El libro VI de la República de Platón está dedicado a analizar con cierto detalle la figura del filósofo rey. Según constata Sócrates la ciudad, forma de organización política de la antigüedad, no alcanzará nunca la excelencia mientras no gobiernen en ella los filósofos, aquellos para quienes el ser y el no ser no se confunden. Adimanto, uno de los interlocutores de Sócrates en el célebre diálogo platónico, plantea al filósofo ateniense que jamás una ciudad admitirá verse gobernada por un filósofo, cuyo espíritu crítico suscitará extrañeza y desconfianza entre los propios ciudadanos.

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Para Sócrates esa mala imagen del filósofo se deriva de la desconfianza que los hombres más razonables suscitan entre las masas entregadas a la demagogia. Sócrates llega a comparar a la polis democrática con una nave gobernada por ignorantes marineros que tienen secuestrado a su patrón y le imponen caprichosamente la ruta a seguir. En otra famosa metáfora, Sócrates compara esta ciudad con una bestia caprichosa a la que los sofistas, maestros del relativismo, se afanan en complacer. En estas dos célebres metáforas se condensa uno de los grandes males de la filosofía a los que nos referíamos en el anterior artículo. Si la filosofía cumple con su cometido y se vuelve verdaderamente crítica será despreciada en la ciudad. Ese parece ser su triste sino según nos narra Platón. Sólo tendrá un lugar en la ciudad si degenera en sofística y se limita a complacer los deseos de la mayoría proveyendo de pseudoargumentos con los que respaldar las opiniones de la mayoría por absurdas que éstas sean.

En este nueva bestia enorme y caprichosa en la que se ha tornado la sociedad posmoderna no caben espacios para el pensamiento crítico. Lo hemos podido comprobar el otro día tras el lamentable espectáculo ofrecido en el ayuntamiento de Madrid, en el que Javier Ortega-Smith fue reprobado por unos políticos más preocupados por sintonizar con una opinión pública que ellos perciben como mayoritaria que con ejercer su verdadera labor de representación de una sociedad civil, cada vez más secuestrada por los espurios intereses de una serie de lobbies. En este caso el feminista. Tampoco se oyeron las voces críticas de los filósofos, sólo la de los sofistas de turno, en competición por ver quien descalificaba con mayor vehemencia al político de Vox.

El feminismo desemboca, por obra y gracia de la recuperación del miedo hobbesiano, en una suerte de función política inversa del liberalismo, que comparte con éste la misma visión antropológica pesimista pero que difiere en que, a diferencia del liberalismo, acaba justificando una radical desigualdad ante la ley por razón del sexo

A esta bestia enorme y caprichosa en la que se está convirtiendo la esfera pública, por obra y gracia del lobby de género, hay que contradecirla con espíritu crítico. Su denuncia de una supuesta violencia generalizada contra las mujeres lo que en realidad encubre es una pretensión política: la de modificar las bases del orden social y político en el que vivimos desde la ilustración.

En el ominoso incidente protagonizado por Nadia Otmani hay un momento de verdadero cinismo, que se produce cuando la víctima-activista increpa al cargo electo de Vox afirmando que su partido hace política con cuestiones que deberían quedar al margen del debate y respecto de las cuales hay un consenso casi unánime. Resulta curioso que el feminismo para el que tradicionalmente todo ha sido político haga hoy una afirmación de ese calado tradicionalmente vinculada con la forma de pensamiento liberal, que si por algo se caracteriza es por limitar el alcance de lo político para minimizar sus potenciales abusos para con los derechos individuales.

Esto no es casual, una buena parte del feminismo cultural quiere construir un modelo no liberal de sociedad, pero moldeado a partir de una imagen especular de los presupuestos fáctico-normativos en los que descansaba el orden liberal. Carole Pateman realiza una revitalización de la teoría contractualista, vinculada a la tradición liberal, a partir de una redefinición del pacto social con carácter feminista. Para la autora norteamericana, la sociedad liberal se ha construido sobre la base de un contrato social de carácter patriarcal. Es menester reemplazar ese contrato que excluye e invisibiliza a las mujeres por uno nuevo donde éstas sean las protagonistas. No debe por tanto sorprender que ahora las feministas realicen proclamas, como las de declarar una emergencia feminista, de claros resabios hobbesianos.

Leviathan del pensador inglés Thomas Hobbes es una de las obras fundacionales del pensamiento político moderno. En ella se postula la constitución de una nueva teoría del Estado que supere la ingenua visión de la sociabilidad natural del hombre, presente en el pensamiento antiguo y medieval, en favor de una antropología política fundamentalmente pesimista en la que la constitución de la comunidad política obedezca más bien a las limitaciones de la sociabilidad humana. En el famoso Libro 1 capítulo VIII de la obra del pensador inglés se nos describe un hipotético estado de naturaleza, anterior a la constitución de la comunidad política, caracterizado por una condición de permanente guerra de unos hombres en contra de los otros. En tal situación de caos sólo existe un estado de permanente miedo a sufrir algún mal, fundamentalmente la muerte a manos de otro ser humano más poderoso.

La vida en este “infierno prepolítico” que nos describe crudamente Hobbes supone para el hombre “una vida solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. Para salir de este estado menesteroso y aterrador es menester, como muy bien indica Hobbes constituir, a través de un “pacto de cada hombre con cada hombre”, una “nueva persona” en favor de la cual, cada uno de los individuos del estado prepolítico cedan su particular derecho a gobernarse a sí mismo, a cambio de que todos los demás hagan exactamente lo mismo. Este nuevo sujeto político constituido sobre la base del monstruo bíblico, conocido como Leviathan, de una potencia descomunal se configura como Deus mortalis capaz de imponer el orden en el caos.

Las sociedades occidentales actuales en las que vivimos son sociedades secularizadas alejadas del contexto de las guerras de religión de comienzos de la Edad Moderna, por lo que puede resultar anacrónico apelar al miedo como fundamento de la acción política. No así en los tiempos de Hobbes donde la tolerancia religiosa no estaba todavía instalada y donde reinaba un ambiente mecanicista en el que todo, tanto lo material como lo espiritual, se explicaba por los efectos de fuerzas y pasiones.

Hoy en día vivimos instalados en una sociedad plural, libre y no determinista a diferencia de la hobbesiana. La igualdad ante la ley es un axioma indiscutido, lo que obliga al feminismo cultural a recurrir a explicaciones de corte mecanicista como la de Hobbes para justificar un nuevo orden social y político. El feminismo ha dejado de lado la exigencia de igualdad para centrarse en la exigencia de seguridad y así ha convertido el miedo, como pasión humana por excelencia, en el motivo de acción política por antonomasia. Su particular geometría de las pasiones, con la que buscan instaurar un nuevo Leviathan feminista, consiste en postular una desigualdad entre hombres y mujeres. Donde los primeros son, por el mero hecho de serlo, sospechosos de infundir terror a las segundas.

El feminismo desemboca, por obra y gracia de la recuperación del miedo hobbesiano, en una suerte de función política inversa del liberalismo, que comparte con éste la misma visión antropológica pesimista pero que difiere en que, a diferencia del liberalismo, acaba justificando una radical desigualdad ante la ley por razón del sexo. La violencia de género, que Ortega Smith denunciaba como inútil para luchar contra los abusos y violencias contra mujeres de carne y hueso, es una noción ideológica no científica como diría Althusser. No busca erigirse en una visión explicativa de un determinado tipo de delincuencia. Lo que busca es consagrar legalmente una visión hobbesiana del miedo como resorte mecanicista de la acción política del feminismo cultural.

Foto: Fotomovimiento


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