Hemos asistido al espectáculo chavista de una manifestación de carácter reivindicativo organizada con todo el apoyo del poder. El hecho básico de la política es la existencia de un poder exorbitante, cuya presencia es escandalosa. Tanto, que tiene que convencernos de que nos pertenece a todos, lo cual no es cierto, y aún así no es suficiente. Necesita también de una ideología que le otorgue legitimidad.

Publicidad

El poder desgasta las ideologías que utiliza para justificarse, como la justicia social, la defensa del medio ambiente y demás. De modo que necesita renovarse. El feminismo radical le otorga una limpieza de cara al poder, así como nuevos instrumentos para inmiscuirse en nuestra vida.

Carol Hanisch, la feminista miembro de la New York Radical Women, popularizó el lema “lo personal es político” en un ensayo homónimo de 1969. Hanisch hablaba en él de los grupos de terapia, y la relación de éstos con la política. Niega que las mujeres necesiten hacer terapia, porque hacerlo supone dar por hecho que ellas tienen un problema. El problema es la sociedad en la que viven y, por tanto tiene un cariz político. A su juicio, “tenemos que cambiar las condiciones objetivas, no ajustarnos a ellas”. En consecuencia, “una de las primeras cosas que descubrimos en esos grupos es que los problemas personales son problemas políticos. No hay soluciones personales en este momento. Sólo hay acción colectiva para una solución colectiva”.

El feminismo radical le otorga una limpieza de cara al poder, así como nuevos instrumentos para inmiscuirse en nuestra vida

Esta posición se ha interpretado posteriormente en dos sentidos. Uno en el que afirma Hanisch con crudeza: los individuos no podemos salir por nosotros solos de los problemas que nos afligen. La sociedad nos condena a la injusticia, y sólo cambiándola a ella podremos resolver lo que llamamos problemas personales, y que es sólo la manifestación más cercana de la realidad social.

La otra interpretación es que las acciones individuales tienen una significación política. No he estudiado la cuestión con el necesario detenimiento, pero creo que la costumbre de desnudarse en público y pintar el cuerpo con soflamas encaja en esta idea.

La concepción, nacida dentro del feminismo radical, de que lo personal es político, es una bendición para el poder, porque le abre las puertas de nuestra casa. No hay ámbito estrictamente privado; todo lo que hacemos y decimos entra dentro del proceso político. Por eso señalaba Javier Benegas en su artículo el rol que cumple esta ideología al servicio del poder.

Pero no sólo hay una alternativa al radicalismo, sino que siempre la ha habido. El Instituto Juan de Mariana ha publicado un informe titulado ¿Es el feminismo dominante un movimiento liberador de la mujer? El informe aborda cinco grandes cuestiones: Una breve historia del movimiento feminista, la raíz biológica de algunas diferencias de carácter estadístico entre hombres y mujeres, la explicación económica de algunas diferencias también estadísticas en el ámbito económico, sexualidad, reproducción y mercantilización, y finalmente la violencia de género. Es uno de estos informes sobre los que volver una y otra vez para nutrirse de información e ideas.

La parte que nos interesa en este momento es la de historia de las ideas. Irune Ariño le dedica dos capítulos, el primero de carácter introductorio. En ellos nos recuerda que hay autoras que reclamaban para las mujeres ámbitos de actuación que les estaban vedados legalmente, o que no cuentan con una sanción por parte de la sociedad. Mary Wollstonecraft (casada con William Godwin, madre de Mary Shelley) entendía que la condición de la mujer mejoraría con un mayor acceso a la educación; algo que hoy no sólo damos por hecho sino que hay más mujeres que hombres en las universidades.

Otros autores liberales, como Condorcet o Herbert Spencer pusieron a la razón como base de los derechos de la persona, y reconocieron que en ese ámbito hombres y mujeres son iguales. Y dieron, así, una base radical para asentar la igualdad política de los ciudadanos, sin distinción de su sexo. Wendy McElroy describe el feminismo como “la creencia de que hombres y mujeres son política y moralmente iguales, y deben ser tratados como iguales”, y esta es la base de un liberalismo que es también feminismo.

El informe recoge, por ejemplo, la Declaración de Seneca Falls (1848), que concluía con estas palabras: “Habiendo asignado el Creador a la mujer las mismas aptitudes y el mismo sentido de responsabilidad que al hombre para que los ejercite, a ella le corresponden el derecho y el deber de promover las causas justas con medios también justos; y, especialmente en lo que se refiere a las grandes causas de la moral y la religión, le corresponde el derecho a enseñar, con él, a sus hermanos, tanto en público como en privado, por escrito y de viva voz, mediante todo el instrumento útil, y en toda asamblea que valga la pena celebrar”.

Eric Foner, el gran historiador estadounidense, dice en su libro The story of american freedom (1999) que “el feminismo era una extensión de los principios de mercado, individualistas y democráticos, del siglo XIX. Se refiere a la misma declaración». Y cuenta cómo un influyente tratado de los años 20’ de ese siglo decía: “nada puede ser considerado estrictamente nuestra propiedad, como la propiedad sobre nuestra persona”. Y ese concepto de auto propiedad era el instrumento de un movimiento feminista liberal, que avanzó por cierto de la mano del movimiento anti esclavismo. Mujeres como Lucy Stone y Elisabeth Cady Stanton dieron una base intelectual a un individualismo feminista y radical.

También cuenta cómo las feministas tenían al mercado, al trabajo a cambio de un salario, como una institución liberadora. Y tuvieron que luchar contra varios prejuicios, y no sólo conservadores: “En el siglo XIX, mientras que muchos trabajadores blancos habían estigmatizado el trabajar a cambio de un salario como una forma de servidumbre, muchas feministas veían al trabajo fuera del hogar como una fuente de autonomía. En la era progresista”, los defensores de los derechos de los trabajadores “lo veían como una prerrogativa del hombre”. La I Guerra Mundial cambió eso en los Estados Unidos y en el mundo desarrollado.

Hoy, ese feminismo liberal (nada que ver con lo que ha propuesto Ciudadanos con ese nombre), está representado por intelectuales como Christina Hoff Sommers, Wendy McElroy, Camille Paglia, María Blanco o Cathy Young, entre otros.

Es un feminismo que considera que todas las personas tienen el mismo valor como individuos, deben ser tratadas por igual por la ley, y ésta debe estar encaminada a asegurarnos la mayor libertad posible. Nada tiene que ver con lo que nos quiere vender el poder como feminismo; una mercancía envenenada al servicio del poder y de sus siervos.

Foto: Guille Álvarez