El avance del Coronavirus está ocupando de manera ubicua los principales canales de información occidentales en la medida en que se empiezan a contabilizar casos más allá de China. Independientemente de que la información indicaría que en el gigante asiático comenzó una curva descendente y que los especialistas afirman que el índice de mortalidad no es superior al de otras enfermedades como las gripes y las neumonías tradicionales, existe una alarma mundial frente a la propagación del virus.

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Para los interesados en la teoría política, tras ser testigos del accionar del gobierno chino, se abren numerosas líneas de análisis, especialmente para aquellos que abrevan en categorías como “estado de excepción”, “biopolítica”, etc. deudoras de una atmósfera creada por pensadores como Foucault, Agamben y Schmitt. Efectivamente, si pensamos en el control sobre los cuerpos que implican las cuarentenas y los cierres de ciudades de quince millones de personas; o cuando vemos ciudadanos de a pie que por infringir alguna norma son literalmente cazados por oficiales con trajes de inmunización que parecen extraídos de películas futuristas, parece prudente revisar qué advertían estos autores respecto del accionar estatal.

Y si a esto agregamos imágenes de ciudades desiertas, personas con barbijos u hospitales en los que los enfermos se encuentran aislados y son atendidos por robots, no tendremos nada que envidiar a las distopías literarias más alarmistas, aquellas que, no casualmente, se han basado en escenarios de pestes.

En caso de que se utilicen metodologías propias de una situación de excepción, el periodismo, y algún idiota útil de la oposición de turno, denunciará que se está violando el derecho individual a circular; pero si el gobierno garantiza el derecho a circular, el periodismo, más el mismo idiota útil de la oposición, denunciará que no se está haciendo nada para frenar el virus

Con todo, me interesaba detenerme en un terreno que no está virgen pero que quizás esté algo menos explorado. Me refiero al modo en que el tratamiento de una epidemia, además de hablarnos de cómo opera un Estado moderno, revela, con la precisión de una radiografía, aquello en lo que ha devenido el periodismo.

En primer lugar, lejos de brindar información u operar como servicio, en el tratamiento de la epidemia el periodismo demuestra que, en su afán por mantener la atención y generar clicks, lo único que busca es generar zozobra y sostenerla en el tiempo.

Los mecanismos de la generación de la zozobra son variados. Uno de ellos es la cuantificación de casos y muertos. Eso da una continuidad y una narrativa. En este sentido, el tratamiento de la noticia maneja la misma estructura que las ficciones y es por ello que los noticieros y los canales de noticias han desplazado paulatinamente a las telenovelas. Se necesita que el drama vaya in crescendo. Hay que abrir el noticiero diciendo “Crece la cantidad de infectados y muertos” y apoyarlo en una infografía que muestre el mapa del mundo con un encabezado que indique: “Coronavirus en tiempo real: Minuto a minuto, la expansión del virus…”.

El mapa con los puntos rojos que avanzan es muy útil pero todavía los infectados son casi todos chinos. Y los chinos nos resultan ajenos y lo que nos resulta ajeno no nos involucra. Entonces tiene que hablar el especialista indicando cuál es la posibilidad de que el virus llegue a nuestro país. Allí se activa el autointerés. Porque si sucede lejos no hay problema. Pero si pudiera sucedernos a nosotros, y dentro de nosotros a mí, el escenario es otro.

En segundo lugar, la aparición del especialista expone rápidamente el falso equilibrio del periodismo apoyado en esa estúpida máxima de que sobre todos los temas se tiene que dar una versión y su contraria como si todos los temas pudieran reducirse a dos miradas antagónicas y como si esas miradas antagónicas tuvieran siempre el mismo valor. Como el periodista siempre tiene que estar en “el medio”, a pesar de no estarlo, debe inventar dos polos. Así vale lo mismo la evidencia para vacunarse que un antivacunas; la teoría de la evolución que un defensor del diseño inteligente; los siglos de navegación que el terraplanismo. Lo importante es “el debate” aun cuando no haya nada para debatir. Pero todo tiene que ser “debatible”. Esa es una máxima del periodismo y es una enorme mala interpretación del espíritu iluminista.

En este caso, si un especialista afirma que no hay que preocuparse por el coronavirus habrá que conseguir otro que diga lo contrario. Una vez que lo conseguimos, los productores de los programas se comparten los teléfonos y los especialistas radicalizados circulan por todos los medios hasta convertirse en celebrities.

