Pierre Rosanvallon publicó en 1985 un libro capital para entender la caída de los regímenes basados en un consenso político frágil, el de la Monarquía de 1830. Lo tituló “Le moment Guizot” porque este hombre personificaba las verdades oficiales con las que se quería cimentar aquel régimen que, en definitiva, y de forma descarada, solo estaba al servicio de una oligarquía. Ese momento, entre 1830 y 1848, podría ser lo que Bruce Ackerman llamó “época fría”; es decir, unos años en los que los problemas se pueden resolver con el uso de las herramientas que facilita el sistema.

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La complicación surge cuando se llega a la convicción de que la fuente de los problemas son las reglas formales e informales que dan vida al régimen. Tocqueville hablaba entonces del “aburrimiento” como la sensación de atonía que genera el funcionamiento del sistema, de ese hastío ante el dominio y la corrupción de la oligarquía.

Es entonces cuando tiene lugar una “época caliente”, siguiendo a Ackerman, en la que la resolución de los problemas de la comunidad  política no son “normales”, sino que señalan justamente a quienes manejan el régimen. Jacques Rancière habla en este sentido de “momentos políticos” para referirse justamente a la interrupción de un consenso, que es la circunstancia idónea para que surja una fuerza -no se refiere necesariamente a un partido o a un movimiento- capaz de llenar la imaginación de la comunidad.

El aburrimiento ante el sistema agotado fue ideal para que fuerzas en apariencia nuevas llenaran la imaginación de los españoles con unas ideas y costumbres novedosas. Esas fuerzas fueron Ciudadanos y Podemos

La crisis del régimen español desde 2014 fue el punto final de la “época fría” y el inicio de la “caliente”. Los viejos partidos que animaban el régimen, con su bipartidismo imperfecto, fueron despreciados en sus personas, formas e ideas. La corrupción se mostró como el resultado de un sistema acabado, casi planteado como un engaño gigantesco para el beneficio de una oligarquía. El aburrimiento ante el sistema agotado fue ideal para que fuerzas en apariencia nuevas llenaran la imaginación de los españoles con unas ideas y costumbres novedosas, planteadas para rectificar la marcha de la política y reconstruir la comunidad. Esas fuerzas fueron Ciudadanos y Podemos.

Estas dos agrupaciones, definidas como de la “nueva política”, han venido de la nada y en cuatro años se han vuelto decisivas, e incluso alternativa de gobierno. Su éxito ha sido conquistar el lenguaje, los conceptos, el timing y el paradigma de la política. Han llenado la imaginación y con ello la esperanza inconsciente de que existe una solución para el armazón comunitario. No tienen el gobierno, pero sí el poder.

El espíritu de esta época caliente que vivimos, no solo en España, sino en Estados Unidos y en Europa, es clamar al pueblo. Esto supone adoptar técnicas populistas más o menos depuradas, a veces confundidas con oportunismo o electoralismo. Es evidente el caso de Podemos que, siguiendo su línea, no oculta que es una formación populista de izquierdas. Sin embargo, resulta más interesante el caso de Ciudadanos.

Albert Rivera fue elegido presidente de Cs por una cuestión de orden alfabético tras horas y horas de debates, en su congreso inaugural de 2006. El alma del nuevo partido surgió de un grupo de intelectuales hartos del nacionalismo catalán obligatorio y del autoritarismo cada día menos silencioso, con un claro sesgo socialdemócrata. Rivera, tras ser nombrado, dijo que Ciudadanos «no quiere definirse sobre el esquema clásico derecha-izquierda» sino que se definía «por valores como la libertad, la igualdad, la justicia y el bilingüismo».

El éxito inicial en las elecciones de 2006, con tres diputados -Rivera, Robles y José Domingo-, no fue el primer paso de una carrera de triunfos. El partido se fue desarmando con los comicios municipales de 2007 y 2011, las fallidas generales de 2008, y la extraña alianza con Libertas en 2009 para el Parlamento Europeo. No encontraba un discurso ni un sitio en el cuerpo electoral.

El despegue de Ciudadanos coincidió con la aceleración del “procés”, y la polarización que sufrieron Cataluña y, en consecuencia, el resto de España. La exaltación del conflicto, la denuncia de la hegemonía catalanista y la encarnación de la persecución al “españolista” les permitieron encontrar un sitio y un discurso: europeísmo, constitucionalismo español y autonomismo catalán. A medida que los independentistas encauzaban su acción hacia el golpe de Estado, más puntos iba ganando Ciudadanos en Cataluña para los resistentes y más identificados se sentían con ellos el resto de españoles.

El PP ayudó al despegue de Ciudadanos con su tibieza ante los golpistas y su corrupción

El PP ayudó entonces al despegue de Ciudadanos con su tibieza ante los golpistas y su corrupción. Esto último permitió a Cs revestirse de otras de las características de la nueva política en épocas calientes: la virtud. En conjunto, atesoraban la resistencia constitucional y española al golpismo en Cataluña, al tiempo que se presentaban como el azote del Gobierno que lo había permitido mientras se dedicaba a robar.

El estilo populista acabó de perfilarse: eran la encarnación del buen pueblo virtuoso que se levantaba frente a la oligarquía corrupta del bipartidismo, luchadores contra los que querían romper la comunidad política, regeneradores en cuerpo y alma, y encabezados por un líder intocable. Es más; asumieron una táctica populista: no colaborar en rango de inferioridad en un gobierno, como “muleta”, porque el discurso virtuoso no resiste un paso por la gestión efectiva sin mancharse. De esta manera, rechazaron toda participación en ejecutivos nacionales o autonómicos hasta tener la fuerza suficiente. Ya lo dijo Pablo Iglesias de Podemos: primero hay que tener el poder, y luego el gobierno, porque “nuestra pistola es de una sola bala”.

Ese estilo es el que justifica sus cambios de opinión en temas cruciales a golpe de encuesta, o su oportunismo en la política cotidiana. El mecanismo es efectivo para su partido, pero lo que no está tan garantizado, como escribió Pierre Rosanvallon en su citado libro, es que la imaginación que crea se conjugue luego con la realidad.


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