Tus hijos no son tus hijos.

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Son hijos e hijas de la vida

deseosa de sí misma.

No vienen de ti, sino a través de ti

y aunque estén contigo

 no te pertenecen

Kahlil Gibran

La práctica del alquiler de vientres, también conocida en la neolengua política del eufemismo de distorsión como gestación subrogada (en inglés surrogacy) o maternidad por sustitución, suscita un debate fundamental en nuestro tiempo. Este asunto obliga a proponer un estudio y un diálogo sobre los fundamentos de la existencia moderna, que exceden las realidades de esta práctica en sí, lo que permita un abordaje más honesto con la realidad fundamental de los vientres de alquiler, no como coartada de las grandes teorías políticas del presente, sino como empeño por una honda comprensión de la realidad.

El dilema de la libertad

El alquiler de vientres en la actualidad supone la contratación de la capacidad gestante de una mujer para alumbrar a una criatura que será entregada con filiación al cuidado de personas distintas a la mujer que la concibe. Para aprobar la práctica, la teoría liberal se atrinchera en la libertad individual para consentir ciertas condiciones mediante contratos entre partes. Al igual que para la prostitución, se aduce que una persona debe ser libre para elegir si quiere o no someterse a ciertas prácticas. El problema es que para el liberalismo la libertad individual de formar acuerdos sólo se materializa mediante contratos formales sujetos al marco del mercado. Es decir, se está diciendo que existe un mercado libre (o que debería ser libre) y que las personas pueden elegir formar parte de él o no. Pero la libertad individual puede verse transformada cuando coexiste con las lógicas mercantiles; el idealismo teórico de la libertad se ve acotado por el materialismo inmanente del mercado.

¿Puede suponerse hoy la libertad de conciencia como trinchera interior, como bastión impenetrable para una autonomía suficiente de la voluntad?

Por si fuera poco, la sociedad moderna occidental interviene de diversa forma la libertad de conciencia de las personas, por lo que, además de cuestionar bastante la libertad dentro del mercado, cabe cuestionarse la calidad de la propia disposición interior previa a cualquier acuerdo. ¿Puede hablarse de libertad de decisión en el individuo si diferentes centros de poder (organismos internacionales, Estado, escuela, medios de comunicación, publicidad, empresa) utilizan presupuestos multimillonarios para vehicular e inculcarnos hábitos e ideas de manera incesante? ¿Puede suponerse hoy la libertad de conciencia, fundamento primero sobre la toma de decisiones verdaderamente libre del individuo, como trinchera interior, como bastión impenetrable para una autonomía suficiente de la voluntad?

Contaminación ideológica: el derecho a la maternidad

Un claro ejemplo de esta masiva influencia en nuestra capacidad cogitativa se manifiesta en el cada vez más laureado derecho a la maternidad. La ONU y otros centros de poder trasnacional no elegidos y no elegibles han potenciado la teoría política sobre los derechos individuales, configurando una auténtica cosmovisión entera, dentro de la cuál cualquier facultad humana es propensa de ser entendida como un derecho, es decir, como una práctica sujeta a la supervisión de un poder que, ante impedimento o en ausencia de capacidad, garantice su cumplimiento. El marco teórico del «derecho a» no versa sobre la libertad o la calidad de la práctica en sí sino que pone el acento en la salvaguarda de su realización por un poder capaz de hacerla cumplir. El derecho a la maternidad, desarrollado dentro de los llamados derechos reproductivos (conferencias de Teherán, Bucarest, El Cairo), encumbra esa protección institucional por encima de cuestiones fundamentales de la existencia como puede ser una infertilidad circunstancial o congénita (parejas homosexuales). Así, para la International Association of Bioethics, «toda persona adulta tiene el derecho de procrear». Con ello se dispone, para el fin de esa maternidad garantizada, toda consecuencia intrínseca a su práctica, en este caso, nada más y nada menos que las vidas humanas de la descendencia. El derecho a la maternidad, el «poder para realizar decisiones informadas sobre nuestra propia fertilidad» (en Reproductive and Sexual Rights: A Feminist Perspective), expresado como «el derecho a realizar un plan de procreación» (en Programa de Acción de la Conferencia Internacional de El Cairo, 1994) instrumentaliza la vida humana con arreglo a satisfacer el fanatismo por libertades individuales que están cuestionadas, en este caso, incluso por la propia biología de la existencia.

La esencia de la libertad humana precede a la política, y no al revés. Somos seres con libertad exigible desde lo inherente de nuestra condición, anterior a todo sistema político. La política no puede realizar libertades humanas impensables desde lo prepolítico, pues lo que hace con ello es supeditar cualquier aparente libertad, en este caso por la maternidad, a su marco hacedero y no a un derecho natural congénito a la especie. Con ello se convierte en un esencialismo normativo y cultural (esto es, subjetivo) desprovisto de apego a sustratos perennes de la existencia humana, por ejemplo, aquellas cotas de libertad que todos, de manera instintiva, podemos concebir sin entrar en contradicción con los demás. Nunca antes en la historia de la humanidad se tiene registro de algún grupo humano que, a pesar de una infertilidad manifiesta, clamase por un derecho a la maternidad. Es la tecnología moderna la que posibilita esa realidad, pero ello sólo explica las posibilidades concretas de este momento histórico y no la intemporalidad de un derecho humano como tal. Cuando un sistema político propone libertades que sólo se explican y realizan bajo su propia realidad subjetiva lo que de verdad está haciendo es construir un catecismo normativo que socava los principios de la libertad natural inherente a la vida humana.

