Cuando aquel ágil soldado, fiel súbdito del emperador Gaozu, golpeó un balón con sus pies durante una fría mañana del año 206 antes de Cristo, no podía saber que desencadenaría un proceso que, más de dos mil años después, sigue activo y funcionando.

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Clásicamente despreciado por intelectuales y académicos, el fútbol es (según estadísticas fiables) el deporte más popular y practicado del mundo. Ese juego fascinante que consiste en “once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota”, en palabras del gran Jorge Luis Borges, superó hace mucho tiempo la categoría de actividad lúdica para convertirse en industria, pasión (en toda su polisemia), idioma universal y, llevado al extremo, utilísima herramienta política (como muestra, un botón: en pleno fervor separatista catalán, recordemos el lema del Fútbol Club Barcelona: Més que un club).

En cuanto a la entidad madre del fútbol mundial, no estamos hablando de una cooperativa de barrio dedicada al bien común y que da un servicio social. Fundada en 1904 por el esfuerzo conjunto de siete federaciones nacionales (Bélgica, Dinamarca, España [representada por el Madrid Fútbol Club] Francia, Holanda, Suecia y Suiza), la FIFA (Fédération Internationale de Football Association, Federación Internacional de Fútbol de Asociación) es una de las multinacionales más poderosas de nuestra época. Aquella primigenia asamblea de entusiastas caballeros del deporte encabezados por el periodista francés Robert Guérin (1876-1952) se convirtió, décadas después, en un inmenso monstruo cuyos tentáculos todo lo abarcan y que genera ganancias por más de mil millones de euros al año.

La FIFA es una de las multinacionales más poderosas de nuestra época

Durante 2018 acontecerá la vigésimoprimera edición de la Copa del Mundo de Fútbol organizada por la FIFA. Luego de un intenso período de lobby y negociación (en la que no faltaron la presión económica, el intercambio de favores y hasta el esfuerzo diplomático), la sede elegida fue la Rusia de Vladimir Putin. Sería interesante, pues, analizar brevemente lo que la Copa puede implicar.

La historia del «Mundial»

El “Mundial” (desde el comienzo se advierte la relevancia del fútbol: ¿Hace falta aclarar que no hablamos de béisbol ni de esgrima?) fue, desde su primera edición (que tuvo lugar en Uruguay, en 1930) un evento de alcance planetario que influiría en las relaciones internacionales hasta límites insospechados. Esa competencia con trece participantes estuvo marcada por la ausencia de numerosos seleccionados europeos, ante la dificultad que implicaba el traslado a Sudamérica. Como podía preverse, lo ganó el anfitrión, que ya había sido campeón olímpico en Amsterdam dos años antes, y frente al mismo rival, su vecino: Argentina.

Los campeonatos de 1934 y 1938 marcaron la prevalencia de la Italia fascista. Benito Mussolini aprovechó la fortaleza futbolística de Italia para afianzar el liderazgo de la derecha totalitaria incluso en el deporte. Adolf Hitler haría lo mismo en los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936. Como anécdota destacable, cabe mencionar que el Duce incentivó a los jugadores de la Azzurra con una advertencia inquietante: en caso de no consagrarse campeones, no podría asegurar la integridad física de sus familias (y la de ellos mismos).

El Mundial de Brasil, en 1950, significó el último logro de Uruguay (que incluyó el recordado Maracanazo), así como la progresiva e indetenible modernización del Juego. Las cosas se ponían serias.

El fútbol internacional volvió a Europa en 1954; a Suiza (el hogar de la FIFA), más precisamente. Fue el Mundial que permitió ver a la Alemania de Konrad Adenauer en franca recuperación económica y social. En un partido final memorable (que pasaría a la posteridad como “El Milagro de Berna”) los teutones liderados por Fritz Walter y Helmut Rahn vencieron por 3-2 a los Poderosos Magiares de Férenc Puskás y Sándor Kocsis. Es interesante señalar que esta maravillosa selección de Hungría, que endulzaría los paladares de todos los amantes del fútbol, desaparecería luego de la “revolución húngara” de 1956.

En plena Guerra Fría, Occidente se imponía al bloque soviético, una vez más (cabe recordar que la España franquista viviría como una gesta el triunfo frente a la URSS en la Eurocopa de 1964, con el célebre gol de Marcelino).

Los torneos de 1958 (en Suecia) y 1962 (en Chile) verían nacer el poderío futbolístico de Brasil, con el mineiro Pelé en su máxima expresión. Inglaterra (creadora del “Deporte Rey” en su versión moderna) organizaría y ganaría la Copa del Mundo en 1966, en plenos Swinging Sixties, al ritmo de los Beatles y de la mano de Bobby Moore y Bobby Charlton frente a la poderosa Mannschaft de Franz Beckenbauer y Uwe Seeler.

