A veces se atribuye a Orwell la idea de que cuando el fascismo volviese a intentarlo, lo haría en nombre de la libertad. Me temo que la cita sea tan incorrecta como esa supuesta profecía. En realidad, lo que hoy está pasando es que las formas de autoritarismo que nos amenazan se envuelven en diversas volutas del pensamiento que se tiene por progresista, mucho más que en la libertad. La libertad no goza de gran prestigio entre los ayatolas, pero tampoco entre quienes se consideran figuras eminentes en nombre de grandes ideales, de la Ciencia, de la Justicia, del Sumo Bien.

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Para quien está poseído por una evidencia, la tolerancia con el error tiende a ser forzosamente mínima. Baste recordar, al respecto, lo que decía doña Simona de Beauvoir, que la verdad es una y el error es múltiple, y que, precisamente por eso, la derecha profesaba el pluralismo. La dama sartriana profesaba unas creencias un poco añejas, no me negarán que el existencialismo o el estalinismo no conservan el brillo que todavía se les suponía en los sesenta, además de que no parecía haber visitado el jardín pluralista del franquismo, donde la “verdad objetiva” era objeto de veneración y se incluía en los primeros artículos de las leyes dedicadas a evitar que confundiésemos la libertad con el libertinaje.

El paraíso del proletariado ha perdido cierto encanto, y parece estar siendo sustituido con notable éxito de público por la Insumisión frente al Patriarcado o la devoción a la Tierra

En cualquier caso, las Simonas de hogaño lucen otras vestes, pero tampoco se andan con chiquitas a la hora de defender, el Bien, la Verdad y la Justicia. Al cambiar la deriva de la izquierda para olvidarse de la clase obrera, que por todas partes ha exhibido una indecente tendencia a dejar de serlo a toda prisa, los agentes del gran cambio han ido a fijar sus objetivos en otros parajes, allí donde las masas sufrientes todavía no han renunciado al éxito definitivo, al aplastamiento del discrepante. El paraíso del proletariado ha perdido cierto encanto, y parece estar siendo sustituido con notable éxito de público por la Insumisión frente al Patriarcado o la devoción a la Tierra, un Dios nada escondido sino perfectamente tangible, generoso en dones y muy asequible al tuteo.

Los radicales en cualquiera de ambas materias pueden despotricar a modo, porque la fealdad de sus enemigos resplandece cada vez que un machirulo se propasa o, simplemente, ante un atasco. No hace mucho se podía leer en los medios una admirativa entrevista con uno de los gurús del ecologismo patrio que terminaba dando ejemplo al acordar su diagnóstico del acabamiento de los recursos con su ejemplar conducta, porque el personaje se ha ido a vivir a un bosque, para evitar al máximo los riesgos de seguir mancillando la Tierra, aunque sin caer en la cuenta de que tal vez no haya en España bosques suficientes para acoger a más de cuarenta millones de ciudadanos insensatamente contaminantes. Ya, pero ¡qué importa esa clase de dificultades para que nos reconozcamos reos de castigo y admiremos la coherencia del ecologista alfa! Lástima que el susodicho no sea mujer, porque el potencial persuasivo de su mensaje se habría visto multiplicado con insólita eficacia. Gea es, al fin y a la postre, una diosa madre.

No hay tiempo para defender prejuicios como el de la igualdad ante la ley que solo sirven para perpetuar el patriarcado en una forma vergonzosa

Sea en nombre de la salvación de la Tierra, sea en el de la liberación de la mujer, no se nos exhorta a colaborar o a participar, sino a obedecer. No hay tiempo ya para andarse con dudas y tiquismiquis con el cambio climático, se nos dice, menos aún para ponerse a discutir los cálculos, por llamarlos de algún modo, que aseguran que la temperatura del planeta se está jodiendo a toda prisa. Tampoco lo hay para defender prejuicios como el de la igualdad ante la ley que solo sirven para perpetuar el patriarcado en una forma vergonzosa. Lo que se ha de hacer es lo contrario, introducir esos brillantes avances de la civilización en las escuelas para que, desde la más tierna infancia, a nadie se le ocurra ni rechistar: y ya hay políticos valientes que se han puesto a la tarea para que en muchas escuelas españolas se enseñen sin vacilación alguna esta clase de verdades primordiales.

Esas defensas del Bien no se realizan ni en nombre de la libertad ni para defenderla, sino en nombre de algo que se afirma indiscutible y que, al parecer, otorga un derecho más allá de cualquier límite, a quienes defiendan con denuedo esas Verdades, porque ahí está la verdadera libertad, la obediencia rendida a la verdad sin manchas ni matices. La libertad les parece una trampa en la que quieren que caigamos los productores de vehículos Diesel o los perversos que siguen pretendiendo una Justicia que no entienda de géneros, gentes obtusas y ruines que deberán ser arrancadas como la mala hierba.

Un celo sagrado ilumina las sabias y santas decisiones de estos autoritarios que niegan serlo

Los nuevos autoritarios son los autoritarios de siempre y con idéntica música, aunque con la letra ligeramente cambiada. Ignoran ser autoritarios porque les parece que no puede serlo quien defienda los derechos de la Verdad, del Bien y de la Justica. En eso se diferencian de sus congéneres de hace cincuenta años, pero comparten el odio hacia ese concepto de libertad que la hace consistir en que otros puedan hacer cosas que no nos gusten. Les suena vagamente la idea de que la libertad puede ser un engaño (cosa que ya sabía Lenin, un profeta injustamente olvidado), y están ciertos de cuál es el camino de la salvación y de su derecho a llevarnos a todos por la senda estrecha del Bien, aunque para eso sea necesario afilar la vara de la justicia y aplicarla con celo denodado hasta vencer la resistencia de los más díscolos.

Un celo sagrado ilumina las sabias y santas decisiones de estos autoritarios que niegan serlo, se sienten empujados por la esperanza inmediata, pues, con la inestimable ayuda de los burócratas, calculan que el cielo está ahora al alcance de su mano. Se juntan y se admiran de la eficacia de sus doctrinas, ven crecer a los conversos a las nuevas gracias reveladas del ecologismo, el feminismo y la libertad bien entendida, y azuzados por la elocuencia de sus guías se proponen acabar con las islas de insumisos que siguen creyendo que pensar por cuenta propia es un ejercicio muy gratificante y que puedan darse el peligroso gusto de discutirlo todo. No señor, con la Verdad no se juega, y para estos pretenciosos y resentidos no cabe sino reservar las llamas del infierno, que se anden con tino.

Foto: Greg Kantra


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web