El movimiento Black Lives Matter descansa en la asunción de una serie de postulados relativos a la cuestión racial. Según el relato difundido por esta organización, la raza blanca ha gozado de una situación de privilegio que se ha perpetuado en la historia y que se ha fundamentado en la opresión de otras razas, fundamentalmente la raza negra

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Por otro lado Black Lives Matter defiende que el racismo, definido tradicionalmente como la opresión colectiva de un grupo humano sobre otro,  no es realmente el resultado  de la suma de comportamientos individuales en el medio social, ni tan siquiera es un paradigma intelectual vigente en ciertas épocas históricas. Es fundamentalmente un estigma colectivo vinculado a la raza blanca que se perpetúa de generación en generación, sin que muchas veces los propios miembros  de la “raza blanca” sean conscientes de su situación de privilegio y de explotación sobre la gente de color. Para Black Lives Matter no hay comportamientos racistas, hay un universal racista que se vincula a la raza blanca.

Por esta razón cualquier manifestación cultural de la raza blanca es una “manifestación racista”. La única posibilidad de redimirse de esta suerte de pecado original de “blanquedad” (whiteness) pasa por el reconocimiento de esa culpa colectiva. Este hilarante y demencial mensaje no es nuevo. A finales de los años 60 la organización extremista de los panteras negras defendía postulados similares, aunque con una adhesión más explícita hacia los postulados marxistas que subyacen en esta forma de pensamiento que hace del conflicto entre grupos humanos el motor de la historia. Los panteras negras no alcanzaron el éxito político que anhelaban y acabaron deviniendo en una organización para-militar de carácter terrorista.

El vandalismo y la histeria racial que se está viviendo en medio mundo no ha surgido ex novo, sino que ha venido precedida de un clima de sospecha generalizada acerca de los fundamentos en los que reposa la civilización occidental

En general más allá de ciertos apoyos en barrios marginales de las grandes urbes norteamericanas, ciertas personalidades de Hollywood como Marlon Brando o Danny Glover, y grupos de estudiantes radicalizados de las universidades de la costa oeste, encabezados por futuros intelectuales de la extrema-izquierda americana como Angela Davis o David Hilliard, los panteras negras no lograron nunca capitalizar el movimiento en pro de los derechos civiles que sacudió los cimientos culturales, que no políticos de los Estados Unidos. Siempre fueron vistos como un grupo radical, violento y profundamente anti-americano que no escondía sus simpatías por el régimen de los Castro en Cuba, la Unión soviética o el Viet Cong. Todos ellos enemigos declarados de los Estados Unidos.

Algo en lo que no reparan eurodiputados liberales y conservadores que apoyan a esta organización es que Black Lives matter comprende una amalgama de ideas de corte racista, como la noción germánica de la culpa colectiva que sirvió a los intelectuales nazis para construir un relato de estigmatización de los judíos. Para los nazis no existía disociación entre raza y religión. El judaísmo era más bien un factor biológico que “degradaba” el pool genético de las poblaciones y que tenía que ser combatido para preservar la pureza de la raza superior aria. Para Black Lives Matter la “blanquedad” es un elemento que distorsiona la armonía natural de las idílicas comunidades afroamericanas, que vivirían en una suerte de estado natural roussoniano, cercenado de raíz por la imposición de un orden capitalista y policial “blanco”.

La afirmación que encabeza este artículo, que Black Lives Matter es un movimiento racista, es algo que en principio puede chocar al lector más condescendiente con el relato “progresista” y “bienintencionado” que de él venden los medios de comunicación. Sin embargo se trata de una descripción ajustada a la realidad si se atiende a la descripción que del racismo hace Todorov.

