En la Universidad de Pensilvania en la década de los sesenta el profesor de Psicología Martin Seligman realizó un interesante experimento. Hizo dos grupos de perros y los introdujo en dos jaulas metálicas en la que los animales recibían pequeñas descargas eléctricas de forma intermitente. La primera jaula no tenía salida y los perros encerrados en ella tuvieron que soportar todas las descargas suministradas. La segunda jaula tenía una salida que los perros podían descubrir: tras una breve conducta de ensayo y error, los perros escapaban empujando con el morro una puertecita.

Publicidad

Posteriormente Seligman puso a todos los perros juntos en una jaula que suministraba también descargas de forma intermitente, pero de la que podían escapar fácilmente saltando una pequeña pared. Mientras que los perros que se libraron de las descargas en el primer experimento no tardaban en saltar la pared, los otros no hacían esfuerzo alguno para evitar el martirio. Seligman concluyó que estos perros pasivos habían aprendido en el primer experimento a sentirse indefensos y, en circunstancias de dificultad, no consideraban ya la posibilidad de controlar la situación. Los perros estaban resignados al padecimiento.

A estas alturas lo único que sabemos son dos cosas: que nos sobreviene una crisis económica descomunal y que ha muerto mucha gente. Aunque tampoco sabemos con seguridad cuanta

Hoy sabemos que la “indefensión” también se puede inducir en seres humanos: nos la pueden enseñar y la podemos aprender. Cuando nos acostumbramos a pensar que nuestras decisiones no sirven para nada porque no hay ninguna acción que nos procure una mejora, somos más proclives a la pasividad, la depresión, la sumisión y la obediencia.

Últimamente en España se nos está poniendo a todos cara de perro de Seligman: desde el principio de la pandemia no paran de suministrarnos descargas eléctricas, pero ninguna de las palancas de la jaula que podemos activar parece garantizar resultados seguros.

Las mascarillas no son necesarias. En realidad no eran necesarias porque no las teníamos, pero como ya las tenemos son obligatorias para todos. Bueno, son obligatorias en España pero no en Alemania, Francia o Portugal. El virus no afecta a los niños. Sí afecta a los niños, pero abrimos todos los colegios. Tranquilos, el virus morirá en verano… pero no en este verano, quizá en el siguiente. En realidad el virus no puede morir porque no es un ser vivo. El virus es un ser vivo y es inmortal. Los test no son necesarios. Sí son necesarios. No son fiables. Sí son fiables. No son fiables del todo, pero son mejor que nada. Tener rastreadores no es muy importante, pero… si no multiplicamos el número de rastreadores no podremos controlar la pandemia. Paciencia, en diciembre tendremos vacunas, aunque serán muy pocas y no las podremos usar: las vacunas operativas no llegarán antes del 2022. No fumes en la calle que el virus se desplaza con el humo. Lo cierto es que nadie ha demostrado que el virus se desplace con el humo, pero no fumes: fumar es muy malo y molesta a la gente. Prohibido fumar en la calle en Baleares. ¿Por qué? Por si acaso, pero de momento puedes fumar con cuidado en el resto de España. Un metro y medio de distancia, dos metros, mejor tres metros, muchísimo mejor si te quedas en casa. ¿Hay que saludarse con el codo? Ya no, es preferible hacerlo con la mano en el corazón manteniendo la distancia. Si das positivo, quince días de cuarentena; pero lo vamos a rebajar a diez, aunque en Francia son solo siete.

A estas alturas lo único que sabemos son dos cosas: que nos sobreviene una crisis económica descomunal y que ha muerto mucha gente. Aunque tampoco sabemos con seguridad cuanta. Los “afirmativistas” dicen 29.000 y los “negacionistas” 50.000. ¿O quizá es al revés?

Más allá de la tragedia de nuestros muertos y la inevitable ruina económica, no sé lo que está por venir todavía ni lo que quieren hacer con nosotros. Pero con un gobierno dirigido por un comité de expertos inexistentes que se autoaplaude complacido por lo bien que lo ha hecho, todo parece posible: no se descartan futuras descargas eléctricas.

Ante tanta duda hay sin embargo una gran certeza: cuanto más crece la sensación de indefensión en la población, más crece el poder del Estado. Y a mayor crecimiento del poder del Estado, menos libertad. El ardid de los que nos mandan ―sean quienes fueran los que mandan de verdad― consiste en inducirnos incertidumbre y debilidad: es fácil someter a una sociedad atomizada y asustada.

Empezamos siendo confinados, y ahora estamos confitados, empanados y listos para ser engullidos. Aunque más pobres y magullados, superaremos al fin la crisis sanitaria. Algo más difícil será sacudirnos las cadenas que, con ocasión de ella, alevosamente nos van colocando y penosamente vamos arrastrando.

Foto: Engin Akyurt


Por favor, lee esto

Disidentia es un medio totalmente orientado al público, un espacio de libertad de opinión, análisis y debate donde los dogmas no existen, tampoco las imposiciones políticamente correctas. Garantizar esta libertad de pensamiento depende de ti, querido lector. Sólo tú, mediante el pequeño mecenazgo, puedes salvaguardar esa libertad para que en el panorama informativo existan medios nuevos, distintos, disidentes, como Disidentia, que abran el debate y promuevan una agenda de verdadero interés público.

Apoya a Disidentia, haz clic aquí