La política debe dar respuesta a la realización de libertades primitivas anteriores al hecho político, como la libertad de conciencia, de expresión, de culto, de reunión, etc., libertades que configuran órdenes políticos posteriores mediante el hacer de los individuos, y si ataja cuestiones coyunturales, como la conjugación de la infertilidad circunstancial de algunas parejas con la ingeniería tecnológica de la fecundación artificial, no puede configurar para ello el dispositivo de un derecho, pues esa libertad no existe por sí misma y su evocación conduce a nuevos conflictos irresolubles bajo su misma lógica. El Programa de Acción de la Conferencia Internacional de El Cairo establece como un derecho humano universal el acceso a «métodos para la regulación de la fecundidad que no estén legalmente prohibidos». ¿Qué hay de la libertad de las criaturas nacidas con arreglo a este derecho a la maternidad? ¿Por qué un poder debe garantizar la libertad de unos por tener descendencia y no la de otros por tener ascendencia? El debate es irresoluble bajo la lógica del derecho a la maternidad y por eso la opción de sus defensores es imponer este derecho por encima de cualquier consideración sobre la ascendencia. Es por ello que existen dos opiniones irreconciliables entre quienes ponen el foco en los individuos adultos y los que fijan la exigencia del derecho a la vida (paradojicamente, también formulado en El Cairo) de las criaturas.

Todo ello nos permite comprobar que desde la ONU y otros organismos internacionales como la CEDAW o la OIT se irradia un discurso no consensuado de manera democrática que los Estados suscriben, un discurso que cuenta con miles de millones como presupuesto para su difusión e implementación, una ideología que termina por permear en la sociedad y produce, en casos donde se asume de manera casi inconsciente, que la aproximación subjetiva al hecho de la reproducción asistida no esté exenta de intervención. Pero, además, los defensores de la libertad de elección de las personas adultas para someterse a prácticas de gestación subrogada inscriben esa capacidad decisoria en el mercado y aducen que esa firma de contratos entre partes contratantes es libre y no está sujeta a condicionantes del propio mercado. Se quejan de la intervención exógena del Estado, pero no abordan la coerción intrínseca que ejerce el mercado capitalista actual.

¿Libertad de mercado?

A esta realidad mercantil se agarra la izquierda y algunos feminismos para denostar la práctica del alquiler de vientres. La cuestión que subyace es hasta qué punto la necesidad de mercado (la necesidad de dinero) en las sociedades modernas convierte o no en libre las decisiones de personas que deciden firmar estos contratos. Ignorar que una mayoría de personas acuden a estos mercados movidas por una necesidad asfixiante de dinero es una temeridad. El dinero funciona como incentivo-coacción, una ambivalencia temible, que sirve tanto al propósito de justificar la libertad que otorga como para denostar la esclavitud a la que somete. Más de un 30% de las gestantes en subrogación durante los primeros años 2000, en pleno boom de la industria en Estados Unidos, fueron mujeres de orígenes raciales minoritarios, mientras que las madres intencionales, quienes encargaron un hijo, eran mujeres blancas de clase alta (en Ideologies and Technologies of Motherhood, Helena Ragoné). Las realidades en torno a la prostitución reproducen estas lógicas. La misma situación ocurre en la actualidad alrededor de las clínicas de subrogación en India, donde mujeres infértiles de fuerte poder adquisitivo acuden para pagar precios reducidos a gestantes locales, para las que la ayuda económica supone una cuantía elevadísima. El mismo caso se da en Ucrania. ¿Es equiparable la autonomía de la voluntad, clave de la libertad individual, entre personas adineradas nacidas en un entorno propicio para ello, y las realidades humanas de personas nacidas bajo estructuras de desamparo, que no ofrecen las mismas oportunidades objetivas y materiales para incluso una vida plena, no digamos para la capacidad de acumular riquezas?

La falacia del liberalismo es deducir que la voluntad entre las personas que firman un contrato de subrogación es una voluntad liberada, que aun sin regulación el mercado no genera asimismo una presión exógena sobre la decisión del individuo, y además, el liberalismo reduce todo acuerdo entre partes a las condiciones de mercado, eliminando de la ecuación la posibilidad de acuerdos no mercantiles que rechacen inscribirse en el mercado, por ejemplo los acuerdos entre personas cercanas, como familiares. Por ello aún en el caso de la subrogación por altruísmo, el liberalismo aduce que debe existir disposición mercantil para que clínicas privadas supervisen el proceso (adjudicándoles un nicho de mercado y un rédito, como ocurre en Estados Unidos). Evidentemente, lo concreto de la subrogación requiere de una tecnología de reproducción asistida específica que no puede darse en la intimidad aislada y no mercantil entre dos partes, pero ello no quiere decir que el discurso deba constreñirse a esta realidad discreta, relegando la verdad como meta; no, el discurso debe tener por fin la verdad, si no quiere después adolecer de contradicción; y, con vistas a la verdad, después debe descender a la realidad con soluciones o dilemas bien reflexionados, para al menos poder entender y pensar la compleja realidad de estos asuntos. El liberalismo acota su cosmovisión sin apego por lo verdadero, obedece a una monomanía perpetua por lo económico y el mercado, olvida las dimensiones de la conciencia, la moral, la ética y la coerción inherente al sistema del dinero y, con ello, sólo ofrece soluciones parciales que relegan muchas realidades al olvido.

