No es infrecuente que, preguntados por los esfuerzos internacionales para conseguir una economía sin carbono, buena parte de los interlocutores del momento nos pongan a China como ejemplo de las políticas que deberíamos seguir en occidente. La cuestión es: ¿son las políticas energéticas y climáticas chinas realmente un ejemplo a seguir?

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Occidente siempre ha sobreestimado los esfuerzos climáticos de China. «El futuro del clima terrestre», especuló Christopher Flavin, presidente del Worldwatch Institute en 2007, «podría depender en gran medida de la capacidad de China para liderar al mundo en la era de las energías renovables». El caso es que China no sigue el camino occidental en el tema climático, sino el suyo propio. En este tema hay muchas medias verdades, mucho engaño, y a los políticos y ONG occidentales parece que les gustase que les engañen.

Es cierto, China invirtió miles de millones de dólares en tecnologías de energía verde, aproximadamente el doble que Estados Unidos, según los datos del economista Bjorn Lomborg en el Washington Post de abril de 2011. Sin embargo, nos dice también Lomborg, casi todo este dinero fluyó hacia sistemas de energía renovable para los países occidentales, que pagaron altos subsidios para adquirir los paneles solares y turbinas eólicas chinos. Aunque China produjo la mitad de las células solares del mundo en 2010 (con electricidad barata quemando carbón), solo instaló el uno por ciento en su propio país.

No parece ese un dato relevante. Incluso después del desastroso resultado de la Cumbre de Copenhague, un columnista de The New York Times elogió el «Green Leap Forward» de China como la «cosa más importante» de la primera década del siglo XXI. Muchos elogios mereció también el presidente chino Xi Jinping, después de la Cumbre de París, aunque el verdadero compromiso de su país tras la cumbre fuera el de no reducir sus emisiones de CO2. Cuando se trata del clima, las élites occidentales son ciegas al mirar al gigante chino.

En China no hay Gretas Thunberg, ni huelgas escolares los viernes, sino un suministro de energía eficiente, muchas plantas modernas de carbón y aún más centrales nucleares

Cuando el presidente de los Estado Unidos, Donald Trump, anuncia la retirada de su país del Tratado de París, China se convirtió definitivamente en la “gran esperanza amarilla” del planeta. Los alemanes, en boca de la entonces ministra de Medio Ambiente Barbara Hendricks, se apresuraron a manifestar su deseo de sumarse al liderazgo chino en su lucha contra el Cambio Climático. En The New York Times, la directora de la sección asiática de Natural Resources Defense Council dijo que China quería asumir el papel de Estados Unidos como líder climático. Está claro, decía, que «los chinos están redoblando sus esfuerzos para reducir su dependencia del carbón y usar más energía renovable».

Estos buenos deseos tienen ahora dos años. La realidad es otra: las emisiones de China han aumentado constantemente desde la Cumbre de París. A fines del año pasado, Endcoal.org incluso anunciaba un «tsunami de carbón» en China. Actualmente se están planificando y construyendo 259 gigavatios de nuevas centrales eléctricas de carbón. Estas y otras seguirán funcionando cuando cierren las centrales eléctricas de carbón en Europa. Este cierre ya decidido en Europa quedará en mero gesto simbólico, sin apenas significancia en la reducción global de emisiones de CO2.

En China se trata de crear valor, no de destruirlo.

Nadie en el politburó chino parece estar realmente asustado de los efectos del calentamiento global. La histeria climática no es dominante en China, ni en la vida política ni en la pública. Los líderes chinos son realistas climáticos, no «negacionistas del clima». Saben que el cambio climático es natural, siempre ha existido y que el aporte antrópico no provocará que se nos caiga el cielo sobre las cabezas. Los científicos, los climatólogos chinos, están promoviendo esta opinión. En China encontramos un gran número de voces escépticas con respecto a la ciencia climática dominante en Occidente.

Poco antes de la cumbre de Copenhague, el diario The Guardian británico realizó una entrevista con Xiao Ziniu, jefe del Centro de Acción Climática de Beijing. El principal científico chino en el tema es notablemente escéptico con los efectos catastróficos del calentamiento global: elevar la temperatura en dos grados no necesariamente provocará la catástrofe que predice el IPCC. «Si el clima se está volviendo más cálido o más frío, tendrá consecuencias positivas y negativas». En la historia china, dice, ha habido muchas veces más calor que hoy. Justamente lo que opina también Ding Zhongli, vicepresidente de la Academia de Ciencias China: “Las temperaturas actuales son normales”, escribió en la revista Earth Science, observando el cambio climático global en los últimos 10.000 años.

Las declaraciones citadas no son en modo alguno casos individuales. El tótem «The Science is Settled», aparentemente no se aplica a los científicos chinos, quienes, con buenas razones, dudan del canon politizado del cambio climático del IPCC, lo que permite a China ser muy fría en la política climática global. La causa, el alcance y las consecuencias del calentamiento global son inciertos, y quienes son conscientes de ello durante las negociaciones climáticas siempre tendrán ventaja sobre los creyentes apocalípticos occidentales.

Los líderes chinos no sacrificarán de ninguna manera su propia economía en nombre de un más que quimérico «rescate climático». El país continuará utilizando combustibles fósiles más allá de 2030, y en gran medida, la electricidad del sol y el viento seguirán siendo marginales. No hay Gretas, ni huelgas escolares los viernes, sino un suministro de energía eficiente con muchas plantas modernas de carbón y más centrales nucleares.

Se aconseja a los políticos occidentales que se adapten, como China, a un mundo en el que hay muchos asuntos mucho más importante que el clima.

Foto: Alessio Lin


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