Por un lado el movimiento Black Lives Matter asume con su retórica aquello que dice negar, la existencia de las razas. Para Black Lives matter existen poblaciones humanas con características físicas comunes, propias y específicas del grupo en cuestión, que resultan relevantes a la hora de identificar a los grupos humanos. La “blanquedad” relativa a la diversa pigmentación en la piel de unos ciertos grupos humanos constituye una característica relevante que define la propensión de unos grupos humanos hacia la dominación de otros grupos. Segundo para Black Lives Matter hay una continuidad entre las diferencias físicas de los grupos humanos y sus características culturales y morales. Es decir la pertenencia a una raza determina una manera de ver el mundo y de comportarse en él. Dicha visión y comportamiento no es algo culturalmente inducido sino biológicamente trasmitido. En tercer lugar Black Lives Matter establece también una jerarquía de razas, sólo que inversa a aquella supuesta jerarquía que dice combatir. La raza negra posee una superioridad moral con respecto a sus victimarios blancos. Aquí subyace una idea teológica secularizada: la del pueblo elegido. Al igual que el pueblo judío fue perseguido por el hecho de ser elegido por Dios, la raza negra también ha sido históricamente sojuzgada en virtud del hecho de haber constituido la encarnación más plena del ideal humano. Su superioridad moral descansa precisamente en el hecho de la persecución

Aquí anida también una querencia Benjaminiana por los “derrotados de la historia”, en la construcción de un relato sobre la historia de los negros escrita en clave victimista. Un autor como Cornell West, heredero de esa tradición, ha contribuido decisivamente a la elaboración de esa historia oficial de los negros norteamericanos donde ciertos episodios históricos que no casan con una visión derrotista y victimista de  la misma son expurgados de la historia. Los negros como colectivo siempre han sido víctimas, jamás verdugos. Nunca han podido ser protagonistas de su propia historia, que ha sido escrita por otros que los han confinado a los márgenes de la propia historia.

Cualquiera que se matricule un semestre en una universidad norteamericana en uno de los múltiples cursos que sobre la historia afroamericana allí se ofrecen apenas recibirá información sobre la epopeya del 54 regimiento de Massachussets, la primera unidad militar de color que luchó de forma organizada en la guerra civil americana en el ejército de la Unión, o si la recibe se la presentará como un mero regimiento comandado por negreros sin ninguna relevancia militar, ni simbólica. Tampoco se incidirá lo suficiente en que la cuestión de la esclavitud y del racismo fue secundaria en el estallido de la guerra civil o que la llamada cultural del sur engloba elementos que trascienden la caricatura ridícula con la que algunos la presentan.

Por último, según la visión que del racismo presenta Todorov estas diferencias raciales permiten extraer conclusiones que dirijan la acción política. En el caso del Black Lives Matter el establecimiento de un nuevo modelo político que permita a la población blanca redimirse de su culpa histórica.

Wieviorka señala como el racismo constituye una forma de homogeneización de los grupos humanos que sirve para excluir al diferente, al que se segrega y se separa del grupo, lo que conlleva una lógica de la discriminación. Black Lives Matter alienta y promueve formas radicales de la llamada discriminación positiva en la educación, la economía y la vida política estadounidense que recuerda tristemente a los célebre diez puntos que defendían los panteras negras sólo que aderezados con post-marxismo y activismo radical LGTBi.

Llama poderosamente la atención que Black Lives Matter goce de tan buena prensa en la mayoría de los medios de comunicación, no sólo norteamericanos, sino a escala global. Incluso el propio parlamento europeo ha aprobado una transversal declaración de apoyo a sus postulados y grandes multinacionales han mostrado su simpatía para con dicho movimiento. La explicación de esto obedece a múltiples razones. Por un lado la idea que ya expresara Baudrillard relativa a que vivimos instalados en una sociedad de la imagen, en la que está moldeada la realidad y de esta forma nuestras conciencias. Aquello que se nos presenta como justo y honorable por los medios pasa fácilmente los filtros cognitivos de las conciencias acríticas. En segundo lugar el decidido apoyo de las élites globalistas y de los movimientos aceleracionistas que buscan intensificar la contradicciones del  sistema capitalista para lograr su propia implosión desde dentro.

Por último, el decidido apoyo del partido demócrata instalado desde hace más de un lustro en la lógica identitaria con la única finalidad de garantizarse el monopolio del poder político dentro del sistema bipartidista norteamericano.

El vandalismo y la histeria racial que se está viviendo en medio mundo no ha surgido ex novo, sino que ha venido precedida de un clima de sospecha generalizada acerca de los fundamentos en los que reposa la civilización occidental. Sus dos pilares, Atenas y Jerusalén, como defendía Leo Strauss, están hoy en día siendo asediados por estos nuevos “Hunos”. Lo dramático del momento es que los “otros” no parecen darse cuenta de la involución civilizatoria que se nos viene encima.

Foto: frankie cordoba


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