¿Cuántos de ustedes aún recuerdan al cantante Rodolfo Chikilicuatre y el modo en cómo llegó, hace una década, a la fase final del concurso de Eurovisión? Allá por 2008, tras los fracasos cosechados por los candidatos salidos del programa “Operación Triunfo”, la popularidad del concurso había caído en picado. Con el objetivo de relanzar su audiencia, RTVE decidió modernizarse y abrir la elección del representante español de ese año a diferentes candidatos elegidos por el voto popular telemático.

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Contra todo pronóstico inicial, la audiencia prefirió la ironía y seguirle la broma a Andreu Buenafuente y a su equipo de la Sexta, quienes quisieron trolear a la cadena pública. Por voto popular, y no exento de polémica, el pseudo-regaetton “Baila el Chiki-Chiki” representó a España en la final de Belgrado de mayo de ese año. Dando una vuelta de tuerca más al gag, el concursante, ajustándose a las normas, tuvo que mandar una versión de la canción sin alusiones políticas, alusiones que, por supuesto, volvieron a aparecer en el directo de la final saltándose toda la reglamentación absurda y desactualizada del concurso. Este voto por el candidato paródico y la incorrección política es lo que en algunos sitios se dio en llamar el voto gamberro.

El voto por Chilkilicuatre no era un voto a favor de sus dudosas dotes artísticas, sino tan solo un voto contra la carcundia de los funcionarios de la canción

La razón por la que traigo a colación esta historia es porque ilustra muy bien este concepto, que es de lo que vengo a hablar hoy. Los chicos que se estrenaron como votantes en las pasadas elecciones autonómicas andaluzas han crecido como niños o adolescentes ejerciendo como troles que dan “zascas” en las redes sociales, que se han reído con el Chiki-Chiki y han votando o visto votar a sus mayores por el desprestigio de una institución apolillada como Eurovisión. La ficción humorística desvelaba la impostura estética de un concurso de la canción trasnochado, creado por la Unión Europea de Radiodifusión en 1956 para favorecer el incipiente proyecto de integración continental en la posguerra. El voto por Chilkilicuatre no era un voto a favor de sus dudosas dotes artísticas, sino tan solo un voto contra la carcundia de los funcionarios de la canción.

No quiero decir con esto que el partido VOX sea un partido paródico, pero sí lo es la representación que desde la Sexta y otros medios de izquierdas se ha dado del partido de Santiago Abascal. La demonización del partido liberal-conservador como el epítome de la encarnación de todos los antivalores de la izquierda, lo ha convertido en la carta perfecta para el troleo a esta izquierda cansina y trasnochada y los medios de masas que la apoyan. En este juego de rol en el que se ha convertido el espectáculo de la partidocracia española faltaba esta pieza en el tablero. Tablero en el que, gracias a las redes sociales, ahora jugamos todos.

En VOX lo saben, e, inteligentemente, se han prestado a alimentar ese fantasma y darle cuerpo a esa figura. El tono épico de la comunicación, con imágenes del propio Santiago Abascal como un llanero solitario a caballo, o como un integrante de los siete magníficos caminando con su equipo por la calle hacia un O.K. Corral con los separatistas ha sido fríamente calculada. Su barba de Leónidas es una clara referencia icónica y cinematográfica a los 300 espartanos de las Termópilas; y la gracia es que finalmente consiguieron que fueran casi 400.000 los que se congregaran para parar el avance del Imperio Persa de la corrección política, el multiculturalismo y la ideología de género. No deja de ser significativo que el partido español con más seguidores en Instagram, la red social más juvenil y visual, sea VOX. Algo que había alertado a “Juanito Libritos”, un profesor de historia, progre y gay, que, desde la red Twitter, demostraba no entender nada de las subculturas digitales de sus estudiantes.

En la prensa ha proliferado el análisis en caliente sobre las causas del ascenso del partido VOX. La opinología ha dado explicaciones de todo tipo, muchas alarmistas, que se preguntan de dónde han salido tantos “fachas” en España. Del franquismo es imposible, porque, como ha dicho Carlos Herrera, en realidad tras más de 40 años de la muerte del dictador, solo sigue vivo en la cabeza de los izquierdistas españoles. El análisis técnico detallado por municipio dará más claves interpretativas de este ascenso, de las que ya hemos dado algunas en la línea general más evidente.

Hay un voto ideológico, conservador y nacionalista español a VOX, pero que no se explica simplemente como un trasvase de los votos desde el Partido Popular

Hay, qué duda cabe, un voto ideológico, conservador y nacionalista español a VOX, pero que no se explica simplemente como un trasvase de los votos desde el Partido Popular o desde otras formaciones marginales; y todo pese al empeño de Mariano Rajoy por echar a todos los liberales y conservadores de su partido. A los analistas y opinadores les ha alertado que un partido que califican de extrema derecha haya cosechado tanto apoyo popular y proyecte en las encuestas unos resultados aún mayores en unas próximas elecciones generales. ¿Cómo es esto posible?