En un escenario ideal, los acuerdos de gestación por sustitución quizás sí estarían nada más definidos en lo discreto de las circunstancias, como intercambio acordado exento de condicionantes degradatorios de la voluntad como el dinero, pero en el sistema de mercado-dinero actual los contratos mercantiles están tamizados por el patrón monetario, una muy cierta necesidad de retribución para afrontar la vida, el derecho mercantil, la aprobación del Estado, etc. Por lo tanto, justificar la mercantilización de la gestación subrogada con arreglo al idealismo liberal sin atenerse a la realidad actual es una temeridad. La libertad individual puede adquirir formas de acuerdo no mercantiles (fuera de los estándares de mercado concretos del momento) con los demás, y es ahí donde la invocación de la autonomía individual adquiere coherencia, en un escenario donde las lógicas mercantiles no degraden esa libertad en lo suficiente.

Por otra parte, la izquierda tiene razón cuando define la inscripción de la capacidad gestante de una mujer en el mercado como proceso de objetualización, compra-venta y mercadeo de las mujeres, pero se olvida de invocar la libertad individual como decisiva ante cualquier dilema moral y encumbra la prohibición expresa como catecismo moral exigible al Estado para impedir la práctica. La izquierda tiene razón en su análisis estructural, pero adolece de un marco axiológico dispuesto por la libertad y por ello propone prohibir y perseguir. Por su parte, las opciones liberalizadoras camuflan bajo un llamamiento a la libertad un sometimiento al mercado y proponen permitirlo todo. Un ejemplo que ilustra que ese «todo vale» del liberalismo más exaltado es imprudente (sin que por ello haya que invocar la prohibición sumaria) se produce en el mercado de la clonación humana. Con arreglo a la libre mercantilización de todas las empresas humanas, la clonación de seres humanos sería una realidad palmaria, ya que la tecnología para ello ya existe (una tecnología basada, de hecho, en los mismos principios de reproducción artificial en que se basa la gestación subrogada, como bien se expone en Baby Business, Retorno al planeta prohibido: los problemas de la clonación humana).

El verdadero debate está más allá de este maniqueísmo arribista al uso. El relativismo moral absoluto de la liberalización del mercado y la ortodoxia moralista de la prohibición institucional, al albur de la realidad del capitalismo y el desarrollo tecnológico, jamás estarán exentos de contradicción. Es precisamente el terreno de la moral el que se debe potenciar como fundamental y decisivo. El liberalismo versa sobre la libertad estructural de los agentes de mercado por constituirse como tales, pero no entiende que será la calidad moral de dichos agentes lo que constituya en primera instancia la realidad de ese mercado. Es decir, el mercado no sólo lo regula el Estado sino la propia disposición de sus agentes, para bien o peor. Los mercados de embriones y de la clonación humana pueden ser una realidad social no sólo porque una autoridad no se pronuncie en su contra, sino porque existan personas cuya moralidad apruebe esas prácticas. Por tanto, es mucho más primordial desarrollar un discurso y un estudio sobre qué elementos constituyen nuestra moral, antes que diseñar la arquitectura objetiva y externa de un sistema económico que, además, se olvida del elemento sustantivo, el elemento humano. El debate por la libertad debe entonces orientarse hacia la constitución de una convicción moral autónoma en el individuo, como rechazo al aciago relativismo moral y a la prohibición expresa externa a la persona, lo que le permita discernir en base a su propia integridad sobre las decisiones a afrontar. Sólo entonces, y en ausencia de una prohibición expresa no consensuada, podremos hablar de un mercado libre que sea reflejo de la autonomía moral construida de las personas.

Este debate sólo puede realizarse con apego por la verdad, sobre la intención de desentrañar hasta lo posible la complejidad de las realidades humanas modernas, y no con arreglo al vicio de inscribir la práctica de la gestación por sustitución en alguna de las dos grandes escuelas políticas de la actualidad. Pero la aproximación moral, la necesidad de generar un debate honesto no con arreglo al credo político sino a la realidad, en el caso de la práctica de alquiler de úteros agrega nuevos elementos hasta ahora no mencionados, acaso más importantes: las criaturas en gestación, la realidad social de la infertilidad, la propia ontología de la reproducción artificial, su significado último y sus consecuencias en lo que son los fundamentos de la especie, asunto que expone la propia ciencia médica como ejemplifica Michel Odent en Nacimiento y la evolución del homo sapiens y que se tratará en una futura segunda parte de este análisis.

Foto: Cassidy Rowell


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