En un imprescindible artículo publicado en Disidentia titulado «Diez mentiras sobre las armas y los asesinatos masivos«, José Carlos Rodríguez destruye ese sentimentalismo del que se sirven los detractores del derecho a portar armas en Estados Unidos para conseguir sus objetivos. En un párrafo señala: «el ciudadano armado es un ideal republicano que muchas personas, que están totalmente convencidas de ser republicanas, rechazan de plano«. Esta frase resume más de quinientos años de pensamiento político occidental vinculado a la función cívica del derecho individual a portar armas en una sociedad libre.

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En su libro, El Momento Maquiavélico, J.G.A. Pocock señala que el gran problema político de los hombres libres siempre fue determinar el modo en que podían regirse por sí mismos, desenvolverse en sociedad de acuerdo con su condición de ciudadanos. Maquiavelo, haciendo suyos los argumentos de la Grecia clásica, consideró que la afirmación de la personalidad moral de un pueblo sólo podía lograrse mediante el ejercicio de la acción cívica, esto es, a través de la actividad política. Y el fundamento material de ese humanismo cívico fue, antes que cualquier otra cosa; la propiedad inmobiliaria, la posesión de la tierra. Bajo esta premisa, el derecho a llevar armas era considerado una función inherente al derecho de propiedad.

El derecho a llevar armas era considerado una función inherente al derecho de propiedad

El ciudadano armado era necesario para garantizar una distribución y uso del poder acorde con el bien común de la república, y para posibilitar el ejercicio de la virtud cívica, pues cada uno de los individuos era responsable de la defensa de su libertad. Empuñar las armas para servir a otros, o para defenderse a sí mismo, era la línea que separaba el vasallaje de la libertad. El libre propietario armado estaba irremediablemente politizado, pues de su virtud dependía el bien de la república y la salvaguarda de su autonomía personal.

El derecho a portar armas: un ideal de la República Clásica

El ascenso de la propiedad mobiliaria

Esta concepción republicana se trastoca cuando la propiedad inmobiliaria, tierras, pierde su preponderancia económica en favor de la propiedad mobiliaria, bienes, valores. Si la virtud ciudadana y la estabilidad de la república provenían del usufructo de la libre propiedad, garantizada por el derecho a portar armas, el triunfo del comercio promovió la cultura y la riqueza, pero también el lujo y la corrupción. Neutralizadas la libre propiedad y las armas como fundamento de la virtud cívica sobre la que se sostenía la república, resultaba muy difícil evitar que ésta cayera en el desorden y la decadencia.

El paradigma del ciudadano armado, decadente ya en Europa, se trasladó a Estados Unidos en el momento de su fundación

En Europa el paradigma del ciudadano armado se encontraba ya muy debilitado; pero se trasladó a Estados Unidos en el momento de su fundación. La solución a la crisis de virtud cívica, generada por la alienación fruto de las exigencias de especialización económica, fue la democracia liberal. Se trata de un sistema fundamentado en la representación política, un artificio originado en la idea de que el bien común no necesita hombres cívicos, pues sólo cuando uno es capaz de reconocer las acciones de Otro como propias, entonces es capaz de poseer una moralidad cívica propia. Es decir, es ese Otro quien debe poseer todas las armas porque es capaz de defender a todos.

Por tanto, la representación es el medio de crear y de establecer al Soberano y el acto de escoger al máximo representante en realidad excluye la participación política. La elección era la declaración de que existía una persona cuyos actos estaban investidos de una autoridad tal, que deberían ser considerados como propios de los sujetos que le habían elegido. En este momento, pierde sentido el derecho individual a portar armas pues el Soberano es el padre y madre de todas las cosas, incluidas la propiedad y las armas.

El derecho individual a portar armas pierde sentido con el sistema de representación pues esa potestad pasa al Soberano

El artificio de la representación no pudo ocultar a los Padres Fundadores de los EE.UU. que todos los delegados eran susceptibles de corrupción, por lo que debían conseguir que la elección de representantes pudiera satisfacer, si no la virtud, al menos el interés de la mayoría. El remedio encontrado para que la representación no derivara en tiranía y corrupción fueron los controles y equilibrios, la separación de poderes. Pero el paradigma político ya había cambiado: la personalidad moral, forjada, entre otras cosas, en el uso de las armas, había dejado su lugar a los representantes en los que se concentraba todo el poder.  En suma, el republicanismo había dejado paso al liberalismo.

El Oeste Americano: la reserva de virtud

Sin embargo, las enormes tierras por conquistar daban al hombre la última oportunidad de ser virtuoso a la clásica manera, más allá de la innovación que suponía la idea de representación. En la frontera, en los grandes espacios abiertos se encontraba la «reserva de virtud«, libre propiedad garantizada por el derecho a portar armas, que podía frenar la decadencia en la conciencia cívica inherente a la división del trabajo que las nuevas fuerzas de la historia demandaban.

Fue en los Estados Unidos donde fraguó la disyuntiva radical entre dos categorías de valor: la virtud cívica de los poseedores de la tierra, que llevaba consigo el derecho a portar armas, y el interés propio del hombre crecientemente especializado, que permite el aumento exponencial de la producción y la riqueza, pero donde el derecho individual a llevar armas resulta contraproducente para el despliegue del Soberano. Es ésta disyuntiva, alejada de todo interesado sentimentalismo, la que permite entender la resistencia a perder el derecho a portar armas de gran parte del pueblo americano.

Eliminar completamente el derecho a portar armas supondría liquidar toda vinculación entre virtudes cívicas y bien común de la república

No entro en la forma en que debería regularse ese derecho, pero eliminarlo, una vez que la propiedad ha quedado muy dañada por las regulaciones y los impuestos, implicaría liquidar cualquier vinculación entre virtudes cívicas y bien común de la república. Sería el triunfo definitivo del Soberano hobbesiano y de las fuerzas económicas basadas en la propiedad mobiliaria. Quizás por eso exista tanto interés en acabar con él.


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