Arabia Saudita tiene un sentido desmedido acerca de su papel en el mundo. Movida por las esencias ultranacionalistas del islamismo wahabita, la arcaica y dictatorial Arabia Saudita condiciona el rumbo de las naciones árabes. Hace pocas semanas, p. e., Saad Hariri, hijo del asesinado Primer Ministro libanés Rafik Hariri, presentaba en Arabia Saudita, ¿¿¿casualidad???, su dimisión como Primer Ministro libanés tras imputar a Irán de dirigir la política libanesa a través de Hezbolá.

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Lejos de las aguas del Mediterráneo, al sur de la península arábiga, la familia real saudí protege a los yemeníes wahabitas y los anima a que luchen contra los yemeníes hutíes, financiados por Irán. Muchos de los excesos que se han producido a lo largo de esta guerra civil (2015-) recaen sobre la espalda de Arabia Saudita. Y pese a que la primera víctima de la contienda yemení es la población civil que muere porque las propias milicias sitian los puertos marítimos, en concreto el de Hodeida, Arabia Saudí continúa impidiendo la entrega de alimentos y medicinas.

En esta refriega mortal, recientemente han sido destruidos los depósitos de alimentos de la ONU, acción de la que Irán ha culpado a Arabia Saudí, cosa nada novedosa ya que en el atentado producido días atrás en la ciudad iraní de Ahvaz durante la celebración de un desfile militar, su Presidente Hasán Rohaní ha vuelto a atacar a los saudíes por urdir el acto terrorista.

El pérfido Catar

En la guerra civil siria (2011-), Arabia Saudí financia la lucha contra Isis. Y, a diferencia de Turquía e Irán, da soporte militar a las fuerzas kurdas sirias, a las que en breve dotará de una ayuda adicional de 100 millones de dólares. Enemiga de “Isis”, brazo separado de los Hermanos Musulmanes, Arabia Saudita forzó en junio de 2017 el boicot contra Catar, a la que acusaba de sufragar el terrorismo de Isis. En el rechazo internacional a este minúsculo Estado se unieron Emiratos Árabes, Bahréin y Egipto. Entretanto, el aislamiento de Catar fue aprovechado por Turquía y, cómo no, por el mismísimo Irán que, además de enviar provisiones alimenticias a la dictadura catarí, ha logrado establecer lazos de amistad. De este modo, Irán, jaque mate al gobierno saudí, se ha colado en un país lindante con Arabia Saudí.

Hay que observar la hipocresía, infinita, que destila Arabia Saudita, que sigue sosteniendo a al-Qaeda

Naturalmente la política de acercamiento ha tenido ya resultados. Un agradecido ministro de Asuntos Exteriores de Catar, Abdulrahman al-Thani, catalogaba días atrás la expansión de Irán con el amable término de “política de interferencias” y pedía el inicio de conversaciones con Irán, ante el aislamiento internacional que sufre este país por iniciativa de EE UU.

En cualquier caso, que Arabia Saudita a través del actual heredero y ministro de Defensa Mohammad bin Salmán bin Abdulaziz Al Saud acuse a su vecino Catar de financiar a Isis no deja de tener su ironía, pues conocemos el papel que ha librado Arabia Saudita en las últimas décadas en Afganistán, Pakistán, Nigeria, Camerún, Sudán, Níger, EE UU, España, etc. Papel que ha consistido en dar pábulo, sustento y dinero a la organización ultrarreaccionaria de al-Qaeda para desestabilizar a Oriente y a Occidente por la vía criminal del terrorismo.

En el gran anfiteatro de la política, ¿Arabia Saudita busca legitimidad al censurar el terrorismo de Catar? Desde luego, aunque eso no es óbice para observar la hipocresía, infinita, que destila Arabia Saudita, que sigue sosteniendo a al-Qaeda.

Billones en gastos de guerra

Aunque los líderes “árabes” de Arabia Saudita aborrecen visceralmente a los dirigentes “no árabes” de Irán, y al revés, por detrás de esos sentimientos de xenofobia palpitan no pocas analogías. Arabia Saudí exhibe con Irán una común tolerancia hacia el fanatismo y la violencia terrorista. E Irán, lo mismo le sucede al gobierno saudí, odia los derechos individuales. Por eso, ambas tiranías persiguen todo signo de disidencia. La iraní utiliza la ley “mordaza” y detiene hasta a filósofos “popperianos” iraníes, cuando no, aplica la pena de muerte a mujeres y homosexuales.

