertidos. La empresa de certificación FLOCERT, una subsidiaria de Fairtrade International, cobra tarifas de alrededor de 2000 euros por registro y auditorías. Esto también suele ser mucho dinero para gran parte de las cooperativas de los países productores. Los pequeños productores que no pueden obtener los fondos para la certificación sufrir tanto por el aumento de la producción de los fabricantes certificados como por el aumento asociado de los precios de arrendamiento de las áreas de producción. Por tanto, existen buenas razones para pensar que el «comercio justo» igual no es tan justo.
- Compremos en proximidad. Si no hay demanda de exportación de productos en los países de bajos salarios, la demanda de trabajadores allí naturalmente también cae, por lo que los salarios continuarán cayendo. Por lo tanto, la situación de los trabajadores en los países de bajos salarios continuaría deteriorándose si los consumidores siguieran las recomendaciones de la Agenda 2030. Hay muchos ejemplos (publicación en alemán) de países subdesarrollados que atraen inversiones presentándose como lugares de exportación con salarios bajos y luego el crecimiento del salario real se pone en marcha con el aumento de la productividad laboral relacionado con la inversión, lo que lleva a un proceso de acercamiento en salarios y condiciones laborales con los países desarrollados. Países como Corea del Sur han hecho la transición de un país de bajos salarios a un lugar de alta tecnología, salarios adecuados y buenas condiciones laborales justo de esta manera. No existen ejemplos de países que hayan llegado a convertirse en proveedores de alta tecnología como resultado de las ayudas al desarrollo.
La experiencia empírica también muestra que el boicot o la prohibición del trabajo infantil en países no desarrollados empeora en general considerablemente la situación de los niños afectados. La mayoría de los niños son enviados a trabajar por sus padres no con intenciones de explotación, sino porque los padres no obtienen ingresos suficientes para mantener a sus hijos. Existen muchas razones para creer que la mejor manera de superar el trabajo infantil es aumentar los ingresos. A los responsables del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 (y a usted, querido lector) les invito a leer los trabajos de Eric Edmonds y Nina Pavcnik sobre Vietnam: “El aumento del 30 por ciento en el precio relativo del arroz estuvo acompañado de una disminución del 9 por ciento en el trabajo infantil. El aumento del precio del arroz puede explicar así el 45% de la disminución del trabajo infantil que se produjo en las zonas rurales de Vietnam (…) entre 1993 y 1998.” También pueden leer el trabajo de Kaushik Basu, cuyas observaciones empíricas de series de tiempo en China muestran, por ejemplo, que la tasa de trabajo infantil entre los diez y los catorce años ha disminuido de manera constante desde el 48% en 1950 al 12% en 1995 con el aumento del ingreso per cápita. Esta caída «fue más pronunciada en la década de 1980 cuando la economía del país estaba creciendo rápidamente. Lo mismo ocurre con Vietnam e India, donde los investigadores occidentales pueden verificar mejor los datos. Por el contrario, el trabajo infantil apenas disminuyó en países con economías estancadas; en Camboya, por ejemplo, solo del 29% al 25% en el mismo período de tiempo».
Y hasta aquí este capítulo. La próxima semana hablaremos de la energía, esa maravillosa herramienta que nos ha convertido en la especie con mejor potencial de adaptación y robustez del planeta.
Foto: Zeyn Afuang