Recuerdo mis primeras navidades en Nueva York. Había llegado al país en octubre, cuando el tiempo empezaba a advertirme de que mi chaqueta de pana no sería suficiente para afrontar los vientos helados que entran como cuchillas de hielo al cruce de una calle con una avenida. Las ciudad imprime un ritmo vital acelerado, pero es amable porque su gente lo es. El black friday marcó, como hace décadas, el inicio de las Navidades. Y empecé a escuchar “Happy holidays”. Entraba en una tienda, un desconocido se introducía en mi ascensor, saludaba a la cajera de un cine, compraba un zumo de naranja en un deli… “Happy holidays”.

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¿Por qué no mencionan la Navidad? ¡Claro! Lo hacen para facilitar también Janucá, algo lógico en una ciudad con tanta presencia judía. No. Me pasé de listo. Los medios de comunicación hablaban de que había aumentado la costumbre de felicitarse las fiestas, y no las Navidades, por otro motivo. Recuerdo, y me maravillo de haber encontrado, una intervención de Bill O’Reilly en la que advertía de que se trataba de “una guerra contra las Navidades” como parte de una política que busca borrar cualquier referencia al cristianismo en el espacio público. ¿Es así?

Felices Fiestas en lugar de Feliz Navidad

Lo cierto es que si miramos por el panopticón de Ngram, lo de “Felices fiestas”, al menos en inglés, no es nuevo. Es verdad que el ojo divino de Google no capta las conversaciones (eso lo hace nuestro iPhone, que nos escucha permanentemente y da pistas constantemente de nuestras conversaciones a los planificadores de anuncios); sólo observa y recuenta los libros. Pero nos da la pista de que en la época que va desde la Guerra de Secesión americana al final de la Reconstrucción y del fin de la II Guerra Mundial a la era de los Beatles se escribía con frecuencia “Felices fiestas”.

La expresión ‘Happy Holidays’ no tenía en su origen ningún tinte anticristiano

La primera oleada de felicitación de las fiestas coincide con el uso habitual de esa expresión en el Philadelphia Enquirer, que circuló con profusión por el bando unionista. La segunda coincide con un uso comercial masivo de la expresión. Andy Williams triunfaba cantando ‘Happy Holidays’. Aparte de que la palabra viene de holy day, es decir, día sagrado, la expresión no tenía ningún tinte anticristiano. Se identificaba con el período de adviento.

En uso le supera Happy Christmas y, sobre todo, Merry Christmas. Según una encuesta elaborada por la Mommouth University, dos de cada tres estadounidenses felicita la Navidad, y uno de cada cuatro las fiestas. Desde mediados de los 70’ la expresión ha aumentado en frecuencia, pero es en 1998 cuando da un salto. Y es entonces, también, cuando felicitar las fiestas adquiere un cariz más excluyente.

«Feliz Navidad» se convirtió en una expresión supuestamente ofensiva

Felicitar las fiestas y no la Navidad se había convertido en una forma refinada de evitar la ofensa a un desconocido, que puede no ser cristiano. “Navidad” hace referencia a la natividad, es decir, al nacimiento, de Jesucristo, y “Christmas”, es decir Christ-mass (misa), a la misa que se celebra con motivo de su nacimiento.

Evitar la expresión «Feliz Navidad» es una manifestación más de la corrección política, de la sumisión a un conjunto de códigos ideológicos

No se trata, como dice Bill O’Reilly, de una “guerra contra el cristianismo”, o al menos no como lo plantean él y otros. Se trata de una manifestación más de la corrección política, que es la sumisión a un conjunto de códigos ideológicos. Asumirlos es voluntario, pero no hay otra opción. Salirse del carro supone una condena expresa, una muerte civil que será efectiva en función de las respectivas fuerzas de culpables y verdugos, pero no de la voluntad de los inquisidores Torquemadas del momento.

Ocultar nuestra cultura, avergonzarnos de ella

Ese es el mecanismo general, pero ¿qué tiene que ver eso con las Navidades? Que uno de esos códigos ideológicos dicta que nuestra cultura (que, digámoslo ahora, es cristiana), es condenable y merece una histórica condena a la desaparición perpetua. Como es un mal, como es un obstáculo al progreso, nuestra cultura es opobiosa. Y mostrar sus manifestaciones a los demás es motivo suficiente para la ofensa. Ser como somos, hacer lo que hacemos, ofende, duele a los demás. De modo que tenemos que esconder lo que somos. Y, viceversa, hacerlo nos acostumbrará a asumir que nuestra cultura es oprobiosa, y la adhesión a ella debe ser estrictamente privada, como cualquier comportamiento vicioso.

Es verdad que felicitar las fiestas no tiene, por sí, nada contrario al cristianismo, y menos si lo que deseas es un happy holy-day. Es cierto, además, que el cristianismo que empapa nuestra sociedad ha permitido, cuando no favorecido, la integración de personas de distintas fés, incluso la fe en que Dios no existe. Y que felicitar a todos unas fiestas cuyo sentido es tan cristiano como el nacimiento de Jesús no puede ser anticristiano. No es eso. Es la actitud y la ponzoña ideológica de quienes se agarran a la palabra “fiestas” para amargárnoslas a todos. No vamos a dejarles.


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