Comienza el primer día laborable de la cuarentena y me llegan por redes sociales las imágenes de metros y trenes de cercanías llenos de personas que van a su puesto de trabajo en hora punta, a lo largo de la mañana me llegan noticias de establecimientos, difícilmente definibles como de “primera necesidad” como heladerías o teterías, que han abierto sus puertas. ¿Es que no nos lo tomamos en serio?

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Hablo por twitter con propietarios de pequeños comercios y me aseguran que tienen que abrir, y tratan de encontrar un recoveco en el Real Decreto que declara el estado de alarma para considerar su campo de actividad como esencial.

—¿Realmente te merece la pena abrir?, le pregunté a uno de ellos, la gente no puede salir a la calle.

—No lo sé, pero tengo que facturar.

—Ya, pero te va a salir más caro abrir, aparte de que te pueden multar.

—Sí, pero al menos que vayan a trabajar mis empleados, que para eso les pago.

—Pues como uno esté infectado y contagie al resto no sé quién va a trabajar cuando esto se vaya solucionando.

En este entorno se agradece encontrar artículos con sentido común, como este de Eduardo de Porras que pide que sólo se vaya a trabajar si la función del trabajador es crítica y que, en caso contrario, se haga desde casa o, directamente, se cese la actividad.

Y es que el trabajar desde casa es, excepto en los casos en los que la presencialidad es crítica, la mejor solución para evitar contagios y mantener la actividad económica, al menos la de mayor valor añadido. Una solución que debe figurar en todos los planes de continuidad de negocio ante todo tipo de crisis.

Aun así, esto del teletrabajo recibe críticas de los propios trabajadores y de los comités de empresa, más empeñados en mantener condiciones laborales propias del Siglo XIX que del Siglo XXI. Así, en la red social profesional LinkedIn, encuentro comentarios que aseguran que el teletrabajo es para “pijos” solteros que viven en el centro, precisamente los que menos lo necesitan, y que no es aplicable a los que viven en pisos pequeños en la periferia o tienen hijos, cuando precisamente es esta modalidad de trabajo la que les evita los costosos desplazamientos al centro de trabajo y la que les permite compatibilizar mejor la vida personal con la familiar, sin que puedan faltar los que consideran que es imprescindible el contacto “personal” y los cafés con los compañeros, o los que exigen vivir en plena comunión con la naturaleza, en una zona remota sin ninguna conexión con el mundo civilizado, para lo cual están dispuestos a desplazarse todos los días al centro de la ciudad, en hora punta, en su 4×4 diésel.

En este artículo en LinkedIn propongo que, para que tenga éxito, el teletrabajo se acompañe de la utilización de herramientas informáticas de bajo coste, como las de Google o las de Office 365, se planteé un modo de trabajo por objetivos, dando autonomía a los trabajadores; que se automaticen al máximo las tareas eliminando en lo posible la intervención humana, y olvidarse de controlar la el horario de trabajo aumentando la confianza en la profesionalidad de la plantilla.

A estas propuestas se le pueden sumar las de algunos de los lectores del artículo, como la de que los directivos enfoquen el trabajo a lo que proporciona más valor a la organización y la de formar al personal en técnicas de mejora de productividad personal.

¿Y si es necesario que el trabajador vaya a su puesto?, algo que me han preguntado varias veces, en ese caso es importante minimizar las aglomeraciones formando equipos de trabajo más pequeños, más dispersos y con horarios de trabajo flexibles y escalonados.

Todas estas medidas tienen un coste, sí, pero debemos tener en cuenta que sufrir las bajas de los trabajadores que dan valor a la organización es mucho más costoso, y aportan ahorros importantes que pueden hacer que esta nueva forma de trabajar haya llegado para quedarse, como asegura este artículo.

Foto: Joseph Ngabo

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