A diario nos topamos con una notable falta de calidad en los medios de información. Y es que, acostumbrados a llamar la atención, suelen centrarse en el sensacionalismo más estrafalario hasta diluir las noticias en lo prosaico. Y, por estas inercias, en los últimos lustros lo que define groseramente a los medios de comunicación, sean digitales o no, es la trivialización. Y este fenómeno (que procede del info-entretenimiento nacido en los programas de radio y televisión durante los 80 del siglo pasado) busca hoy por hoy su maná en audiencias numéricamente abultadas a través de la propagación de contenidos impactantes.
El famoso New York Sun era un periódico que, dos años después de su nacimiento, contaba en 1835 con casi 20.000 suscriptores. Benjamin Day, su fundador, saboreó las mieles del éxito al convertir el oficio periodístico en simple transmisor de crónicas escabrosas y violentas. Saco a colación la existencia del periodismo “populista” por el hecho de que muchos medios de comunicación de masas lanzan mensajes de naturaleza espectacular como carnaza informativa, motivo por el que arrinconan a la prensa honesta e incurren, cuando no, en la falsificación de noticias. Y ello con tal de mantener o aumentar ingresos.
Esto es lo que hizo sin ningún miramiento la agencia norteamericana TMZ al publicar en las Navidades de 2009 una foto de John F. Kennedy en un barco rodeado de mujeres desnudas. Ni que decir tiene que la imagen del Presidente de los EE UU no se correspondía con su persona. Simplemente era una burda y provocadora manipulación realizada a partir de una foto del año 1967, sacada de la revista Playboy. ¡¡¡Kennedy había sido asesinado en 1963!!!
Tenemos la sensación de que los medios de comunicación son, salvo excepciones, el lugar inapropiado para una meritocracia basada en la exposición de la verdad
¿Estamos de lleno en la vulgaridad y no nos hemos enterado? Lindsay Robertson destaparía el fraude de la impúdica y fructífera pseudoprimicia del grupo TMZ. Por otro lado, y como estos comportamientos no resultan algo aislado, tenemos la sensación de que los medios de comunicación son, salvo excepciones, el lugar inapropiado para una meritocracia basada en la exposición de la verdad. Sus lazos con representantes del poder les lleva a adulterar la información. E inclusive a impedir el flujo de datos.
Un ejemplo clamoroso de lo que decimos fue el Russiangate protagonizado por un miembro del clan “Kennedy”. Las grandes e influyentes corporaciones mediáticas (CNN, MSNBC, ABC, CBS, NBC…) callaron y no dieron cuenta del reportaje del periodista Tim Sebastian, publicado en The London Times el 2 de febrero de 1992, reportaje en el que través de documentos oficiales de la KGB Sebastian demostraba que al inicio de los 80, y en clara violación de la Ley federal norteamericana Logan, el senador Edward “Ted” Kennedy, por ser enemigo frontal del Presidente Ronald Reagan, había tenido contactos ilegales con el Secretario General del Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Yuri V. Andrópov, a través de, nada menos, Viktor Chebrikov, el jefe de la KGB.
¿Cómo distinguir una noticia falsa de una verdadera?
En tiempos de populismos periodísticos, un buen reportaje vale muy poco, incluso bastante menos que un artículo informativamente débil o falso. Por tal razón, y debido a la ausencia de profesionalidad de los inventores/divulgadores de noticias, suceden cosas increíbles. Durante la campaña presidencial norteamericana de 2016 la web The Denver Guardian afirmó de Hillary Clinton que esta candidata demócrata había vendido armas al grupo terrorista ISIS. Las noticias falsas de esta página web, ahora inexistente, permitieron vilipendiar a figuras políticas relevantes, descrédito luego miles de veces multiplicado en el click-activismo de individuos políticamente afines, que compartían un idéntico maniqueísmo en los altavoces de esas cajas de resonancia de Twitter, Facebook…
En la era de la postverdad apenas hay espacio para la comprobación de la información, sobre todo en esa Babel gigantesca que es el mundo online
Lo cual nos lleva a pensar que en la era de la postverdad apenas hay espacio para la comprobación de la información, sobre todo en esa Babel gigantesca que es el mundo online. Por tanto, sin ciertas cautelas, lo habitual es dar por auténtica una información contraria a la verdad, como cuando Donald Trump lanzó sobre su compañero republicano Ted Cruz la tesis, falsa, de que su padre había estado implicado en el asesinato de John F. Keneddy.
Por supuesto, siempre ha existido y siempre existirá una descomunal asimetría entre lo que vivimos y lo que divulgan los medios. “Qué pequeña es la proporción de nuestras observaciones directas en comparación con las observaciones que nos transmiten los medios”, enfatizaba el filósofo y periodista estadounidense Walter Lippmann en su libro sobre la Opinión Pública, allá por 1922. Pero, aun siendo importante reparar en esa disparidad, la desproporción no es el problema. El problema, a mi juicio, gira en torno a cuál es el punto de vista, cuál la posición que tenemos acerca de la verdad “mediática”, sobre todo porque sin demasiado esfuerzo, sin apenas tiempo y con escasa capacidad para el análisis acabamos por confiar dogmáticamente en lo que nos cuentan.
¿La opinión pública se rige por la investigación? Más bien por la aceptación de los mensajes publicados que han sido elaborados en un proceso industrial
¿La opinión pública se rige por la investigación? Más bien por la aceptación de los mensajes publicados que han sido elaborados en un proceso industrial de logorrea sin fin y para nuestro consumo. Consumo ideológico también, asunto que plantea cuestiones muy serias, pues planificar la desinformación socava la viabilidad del discurso democrático al tiempo que mina la viabilidad de una prensa bien documentada, fiable y decente que no cae en el uso de engaños y marrullerías.
Así que oscurecer los datos objetivos ofreciendo noticias a medias, en el mejor de los casos, noticias torticeras, en el peor, constituye la clave del éxito de los Benjamin Day de hoy, los cuales, con enfoques infrainformativos, reducen la cobertura periodística al acto populista de generar alteraciones de ánimo en el público al modo en que Iván Pavlov creaba condicionamientos sobre animales de laboratorio.
Ahí radican pues, en el control de la libertad ajena, los peligros de los medios de comunicación “populista”.
Foto Toa Heftiba