Con idéntica saña, el príncipe saudí Abdulaziz Al Saud limpia su casa y arresta a políticos, a empresarios, a escritores… “sauditas” que muestran simpatías por las democracias liberales. Y no me refiero al bloguero y defensor de los derechos humanos, además de creador del sitio web Free Saudi Liberals (Liberen a los Liberales Sauditas), Raif Badawi, en prisión desde 2012. Me refiero, entre otras personas, a  Jamal Khashoggi, periodista, crítico con la familia real alauita, que ha sido asesinado hace unos días, después de entrar en el Consulado saudí en Estambul.

Así que, y pese a las apariencias en contra, Irán y Arabia Saudí manifiestan otra importante afinidad: estas dos petrodictaduras despilfarran enormes cantidades de recursos financieros en pagar su aventurismo militar. Irán lleva gastados casi 18 billones de dólares en lo que va de año, dato que supone en los últimos 48 meses, con el inmoderado Rohaní al frente de Irán, un incremento del 128%, si solo nos atenemos a las cifras oficiales.

Con Estados en manos de sicarios el futuro es predeciblemente sanguinario

Por parecida senda marcha Arabia Saudita. Este país que propició la creación de la Liga Islámica para combatir el socialismo ateo y…… la influencia de la URSS, ahora donde dijo “digo” dice que desea adquirir armas a Rusia, su antiguo adversario, a condición de que Moscú no venda armamento a Irán. Añadamos a esto el hecho de que solo en 2017 el gobierno de Riad ha comprado armamento por valor de 70 billones de dólares, lo que sitúa a Arabia Saudí, según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés), en el tercer país del mundo en gasto militar.

En medio de esta escalada sin fin, Arabia Saudí nunca ha creído en la (declaración de) desnuclearización de Irán cuyo ejército ocupa en tamaño la octava posición del mundo. Por este motivo, Arabia Saudita ha respondido con la decisión de construir 16 reactores nucleares en los próximos 20 años. Y eso que firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear, igual que Irán.

En conclusión, con Estados en manos de sicarios el futuro es predeciblemente sanguinario, evidencia que no desanima a los líderes occidentales. De hecho, nuestros gobernantes cierran los ojos ante la pérdida de miles de vidas con tal de mantener, bienvenidos a la distopía del cinismo, el pingüe negocio del mercadeo de armas. Algo en lo que la portavoz de España y ministra de Educación, la socialista Isabel Celaá, ha sobresalido con perceptible soltura al justificar que las bombas vendidas a Arabia Saudí, dado que “son de alta precisión, no se van a equivocar matando a yemeníes.

Foto: Valentin Salja


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María Teresa González Cortés
Vivo de una cátedra de instituto y, gracias a eso, a la hora escribir puedo huir de propagandas e ideologías de un lado y de otro. Y contar lo que quiero. He tenido la suerte de publicar 16 libros. Y cerca de 200 artículos. Mis primeros pasos surgen en la revista Arbor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, luego en El Catoblepas, publicación digital que dirigía el filósofo español Gustavo Bueno, sin olvidar los escritos en la revista Mujeres, entre otras, hasta llegar a tener blog y voz durante no pocos años en el periódico digital Vozpópuli que, por ese entonces, gestionaba Jesús Cacho. Necesito a menudo aclarar ideas. De ahí que suela pensar para mí, aunque algunas veces me decido a romper silencios y hablo en voz alta. Como hice en dos obras muy queridas por mí, Los Monstruos políticos de la Modernidad, o la más reciente, El Espejismo de Rousseau. Y acabo ya. En su momento me atrajeron por igual la filosofía de la ciencia y los estudios de historia. Sin embargo, cambié diametralmente de rumbo al ver el curso ascendente de los populismos y otros imaginarios colectivos. Por eso, me concentré en la defensa de los valores del individuo dentro de los sistemas democráticos. No voy a negarlo: aquellos estudios de filosofía, ahora lejanos, me ayudaron a entender, y cuánto, algunos de los problemas que nos rodean y me enseñaron a mostrar siempre las fuentes sobre las que apoyo mis afirmaciones.