El Mundial de México, en 1970, sería nuevamente un asunto brasileño y consagraría a una de las mejores delanteras de la Historia, aquella de Jairzinho, Gerson, Tostão, Pelé y Rivelino. El país norteamericano ya había estado en el candelero durante los Juegos Olímpicos de 1968, que tuvieron lugar en plena Masacre de Tlatelolco, sin que a nadie pareciera importarle.

Jürgen Sparwasser marcó el gol que daba la victoria a Alemania Oriental sobre la Occidental pero años después, decepcionado del régimen comunista, desertó a Occidente 

La República Federal de Alemania organizó el torneo de 1974. En esta ocasión, se pudo observar el enfrentamiento más directo entre dos modelos políticos y (si cabe la licencia poética) estilos de vida. Por esos caprichos del Destino, el 22 de junio de 1974 se produjo un hecho deportivo insólito. Las dos Alemanias (“Federal” y Occidental, “Democrática” y Oriental) protagonizaron un encuentro válido por el grupo 1 de la competición. Se impuso la Alemania comunista, con un tanto del delantero sajón Jürgen Sparwasser. En una triste vuelta de tuerca de la vida, Sparwasser (que hizo toda su carrera en el Magdeburgo de la Oberliga), fue catapultado a la categoría de héroe del socialismo y prócer obrero. Decepcionado por el régimen, desertó a Occidente en 1988, un año antes de la caída del Muro de Berlín.

La edición de 1978 llevó la promiscua mezcla de fútbol y política a su máximo nivel. La dictadura argentina del teniente general Jorge Rafael Videla organizó el Mundial como una manera de lavar su cara ante el mundo. Argentina se llevó la Copa merced al fútbol vistoso y efectivo de César Luis Menotti. Cabe señalar que la competición incluyó partidos que despertaron toda clase de suspicacias, como el 6-0 de Argentina ante Perú, cuando el seleccionado local necesitaba cuatro goles para pasar a la siguiente fase. A nadie llamó la atención que, a escasos dos mil metros del principal estadio de la competición (cercano a la costa de la ciudad de Buenos Aires), se estuviera torturando, asesinando o lanzando al mar a opositores políticos.

España tuvo su Mundial en la siguiente edición. En el año del primer triunfo electoral socialista, nuestro país aprovechó para terminar de sacudirse la caspa franquista y mostrarse como una sociedad moderna y europea; intento que se consolidaría diez años después, durante los Juegos Olímpicos de Barcelona.

México sería el primer país en organizar el Mundial por segunda vez. En el torneo que vería a Diego Armando Maradona en su máxima expresión, nuevamente la política aparecería como un factor determinante. Durante los Cuartos de Final de la Copa de 1986, Argentina venció a Inglaterra en lo que quiso ser una revancha farsesca de la derrota en la Guerra de Malvinas de 1982.

Modernización y corrupción

Los Mundiales, a partir de 1990, estarían impregnados de la modernización tecnológica y eficientista que todo lo abarca en la posmodernidad. También, signo de época, veríamos explotar toda una serie de escándalos de corrupción que alcanzaron su culmen en el año 2015. A partir de las investigaciones del periodista británico David Jennings, publicadas en su libro El mundo secreto de la FIFA, salieron a la luz numerosos casos de sobornos, extorsiones y lavado de dinero. Por intervención del FBI y la Hacienda estaounidense, dirigentes del fútbol europeo y americano dieron con sus huesos en la cárcel. No eran los primeros gerifaltes vinculados con algún escándalo: el inglés Stanley Rous (presidente de la FIFA entre 1961 y 1974) había sido un firme defensor del Apartheid sudafricano.

A partir de los años 90 explotó toda una serie de escándalos de corrupción que afectaban a la FIFA

Sus sucesores, el brasileño João Havelange (1974-1998) y el suizo Joseph Blatter (1998-2015) están acusados por acción u omisión de haber participado en diversos casos de soborno e intercambio de dádivas y regalos para favorecer a diversas federaciones nacionales. La llegada a la presidencia del italiano Gianni Infantino en 2016 fue, a todas luces, un intento por limpiar los establos de Augías del fútbol mundial. Como dato de color, la FIFA decidió el torneo de 2026 tenga lugar en Catar: ejemplo de la progresiva influencia del petrodinero árabe en el fútbol.

A modo de conclusión de este apretado resumen, podemos quedarnos con una frase del ex futbolista, ex entrenador y ex dirigente deportivo argentino Jorge Valdano: “el fútbol es la cosa más importante de las menos importantes”. O quizá, para más de mil millones de personas (audiencia televisiva estimada de la final del Mundial de Brasil, en 2014), la más importante de todas.


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Eduardo Fort
Soy Porteño, es decir, de Buenos Aires. Escéptico, pero curioso. Defensor de la libertad -cuando hace falta- y de la vitalidad de las Ciencias Sociales. Amante del cine, la literatura, la música y el fútbol. Creo en Clint Eastwood, Johan Cruyff y Jorge Luis Borges. Soy licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid y colaboré -e intento colaborar- en todo medio de comunicación donde la incorrección política sea la norma.