Han pasado más de cinco décadas desde que Oriana Fallaci se sentara frente al ayatollah Jomeini para preguntarle por el rumbo de su recién estrenada República Islámica de Irán, denunciando la incuestionable falta de libertades, así como el asesinato de diversos detractores y el fusilamiento de una mujer por adulterio. Aquel septiembre de 1979, la reprobación por parte de Fallaci culminó con un gesto cuya trascendencia supera la de cualquier otro aspecto de la entrevista: el chador impuesto sobre la escritora y periodista -además de la celebración de un matrimonio con un imán iraní previo al encuentro– terminó por los suelos ante un enmudecido Jomeini.

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Atrás quedaban los años en los que Teherán bailaba al ritmo de las tendencias musicales más recientes y las playas se llenaban de mujeres sonrientes en traje de baño. La perturbación que genera comparar las imágenes de aquella época con las de la actual puede agudizarse si aparece en escena la célebre frase de Nasser durante su presidencia en Egipto: “Si tú mismo no puedes imponer el velo en tu hija, ¿qué te hace pensar que yo puedo imponerlo a diez millones de mujeres egipcias?” Aquella pregunta provocó la carcajada de un auditorio incapaz de imaginar que algo así pudiera suceder en cualquier país del mundo. Sin embargo, la realidad superó cualquier expectativa.

Desgraciadamente, no son diez sino más de cuarenta millones las mujeres iraníes a las que la ley islámica obliga a vestir el velo en público. Ante esta realidad, el feminismo de masas enarbola los derechos religiosos en defensa de quienes deciden llevar el velo en Europa y ofrece su ceguera selectiva a las iraníes que se enfrentan a multas y condenas a prisión si aparecen en público sin el velo y a penas de diez años si comparten imágenes de quien se retira el hijab en público. Recientemente, el gobierno iraní ha dirigido su amenaza a la activista Masih Alinejad, que define el velo como “el símbolo de opresión más visible” cuando se encuentra en manos de gobiernos radicales como el de su país y el de Arabia Saudí y que comparte regularmente las imágenes de mujeres iraníes que izan su velo en señal de protesta.

Diferentes lideresas políticas han desfilado en los últimos años ataviadas con el chador en Irán. Destacan la alta representante de la Unión Europea, Federica Mogherini, y la ministra sueca Ann Linde, perteneciente a un ejecutivo capaz de definirse como “el primer Gobierno feminista del mundo”

Para mayor frustración de la activista y de todas las personas que, como ella, luchan contra el yugo que la sharía les impone, diferentes lideresas políticas han desfilado en los últimos años ataviadas con el chador en Irán. Destacan la alta representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad de la Unión Europea, Federica Mogherini, y la ministra sueca Ann Linde, perteneciente a un ejecutivo capaz de definirse como “el primer Gobierno feminista del mundo” y de endosar un chador en una visita oficial como “señal de respeto al país”.

Más bochornosa aún fue la aceptación por parte de las instituciones italianas de cubrir las obras de arte de los Museos Capitolinos de Roma que mostraran desnudez por respeto a la cultura de la delegación iraní. Al más puro estilo del siglo XVI, en el que Pío IV ordenó el imbraghettamento con el que quedaron cubiertos gran parte de los desnudos del Juicio en la Capilla Sixtina, la delegación iraní y el gobierno italiano nos regalaron un viaje en el tiempo en el que el arte del Imperio romano quedó a la altura de un calendario de pornografía puesto de cara a la pared.

Mientras se suceden las reverencias a Irán, la situación se recrudece para las mujeres en el país. Nadie se acuerda ya de la condena a Nasrin Sotoudeh y pronto se olvidarán los nombres de las detenidas que han estado o que permanecen en paradero desconocido por renunciar públicamente al hijab y que –no sabemos hasta cuándo podrá hacerlo– Masih Alinejad continuará reivindicando.

Para ser precisos con las palabras, respeto debería referirse únicamente a las personas que están arriesgando su vida por la libertad. Si tienen que decidir entre respetar a estas personas o a un régimen para el que no existen la dignidad y los derechos humanos, utilicen bien los términos y definan lo segundo como complicidad, sumisión o pleitesía.

 


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