Es junio de 2018. Cinco jóvenes van al pub Jack’s, en London, Ontario, a beber y bailar. Son jugadores del equipo junior de hockey de Canadá. Vienen de un partido que han celebrado para allegar fondos para el equipo. Allí conocen a una mujer de 20 años, de la que sólo conocemos sus iniciales; E.M. Ese encuentro, que en un primer momento parecía prometedor, cambiará la vida de los jóvenes para siempre.

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Pasado un tiempo, E.M. acudió a la policía y les denunció por abuso sexual. La policía escuchó su testimonio, y no lo tomó muy en serio. Pero entonces, ella decidió presentar una demanda civil contra Hockey Canada, la organización a la que pertenece el equipo. La policía insistía en que la acusación no tenía mucha base, pero Hockey Canada corrió a ofrecer un acuerdo prejudicial.

La juez María Carroccia ha fundamentado su sentencia en que “la totalidad de las pruebas” evidencian que fue ella, E.M., y no los jóvenes, quien instigó el encuentro sexual. Los recibió desnuda. Se masturbó delante de ellos

El asunto llegó a los medios de comunicación. Desde el primer minuto, los cinco jóvenes parecían culpables. Según los medios, la invitaron a unas copas en el pub hasta que ella ahogó su voluntad en alcohol. Luego, uno de los jugadores le acompañó a su habitación, donde abusó de ella. Posteriormente, llamó a sus colegas, que fueron al mismo sitio y con el mismo propósito.

El asunto se convirtió en una cuestión nacional. Todo el mundo tenía una opinión sobre lo ocurrido. La ministra de Deportes de Canadá, Pascale St-Onge, dijo en un programa sobre el asunto: “Creo que es un punto de inflexión para el hockey. Creo que el hockey, tal como lo conocemos, está en peligro”.

El programa pregunta a la experta en abusos Melanie Randall. Ella se basa en el testimonio de E.M. Y le dice a la audiencia que la joven se enfrentó a “una experiencia coercitiva y de abuso”. Y añade que E.M. no se enfrentó con los abusadores porque en una situación así, es un comportamiento racional.

Siete años después, se ha celebrado el juicio. Seis semanas de proceso han resultado en una declaración de no culpabilidad de los cinco jóvenes. Desde el principio se vió que E.M. fue a su habitación, e invitó a los jóvenes a que acudieran a ella. Y participó de todo lo que le proponían, sin oponer resistencia. La base de la acusación era que ella sentía miedo, y aunque daba muestras de desear tener sexo con esos chicos, se puso en un modo de “piloto automático”. Como si hubiera anulado su voluntad, cuando su comportamiento exterior indicaba que sí tenía voluntad, y era la de participar en el encuentro.

Pero la juez no ha comprado la posición del fiscal. Además del propio comportamiento de la joven, hay una prueba que ha tenido mucho peso. Los jóvenes le sacaron unos vídeos en los que ella muestra su consentimiento: “Todo ha sido voluntario (consensual). ¿Me estáis grabando? Ok. Estoy bien. ¡Qué paranoicos sois, caray! Yo lo he disfrutado. Ha estado bien. Estoy tan sobria, que no puedo hacerlo ahora mismo”.

La juez María Carroccia ha fundamentado su sentencia en que “la totalidad de las pruebas” evidencian que fue ella, E.M., y no los jóvenes, quien instigó el encuentro sexual. Los recibió desnuda. Se masturbó delante de ellos. “¿Alguno va a tener sexo conmigo?”, preguntó después.

La juez Carroccia, añade: “También preocupa al tribunal que la demandante reconociera que, donde tenía lagunas en su memoria, las rellenó con suposiciones. Esto genera preocupación en relación con la credibilidad y fiabilidad de la testigo. La demandante también dio una respuesta vaga cuando se le sugirió en el contrainterrogatorio que le resultaba más fácil negar las decisiones deliberadas que tomó el 18 y 19 de junio de 2018 que reconocer la vergüenza, la culpa y el bochorno por esas decisiones. No negó la sugerencia, sino que dijo: «No sé. Me cuesta un poco entender eso», y a continuación explicó que se culpaba a sí misma y que otras personas debían rendir cuentas, pero que era «una combinación de cosas””.

También señaló la juez que la fiscalía se refería a “la verdad de la acusada”, y no como “la verdad”, lo cual “emborrona la línea que separa lo que ella cree de lo que es objetivamente verdadero”.

Este caso recuerda el de Duke lacrosse. El lacrosse (o lacrós) es un deporte de equipo, de contacto, en el que dos equipos tienen que meter más goles que los que reciban, con una pelota que se maneja con una vara que termina en una red. Aquí no lo conocemos, pero en los Estados Unidos, y en particular en la costa este, es muy popular.

Nos remontamos al año 2006. Varios miembros del equipo de lacrosse de la Universidad de Duke contrataron a una streeper, Crystal Mangum. Ella llegó ebria de alcohol y ciclobenzaprina, un relajante muscular. En la casa se enfrentó con otra bailarina. La policía no tardó en llegar, y visto el estado en que estaba la condujeron a un centro de salud mental. Allí, dijo que había sido asaltada sexualmente. A pesar de la debilidad de su testimonio, el fiscal del distrito lo tomó en serio y acusó a varios jóvenes de cometer delitos sexuales. Pero las pruebas indicaban todo lo contrario, y pasado un año desestimaron el caso, y los acusados fueron declarados inocentes.

En 2008 publicó un libro de memorias en el que insistía en su inocencia. Pero en diciembre del pasado año, Crystal reconoció que se inventó las acusaciones. Que nunca fueron ciertas. “Testifiqué falsamente contra ellos, diciendo que me habían violado, cuando no lo habían hecho. Y eso estuvo mal. Y traicioné la confianza de mucha otra gente, que creyó en mí”. Y termina diciendo: “Me inventé la historia porque buscaba un reconocimiento por parte de la gente, y no por parte de Dios”.

A Crystal nunca le faltó ese reconocimiento. Como ella misma dice, mucha gente creyó en su denuncia. Es el mismo caso que E.M. En Canadá, las feministas hicieron de ella un símbolo de la lucha contra el patriarcado. Sabe Dios qué movió a E.M. a acusar a esos jóvenes. Pero lo que es indudable es que su testimonio iba a recibir el respaldo de los medios de comunicación y de una parte importante de la sociedad canadiense. Quizás fuera todo eso.

David Humphrey, abogado de Michael McLeod, uno de los acusados, ha declarado que su cliente está aliviado: “Durante años, la percepción pública se forjó con una narrativa que sólo planteaba uno de los lados”. Y se lamenta de que pese a la sentencia “el daño a la carrera y la reputación de Mr. McLeod ha sido significativa”.

Los medios de comunicación tenían su sentencia desde el primer momento.

Foto: Alexander Krivitskiy.

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