¿Qué ha pasado con la divulgación científica para que la ciencia se convierta en tema reservado a los expertos, cuando en realidad absolutamente todo lo que hay en nuestra vida cotidiana procede de los descubrimientos y avances tecnológicos basados en el método científico?

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Para responder a la pregunta “¿dónde está la ciencia?” bien vale usar como punto de partida algún ejemplo pintoresco en materia de cultura científica. Remontémonos a 1859, cuando Charles Darwin, tras agrupar las publicaciones de sus predecesores y añadir sus propias conclusiones, obtenidas tras un largo e intenso estudio, publica El Origen de las Especies. Desde ese día hasta el presente han transcurrido 159 años. y todavía hay quien pregunta: “¿si el hombre viene del mono, por qué todavía hay monos?” Seguramente, querido lector, usted habrá pensado varias respuestas que ofrecer, sin embargo, en este post pretendo ir más allá de este infantil interrogante y desentrañar otras muchas falacias del saber.

Todos nacemos científicos. Según crecemos, vamos experimentando, formulando hipótesis, realizando experimentos y extrayendo conclusiones

En opinión de Michio Kaku, físico teórico, o del astrofísico Neil deGrasse Tyson, ambos famosos divulgadores, todos nacemos científicos. Según crecemos, vamos experimentando, formulando hipótesis, realizando experimentos y extrayendo conclusiones. Sin embargo, el sistema de creencias impositivas tiende a anular nuestra racionalidad. Y muchos individuos abandonan un método tan fiable como la experimentación para seguir un conjunto de creencias culturales que emanan de su contexto histórico.

De ciencia a pseudociencia, las falacias del saber

Resulta fácil adivinar por qué hay ideas más autosuficientes que otras, más infecciosas, como si de un virus se tratase. Y es que, dependiendo del ámbito de la vida que ocupen, pueden resultar más emocionales, trascendentales o inocuas. ¿Pero por qué habríamos de abandonar un método racional, empírico, demostrable, aplicable y transmitible? ¿Qué ha hecho que las personas desconfíen de la medicina y abracen las terapias alternativas, las religiones restrictivas y demás creencias dependientes del dogma?

Son muchos los factores: las creencias impuestas por cuestión cultural a edades en las que la razón está aún por desarrollarse, la necesidad secular de creer en algo fijo e inmutable, la búsqueda irracional de certezas, la autoafirmación del Yo… y cientos más. Lamentablemente, la vida no son certezas; la vida es incertidumbre. Para colmo, en la historia del conocimiento cada descubrimiento no hace sino plantear más preguntas. Pero lo que aniquila al conocimiento y, por ende, a la ciencia, es el dogma. Son miles las falacias que escuchamos en un debate “científico” en televisión, si bien son aceptadas e incluso rebatidas en los platós, dejando a la vista el bajísimo nivel intelectual y también retórico del programa. Debemos diferenciar lo que es un argumento de lo que es una falacia, ese el mayor obstáculo al que se enfrenta un divulgador.

En lugar de proporcionar al individuo mayores competencias, más información, lo prefieren ignorante

Al enfrentarnos a un defensor de la homeopatía encontramos “argumentos” tales como: si al sujeto le funciona entonces funciona. Pero ¿qué hay del placebo?, ¿lo han olvidado? No, ni mucho menos; no es que lo ignoren, es que lo abrazan, es su salvoconducto para seguir lucrándose de la ignorancia. En lugar de proporcionar al individuo mayores competencias, más información, lo prefieren ignorante, dependiente de una cura que dejaría de funcionar al instante si se llenase ese vacío del saber.

De ciencia a pseudociencia, las falacias del saber

Olvidan, sin embargo, que la cura a un mal psicológico no es hacer un bypass directo desde el mal a la cura. Y lo olvidan porque no tienen en cuenta que lo más importante en el conocimiento es el método empleado.

El buen especialista en salud mental sabe perfectamente que la solución a un perjuicio psicológico que aqueja a la sociedad no es una pastilla mágica hecha de 100% azúcar, sino dotar a la sociedad del conocimiento de su mal, las causas, los hechos, las posibles soluciones; en definitiva, hacerla consciente, madura y competente.

Son muchas las falacias contra la medicina moderna, algunas parten de la crítica a las empresas farmacéuticas y sus intereses cuando los “curanderos” intentan sostener a toda costa sus argumentos, creando un enemigo común. Es evidente que rechazar la medicina y abrazar las terapias alternativas movidos por el odio a las compañías farmacéuticas resulta descabellado, pues las terapias alternativas deberían en todo caso sostenerse por sí mismas, nunca creando un enemigo externo.

Terapias como el reiki, contemplan la transmisión de una “energía” por las manos para lograr la sanación

Terapias como el reiki, contemplan la transmisión de una “energía” por las manos para lograr la sanación. Pero ¿qué energía?, ¿electromagnética, infrarroja, visible o tal vez química en forma de ATP? Nuevamente, la falsa curación se sustenta en la ignorancia y en la fe ciega. Son muchos los casos de pacientes que acuden a la seguridad social con enfermedades en un grado avanzado tras haber probado “terapias milagrosas”. ¿Dónde está la ética de estos curanderos que, ante la menor crítica, se rasgan las vestiduras?

Si volvemos la vista atrás, comprobaremos que gracias a la ciencia hoy vivimos mucho más y bastante mejor que hace cien años. Sí, es cierto, resulta todo un reto que la ética avance al mismo ritmo que los logros científicos, sobre todo los últimos diez años, donde la ciencia ha experimentado un desarrollo exponencial. Pero esto no debe servir de excusa para renunciar al saber y retrotraernos a tiempos pretéritos, cuando los curanderos y los chamanes tenían tanto o más poder que los hombres de armas. En este mundo global, donde la información y la desinformación literalmente vuelan, se está librando una sórdida batalla entre la verdad y la mentira. Confiemos en que, por el bien de la salud de todos, la verdad se imponga.


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