En los libros II y III de la República de Platón se contempla uno de los programas censores sobre el arte más famosos de la historia. Para Platón el arte cumple un papel fundamental en la educación de los ciudadanos de su ciudad ideal. En un modelo de sociedad de tipo organicista en la que cada grupo social tiene encomendado una función social determinada (gobernar, proteger la ciudad o proveerla de los recursos necesarios para su subsistencia) es fundamental educar desde bien temprano a cada ciudadano en la función que le va a tocar tener que desempeñar en el futuro. Platón diseña un detallado programa educativo para los ciudadanos de su futura ciudad, centrándose fundamentalmente en las dos clases que para él tienen un mayor protagonismo; los guardianes y los filósofos.

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El arte tiene por lo tanto la misión de contribuir a la formación de buenos ciudadanos, conscientes de los deberes que les competen y comprometidos con el mantenimiento del orden social diseñado por los filósofos-reyes. Esta devaluación de lo artístico acontece como consecuencia  de su subordinación a lo político. En este caso el arte  asume un triple papel. Primero contribuye a la educación de los ciudadanos en los valores políticos dominantes. Segundo se convierte en vehículo de propaganda que enfatiza las virtudes del régimen político al que sirve. Por último el arte sirve para estigmatizar a aquellos que el régimen cataloga como malos ciudadanos, a aquellos que son señalados como un peligro para el mantenimiento de los valores políticos dominantes, los únicos que deben profesar los buenos ciudadanos.

Hollywood hoy en día habría hecho las delicias del instituto Gerasimov de cinematografía de la URSS con una pléyade de directores, guionistas, actores y actrices devotamente comprometidos en la difusión de unos valores contrarios a los valores en los que se fundamentó políticamente su nación

El programa político platónico de censura de las artes alcanzó su plasmación en diversos momentos de la historia. Durante los siglos VIII y IX dc en el Imperio Bizantino se vivido el célebre episodio de la llamada iconoclastia, la deliberada destrucción de imágenes religiosas auspiciada por el emperador bizantino León III. En la república de la virtud de Savonarolla a finales del siglo XV durante la célebre hoguera de las vanidades del 7 de febrero de 1497 cuadros de Boticelli que hacían referencias a temas mitológicos paganos se consumieron en las llamas por mor del respeto a la decencia impuesta por el fanático clérigo. Durante los comienzos de la reforma multitud de obras artísticas presentes en iglesias de Alemania, Suiza o Inglaterra fueron destruidas por turbas de fanáticos instrumentalizados por algunos de los reformadores que también se pretendían erigir en custodios de un arte políticamente dirigido. Sin embargo es durante el comunismo soviético, que aprobó su particular programa de censura platónica bajo la forma del llamado realismo socialista, cuando el arte sufrió la mayor subordinación al poder político de la historia.

La Polonia de los años posteriores a la II Guerra mundial conoció un dramático ejemplo de sumisión del arte y la cultura a los dictados de la política socialista. Wladyslaw Strzeminski fue un famoso artista plástico de las vanguardias formalistas de principios del siglo XX cuyo trágico destino estuvo sellado al negarse a subordinar su labor artística a los dictados del llamado realismo socialista. Desprestigiado por parte del régimen comunista y privado de la consideración oficial de artista (en los países socialistas se reglamenta todo hasta quien es creativo y quien no) pasó sus últimos años olvidado, marginado hasta que fallece en 1952 en la más absoluta miseria. La figura de Wladyslaw Strzeminski se convirtió a finales de los años 80 cuando el régimen del general Jaruzelski agonizaba en el epítome del artista que antepone la dignidad y la autonomía de su arte a las conveniencias de vivir bajo la cómoda tutela del poder político, en este caso del socialista. Andrzej Wajda, cineasta polaco conocido por su enfrentamiento con el régimen político comunista que asesinó a su padre en Katyn, le dedicó su última película en 2016: Los últimos días del artista.

Wajda fue un cineasta muy dado al simbolismo figurativo en sus películas (Danton, Cenizas y Diamantes…) comienza su película dedicada a la memoria de Wladyslaw Strzeminski con un bella metáfora visual que simboliza el poder opresivo de cualquier ideología totalitaria para el verdadero artista. En la película vemos como un tullido Wladyslaw Strzeminski se dirige hacia el ventanal de su vivienda para rasgar con su muleta un enorme banderín propagandístico estalinista que le priva de la luz, tan preciada para todo pintor. En esa bella escena Wajda resume a la perfección el propósito de la vida de Wladyslaw Strzeminski en sus últimos años: lucha por la autonomía y la dignidad de su arte, la pintura, frente a las imposiciones ideológicas del comunismo.

Esta actitud de valentía del vanguardista polaco contrasta con la complacencia y la sumisión de buena parte de la cultura y el arte en nuestras sociedades, que se pliega a los dictados de lo políticamente correcto y la ideología de izquierda radical dominante en buena parte de los países occidentales. Hollywood hoy en día habría hecho las delicias del instituto Gerasimov de cinematografía de la URSS con una pléyade de directores, guionistas, actores y actrices devotamente comprometidos en la difusión de unos valores contrarios a los valores en los que se fundamentó políticamente su nación.

En España el vasallaje del mundo del arte y de la cultura a la ideología izquierdista constituye una vergonzante mezcla de ignorancia política, histórica y económica con buenas dosis de puro servilismo interesado. Una industria del cine, la española, que tiene que recurrir al disfraz cultural para reclamar su derecho a la subvención y que es incapaz de reconocer la pluralidad ideológica de su país. Un ejemplo de esto último lo encontramos en la cuando menos poco afortunada promoción de la superproducción pseudo-histórica El Cid. Una serie que parece haberse realizado pensando más en la estigmatización de ciertas formas de pensar del presente que en reflejar con vierta verosimilitud ciertos hechos históricos acaecidos en el siglo XI. Los guionistas de dicha serie no sólo no han hecho una serie histórica, ni tan siquiera una serie dramática que permitiera la reflexión a partir de caracteres humanos genéricos, en la línea de la Poética aristotélica. Estos han preferido adoctrinar al espectador presentando anacrónicamente personajes históricos a los que han convertido en portavoces de discursos actuales de marcado sesgo ideológico. Presenciar parlamentos de Doña Urraca que reproducen clichés sacados del ministerio de igualdad suscita una mezcolanza de hilaridad y de profunda tristeza al contemplar la devaluación del arte convertido en lacayo del totalitarismo de turno.

Espectáculos bochornosos como los vividos en la pasada nochevieja en RTVE convirtiendo una televisión pública, que debería al menos guardar ciertas formas de neutralidad política, en un aparato de denigración sistemática de la oposición política propia de un país del telón de acero. Lamentablemente es casi imposible escuchar un programa supuestamente cultural en RNE que no contenga una profunda carga ideológica que no representa más que las aspiraciones de un pequeño porcentaje de la población española.

Foto: fotograma de la película El Cid, de Anthony Mann (1961)


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