En tercer lugar, de la mano de la cuantificación y la lógica del minuto a minuto, la epidemia permite el estado de primicia constante tan deseado por el periodista. Nadie sabe cuándo se instaló como valor el enterarse de algo un rato antes, aun cuando sabemos que esa información será inútil para nuestra inmediata toma de decisiones, pero el periodismo entiende que su labor es llegar primero. De hecho, como llegar primero es más importante que informar y ya no hay tiempo para chequear la información, se abre un terreno fértil para las fake news. Hay que dar primicias: “7000 muertos en…”; “serían 8562 infectados”; “4983 casos confirmados en…”. Todo dicho en un lapso de menos de una hora. Y si el virus no llegó al país todavía, el uso del potencial habilita a todo: “habría un caso en el sur…”; “responsables del ministerio de salud viajan de urgencia al oeste de la provincia ante un posible caso…”; “una turista italiana habría quedado en observación tras descender del vuelo en…”.

En cuarto lugar, el estado de epidemia es ideal para echar culpas y el periodismo es hoy una plataforma de enjuiciamiento social, moral y legal. Sobre todos los temas se necesita gente que juzgue y tome partido. En este punto el periodismo comparte su necesidad de culpabilizar y juzgar con el resto de la sociedad.

Es que tanto para el periodismo como para la sociedad desapareció la noción de accidente. Ya no existe el azar, ni imprevistos ni mala fortuna. Siempre alguien es responsable o en última instancia será siempre el Estado o “todos nosotros como sociedad”: “¡La culpa es de los chinos comunistas que comen animales!”; “¡la culpa es del capitalismo chino precarizador que hace que los pobres coman animales en mercados sin normas de salubridad básicas!”; “¡la culpa es de nuestro gobierno porque no pone en cuarentena a cualquiera que baje de un avión!”; ¿Usted sabe dónde está estornudando su hijo en este momento?; “¿Usted está diciendo que bajó del avión y no le pusieron un termómetro en el culo para medirle la temperatura?

Si hay algo que el periodismo no negocia, entonces, es la asignación de responsabilidad y la indignación. Porque en caso de que se utilicen metodologías propias de una situación de excepción, el periodismo, y algún idiota útil de la oposición de turno, denunciará que se está violando el derecho individual a circular; pero si el gobierno garantiza el derecho a circular, el periodismo, más el mismo idiota útil de la oposición, denunciará que no se está haciendo nada para frenar el virus. En este sentido, la epidemia permite siempre transmitir el mensaje antipolítico que el periodista, sea de izquierda o de derecha, desea enviar, en esa disputa por la representación de la sociedad civil que lleva adelante contra el político.

Para ir finalizando, la epidemia abre el juego a la lógica de la presunta investigación periodística. Se busca el caso cero, o se va a la casa del que está en cuarentena y luego se rastrea a los diez familiares que compartieron con éste la cena de ayer. Importa tener el testimonio aunque a nadie le importa el contenido del testimonio. Pero eso sí: cada día un nuevo informe, una nueva investigación del Sherlock Holmes vernáculo que arriesga su vida por la información.

Y claro, como no podía faltar, habrá siempre un espacio para alguna nota que nos hable de la discriminación, en este caso, algo así como una “chinofobia” en algún lugar del mundo. Y, por supuesto, tampoco faltarán ni el periodista de derecha que afirme que China preparaba la guerra bacteriológica y se le escapó el virus; ni el periodista de izquierda  que invite a algún investigador que intente probar que el coronavirus afecta más a mujeres, negros, LGBT o indios porque es una conspiración de Trump para atacar a la economía china y a las políticas identitarias.

Lo más curioso es que, en breve, se demostrará que la atención de la prensa en torno a la epidemia no tiene que ver necesariamente con la magnitud de la misma aun cuando ésta devenga enorme. Es más, la atención de la prensa irá disminuyendo aun cuando los casos crezcan por la sencilla razón de que en algún momento la audiencia preferirá consumir otra cosa. Así, la epidemia saldrá de los medios no porque se agote. Saldrá de los medios porque lo que se va a agotar es el interés de la gente.

Foto: Free To Use Sounds

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