El crecimiento es el santo grial de la economía. Desde Adam Smith, los economistas han querido desentrañar sus causas. No hemos logrado desvelar del todo el misterio del crecimiento, a pesar de todos los esfuerzos.

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Adam Smith incidió en el papel de la división del trabajo, aunque también de la acumulación del capital. Los austríacos destacaron el papel del capital, pero también el de la división del trabajo y los precios. La formulación neoclásica de la teoría del crecimiento se la debemos a Robert Solow, e incide prácticamente en exclusiva en la acumulación de capital. Aún otros autores, muchos siguiendo la estela intelectual de Joseph A. Schumpeter, han señalado a la tecnología. La tecnología hace que el trabajo sea más productivo.

Otros autores se plantean la cuestión desde un punto de vista más general. Bien, necesitamos capital, y necesitamos que se profundice en la división del trabajo. Hay que favorecer la innovación tecnológica. Y la educación, que hace más productivo al trabajo. Pero, ¿cómo logramos hacerlo? O, dicho de otro modo, ¿cómo lo han hecho unas sociedades, pero otras no lo han logrado? ¿Qué diferencia a unas de otras? Y la respuesta está en las instituciones. Unas instituciones favorecen la colaboración económica en el mercado (división del trabajo e intercambio), y otras no. Aquí es donde encaja nueva economía institucional, llamada así para distinguirla de las ideas de Thorstein Veblen, John R. Commons y demás.

De fondo subyace la concepción de que tu ganancia es mi pérdida. Esto se ve no sólo en los indignados con el éxito de los demás, sino en la frecuencia con la que vemos a los aprovechados y a los que van por la vida pisando a los demás

Pero a esta cuestión se le ha vuelto a dar la vuelta. Pues, ¿por qué y cuándo optan los pueblos por unas instituciones y no por otras? Aquí es donde entra la autora Deidre McCloskey. Es una de las historiadoras de la economía más importantes del momento. Y ha llegado a plantearse, en su trilogía sobre las virtudes capitalistas (el proyecto original era de hacerlo en seis partes), que donde hay que mirar es a las ideas. Las ideas son fruto de las instituciones, pero ayudan a conformarlas. ¿Qué ideas favorecen una disposición de las personas al trabajo y al ahorro? ¿Cuáles permiten que el vecino prospere y cuáles llevan al sistema político a cercenar el progreso de todos con tal de que se frene el del vecino?

En esta línea de investigación han trabajado varios autores en un artículo académico muy interesante. Jean-Paul Carvalho, Agustín Bergeron, Joseph Henrich, Nathan Nunn y Jonathan Weigel le dedican un buen número de páginas a lo que llaman “el pensamiento de suma cero. Las creencias de supresión del esfuerzo y el desarrollo económico”.

Con pensamiento de suma cero se refieren a la convicción de que la ganancia de unos es a costa de la pérdida de otros. Según resumen los autores, “globalmente, el pensamiento de suma cero se asocia con el escepticismo sobre la importancia del trabajo duro para el éxito, menores ingresos, menor nivel educativo, menor seguridad financiera y menor satisfacción vital”.

Estas creencias de suma cero pueden tener diversas manifestaciones. Los autores han observado, como ya adelantó hace décadas Helmut Schoeck en La envidia y la sociedad, que hay una relación entre la envidia y la brujería. Se piensa que el bien del otro o el mal propio se debe a este tipo de intervenciones mágicas.

Pero también han documentado formas de pensar que suprimen el esfuerzo ajeno. En los países nórdicos se adopta el “no te creas que eres alguien”, en Oceanía se le da la espalda a quien habla con normalidad de su propio éxito, en Japón se dice que “el clavo que sobresalga recibirá un martillazo”. Pero también hay otros memes que tienden a suprimir el esfuerzo, y que son muy comunes: la convicción de que “el mundo es injusto”, o la fe en un fatalismo que se sobrepone al esfuerzo individual, o las creencias anti materialistas, o que desalientan el consumo.

Se basan, entonces, en los trabajos que realizó el antropólogo George Foster en los años 60’ y 70’ sobre lo que acuñó como “la imagen del bien limitado”. Recogen así el núcleo de su pensamiento: “Según Foster, la naturaleza limitada y fija de los recursos en algunos entornos significa que todo lo ‘bueno’ en la sociedad es escaso y se compite por ello. ‘Si el bien existe en cantidades limitadas que no pueden ampliarse’, escribe Foster (1965, p. 296), ‘y si el sistema es cerrado, se deduce que un individuo o una familia sólo pueden mejorar su posición a expensas de los demás (énfasis en el original)”.

Los autores desarrollan un modelo a partir de estas ideas, lo aplican a la República Democrática del Congo, y los resultados coinciden con lo que podían prever: “En la RDC, encontramos una relación positiva entre el pensamiento de suma cero y la presencia de creencias desmotivadoras, como la preocupación por la envidia y las creencias en la brujería”.

Por otro lado, citan a Heidi Holland, una antropóloga que llega a la conclusión de que “un concepto antropológico conocido como la Imagen del Bien Limitado prevalece en toda África y está en el corazón de las acusaciones de brujería. Es la creencia de que el pastel es limitado y el éxito de una persona siempre es a costa del de otra. Si un individuo prospera más allá de las expectativas de los demás miembros de su comunidad, el triunfador puede ser tachado de brujo porque se cree que ha aumentado su progreso personal mediante la brujería y ha empobrecido a los demás en el proceso”. Podemos pensar que esta concepción del bien limitado habrá contribuido en alguna medida al subdesarrollo de aquél continente.

Los autores extienden esta idea hacia el futuro. Consideran que esta concepción de juego de suma cero afecta a cuestiones como la acumulación de capital o de conocimiento. Y que, por tanto, “las creencias desmotivadoras minan el progreso económico”.

Yo creo que, aunque sólo fuera por las Islas Canarias, más Ceuta y Melilla, España puede presentarse ante el mundo como una sociedad culturalmente africana, al menos en este aspecto. Nosotros no achacamos el éxito del otro a la brujería, o al menos no en público, pero sí a las malas artes.

¡Indudablemente, las malas artes, el nepotismo, el amiguismo y la pleitesía ante el poder juegan un papel muy importante en el progreso de unos frente a otros! Opera, si se quiere, la brujería del poder. No vamos a negar que algo de realidad hay en eso.

Pero la idea de que el éxito del otro no puede deberse a los propios méritos está totalmente extendida. Y de fondo subyace la concepción de que tu ganancia es mi pérdida. Esto se ve no sólo en los indignados con el éxito de los demás, sino en la frecuencia con la que vemos a los aprovechados y a los que van por la vida pisando a los demás. Aceptan el juego de suma cero y actúan según sus normas. Ellos progresan a tu costa porque es el modo de hacerlo. La idea de que hay todo un mundo por crear más allá del que vemos día a día, y de que podemos colaborar para construirlo se les escapa.

Foto: Sebastiaan Stam.

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