Yeonmi Park (1993) es una defensora de los derechos humanos cuya deserción de Corea del Norte cobró importancia mundial después de dar un discurso en una conferencia de la organización One Young World en 2014 en Dublín, Irlanda.

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El drama de Yeonmi empieza en el mismo momento en el que nace en uno de los regímenes más totalitarios del mundo. Pero su particular epopeya comienza con el colapso económico de Corea del Norte en la década de 1990, y la consiguiente decisión de su padre de comerciar en el mercado negro, una práctica muy extendida en el país por ser la única manera de alcanzar un cierto bienestar, pero también muy peligrosa por cuanto acarrea severísimas penas.

La incesante campaña para ignorar a los pensadores clásicos, so pretexto de ser blancos y tener una mentalidad colonial, es un signo de decadencia terrible, una profunda estrechez de miras que socava no ya la cultura estadounidense, sino la cultura occidental y la propia libertad

Los Park no tuvieron suerte y sucedió lo peor. El padre de Yeonmi fue detenido y trasladado a un campo de trabajos forzados. Privadas del cabeza de familia, Yeonmi, su hermana mayor Eunmi y su madre sufrieron de inanición. Fue en estas terribles circunstancias que decidieron huir del país, atravesar China y buscar asilo en Corea del Sur, poniendo sus vidas en manos de los traficantes de personas. Eunmi partió con antelación y desapareció, pero no había vuelta atrás. Yeonmi y su madre emprendieron la huida igualmente para, tras una angustiosa odisea, cruzar la frontera de Mongolia y llegar a Corea del Sur en 2009. Su viaje duró dos años.

Una vez en Corea del Sur, madre e hija se las arreglaron para encontrar trabajo como dependientes y camareras. Más adelante, Yeonmi pudo continuar su educación en la Universidad Dongguk en Seúl para después dar el salto a la Universidad de Columbia, donde se licenció en Economía en 2018. Sorprendentemente, fue en esta universidad occidental, una de las más prestigiosas del mundo, donde Yeonmi vivió una nueva y sorprendente peripecia que ha relatado a través de los medios de información.

“Creía que iba a pagar una fortuna y dedicar grandes cantidades de tiempo y energía para aprender a pensar. Pero me obligaron a pensar de la manera que ellos querían que pensara”, declaró en una entrevista en Fox News, “Creía que Estados Unidos era diferente, pero encontré tantas similitudes con lo que viví en Corea del Norte que comencé a preocuparme».

Pero ¿a qué similitudes se refería Yeonmi? Rápidamente lo aclara: el sentimiento antioccidental, la culpa colectiva y la asfixiante corrección política. Nada más llegar a Columbia, vio banderas comunistas en diferentes lugares del campus. Después, durante su orientación preliminar, al declarar que le encantaba la literatura clásica occidental, su orientador la reprendió diciendo: “¿Sabías que esos escritores tenían una mentalidad colonial? Eran racistas e intolerantes y, al leerlos, te están lavando el cerebro inconscientemente”.

A lo largo de su estancia en Columbia la propaganda antiamericana fue una constante indisociable de la actividad académica. Para colmo de males, la alteración en el uso de los pronombres, con el fin de evitar el género binario, supuso para Yeonmi problemas añadidos en el manejo de un idioma que aún no dominaba. Al principio protestó, pero después de varias discusiones desagradables «aprendió a callarse» para evitar represalias, asegurarse unas buenas calificaciones y graduarse.

Con apenas 14 años, Yeonmi emprendió un largo y peligroso viaje en busca de la libertad. Cruzó ilegalmente a China caminando por el congelado río Yalu, fue capturada por traficantes de personas que la vendieron como esclava por menos de 300 dólares. Milagrosamente rescatada por misioneros cristianos, atravesó el desierto de Gobi para llegar a Mongolia y, finalmente, cruzar la frontera de Corea del Sur.

Su odisea tendría un merecido colofón si lograba acceder a uno de los templos del conocimiento del mundo occidental: la Universidad de Columbia. Así se lo propuso. Y Yeonmi lo consiguió. Pero no fue el colofón imaginado. Lamentablemente, había recorrido decenas de miles de kilómetros y asumido enormes peligros para llegar a un lugar que, pese a su envidiable nivel de vida, era terriblemente similar a la dictadura de la que había huido… incluso peor, porque según ella misma declaró “Corea del Norte no está tan loca”.

Mucho antes de la peripecia de Yeonmi, en 1830 el esclavo Frederick Douglass había emprendido también su particular peregrinaje. Sin embargo, el suyo no fue un viaje de un continente a otro, ni siquiera de un país a otro, sino un largo y penoso trayecto hacia el conocimiento y la libertad.

Douglass aprendió a leer siendo esclavo e inició su gran viaje hacia la emancipación como siempre comienzan esos viajes, en la mente. Desafió las injustas leyes de la segregación y la esclavitud leyendo a escondidas a contemporáneos y clásicos para aprender a pensar como un hombre libre. Se arriesgó a la mofa, el abuso, las palizas e incluso el asesinato para estudiar a Sócrates, Cato y Cicerón.

Douglass no fue el único, otros vinieron detrás. Muchos años después de que Douglass forjara su carácter leyendo a los clásicos, Martin Luther King Jr. se sentiría igualmente inspirado por la lectura de Sócrates, al que citaría tres veces en su Carta desde la cárcel de Birmingham de 1963.

Sin embargo, la luz de la sabiduría que iluminó a Douglass, King y muchos otros luchadores por la libertad hoy se está extinguiendo. La incesante campaña para ignorar a los pensadores clásicos, so pretexto de ser blancos y tener una mentalidad colonial, es un signo de decadencia terrible, una profunda estrechez de miras que socava no ya la cultura estadounidense, sino la cultura occidental y la propia libertad. Quienes fomentan este terrible acto de negación tratan a la civilización occidental como irrelevante o, peor, como dañina y merecedora de la más absoluta condena.

Si de verdad estimamos a nuestros jóvenes, no podemos consentirlo. Al contrario, debemos defender el estudio de los clásicos porque los jóvenes, para forjar su carácter, necesitan ser desafiados, enfrentarse a los textos de los más grandes pensadores para cuestionarse radicalmente sus presuposiciones, para que acepten las condiciones y circunstancias precedentes en las que viven pero que ellos no han creado, para que, en definitiva, afronten el hecho de que la naturaleza humana no se divide tan fácilmente en bien y mal, sino que está llena de complejidad, matices y ambigüedad.

Es a través de la búsqueda del conocimiento que el individuo encuentra su propia voz, no un eco o una imitación de la voz de los demás. Esto significa que los jóvenes no encontrarán su voz, es decir, no podrán encontrarse a sí mismos si reniegan de los clásicos, de su legado, de su espíritu crítico. La búsqueda de esa voz es lo que da sentido al viaje de Yeonmi Park, Frederick Douglass y Martin Luther King Jr. Un viaje que muchos otros emprendieron aun a riesgo de ser asesinados. Ese es ideal que Occidente representa para ellos, y también para todos nosotros. Un ideal que debemos salvaguardar a toda costa porque no hay libertad sin conocimiento ni verdadero conocimiento sin libertad.


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