Mi tesis hoy es que el voto a VOX despista porque en buena parte no es un voto ideológico, sino un voto táctico o de protesta, un voto gamberro o de troleo. Hay gente que vota de modo táctico para desocupar del espacio del poder a la opción u opciones que consideran relativamente peores de las dos con posibilidades de ganar. Sólo así se explica el voto persistente por los partidos corruptos del bipartidismo todos estos años: no es que los españoles sean tontos, mezquinos o inmorales, sino que, entre las opciones posibles en este sistema, votan por aquella, por muy corrupta que sea, que permite echar o desplazar al que está en el poder o puede llegar al poder y que consideran relativamente más nociva para sus intereses particulares. Sin embargo, tras varias alternancias en la Moncloa, los españoles de izquierdas y de derechas nos hemos dado cuenta de que, como decía el eslogan de la película Alien vs Depredator, gane quien gane, perdemos todos.

Ciudadanos y Podemos son dos voladuras controladas, intentos de canalizar la ira del votante escéptico y tendente a la abstención

Hemos visto también cómo cuesta que aparezca cualquier alternativa al bipartidismo, que solo se ha permitido cuando la abstención ha ido creciendo y dejando sin base a este. Cuando las opciones se volvían levantiscas e incontrolables en su denuncia de la corrupción y demanda de una ley electoral más justa, estas eran dinamitadas por el conglomerado financiero-mediático del bipartidismo. Así  le pasó a UPyD por el centro y a todo lo que surgiera a la izquierda de IU-PSOE y a la derecha del PP en cualquier momento. Ciudadanos y Podemos son dos voladuras controladas, intentos de canalizar la ira del votante escéptico y tendente a la abstención, útiles para dividir el voto de derecha o izquierda, según conviniera. Todo para que siga ganando el bipartidismo, que resiste, convenientemente apuntalado por unos y otros, o los partidos nacionalistas periféricos.

Además del voto táctico, el voto de protesta también se ha reflejado en el voto a formaciones extraparlamentarias dispersas por las más diversas causas, el voto en blanco, el voto nulo -a veces humorístico, irónico o sarcástico- y sobre todo, la abstención, más o menos consciente o activa, más o menos desengañada o pasiva. Según explica el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Málaga Manuel Arias, el voto gamberro se expresa mediante este voto nulo -las ya clásicas rodajas de chorizo en el sobre, por ejemplo- o con el sobre vacío o con un papel blanco. Al final, pese a las interesantes tesis del difunto Antonio García-Trevijano y sus seguidores, la abstención tampoco es una solución, al menos no a corto plazo, para llegar a un cambio de la actual partitocracia. El espacio del poder, por muy poco legitimado que esté, siempre lo ocupa el más votado por poco que haya sido el respaldo.

El voto a VOX puede interpretarse, en buena medida, como un voto gamberro; un voto, como ha afirmado Antonio Escohotado, de hartazgo contra la corrección política del statu quo

¿Qué le queda al español medio para expresar su ira e impotencia ante un sistema bipartidista que lo vampiriza y que es la causa objetiva de todos sus problemas en la esfera pública? El voto a VOX puede interpretarse, en buena medida, como un voto gamberro; un voto, como ha afirmado Antonio Escohotado, de hartazgo contra la corrección política del statu quo.

Ya que los políticos no son ninguna solución sino el verdadero problema, creémosles los votantes el mayor número de dificultades posibles, parecen decirse. Al menos que den un espectáculo entretenido en el circo mediático de su marasmo. Meter en la ecuación del sistema un quinto o sexto partido nacional vuelve ingobernable cualquier parlamento constituido por un sistema de listas cerradas y de obediencia debida al partido. Más cuando se introduce en el sistema a la opción demonizada o apestada, incómoda en cualquier coalición posible o imaginable. Quizás no se han dado cuenta, pero el cordón sanitario es especular: rodea y separa tanto a los demonizados como a los demonizadores.

La diversión y gran ventaja de este voto gamberro es que con él es más difícil formar un gobierno estable y pasar rodillos legislativos. El voto a estas opciones populistas de izquierdas o derechas puede ser también un voto cínico, disolvente, nihilista, antipolítico o anarquista. La lógica de internet es la desintermediación de la cadena de suministro de bienes y servicios. La lógica que acabó con la vieja industria discográfica, editorial y de noticias, también terminará por llegar a la política. Solo así se puede explicar o entender que haya jóvenes, homosexuales, gitanos, afrodescendientes o mujeres apoyando la opción de Abascal. Quizás no sea tanto un voto a favor de sus ideas, como uno en contra de los insoportables cansinos que desde el poder intermediado las demonizan.

Foto: Daniel Aragay


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