Freeman J. Dyson, era uno de los científicos en activo más prestigiosos y admirados. Su fallecimiento ha suscitado comentarios elogiosos en los principales periódicos del mundo y, naturalmente, en los medios académicos y universitarios.  A la edad de 17 años, en plena guerra mundial, Dyson ingresó a la Universidad de Cambridge. Entre sus maestros se encontraban Hardy, Littlewood y Mordell y, de hecho, sus primeras investigaciones versaron sobre teoría de números. También recibió educación en física de manos de algunos grandes maestros como Dirac, Eddington, Jeffreys y Bragg. En junio de 1943 se integró en la RAF para formar parte del equipo que calculaba la forma de hacer más eficaces las misiones aéreas. Al acabar la guerra volvió al Trinity College para completar su Bachelor   y allí publicó sus primeros artículos.  Además, tuvo la suerte de coincidir con Nicholas Kemmer, quien le enseñó teoría cuántica de campos.

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Al año siguiente, Dyson viajó a Cornell para comenzar la investigación en física teórica bajo la tutela de Hans Bethe. Allí se encontró con una fuerte tradición empírica, muy distinta de la tradición teórica en la que él había aprendido. En aquella época, el gran reto al que se enfrentaban los físicos americanos era la interpretación del experimento sobre los niveles de energía atómicos que Lamb, Rutherford, Foley y Kusch habían realizado en Columbia. En Cornell, Dyson consiguió determinar, usando la teoría cuántica de campos que había aprendido con Kemmer, algunas de esas magnitudes experimentales.

En Cornell también conoció a Richard P. Feynman, quien basándose en su poderosa intuición física había reinventado la mecánica cuántica y había encontrado un original modo (los ahora conocidos como diagramas de Feynman) de realizar los cálculos. Sus resultados eran más precisos y rápidos que los que Bethe podía obtener con métodos clásicos o que Dyson conseguía con la teoría cuántica de campos. Por aquel entonces Julian Schwinger, quien conocía la teoría cuántica de campos, consiguió dar una explicación teórica satisfactoria del experimento. Para ello, se ayudó de la teoría cuántica de campos, pero debido a que compartía los recelos de los físicos americanos respecto a ella, la utilizó de un modo encubierto, prefiriendo el formalismo matemático de las funciones de Green.

Dyson ha defendido que la ciencia ha de ser una actividad subversiva en contra de la autoridad y de los límites establecidos por la cultura dominante

Dyson consiguió armonizar ambos métodos y demostrar que las funciones de Green que Schwinger utilizaba, eran esencialmente la misma cosa que los “propagators” ideados por Feynman para realizar sus diagramas. El eficaz método de cálculo de Feynman fue así reconocido y legitimado y Feynman, Tomonaga y Schwinger ganaron el Premio Nobel de Física, en parte gracias al paper de Dyson. De todas maneras, el prestigio de Dyson ya era enorme y de hecho se le concedió, una cosa rarísima, la posibilidad de ser profesor en Cornell sin haber realizado formalmente el doctorado, tal era la calidad de los trabajos que había hecho antes de cumplir los treinta años.

A partir de los años cincuenta, y siendo ya miembro del Institute for Advanced Studies de Princeton, Dyson empezó una nueva línea de investigación en física del estado sólido. En este nuevo campo también escribió algunos trabajos que hoy en día son referencias básicas. También comenzaron sus escarceos con la ingeniería. Durante los años 1957 a 1961 colaboró en el Proyecto Orión que pretendía desarrollar un cohete espacial propulsado por energía nuclear. En 1958, participó en el diseño, fabricación y patente del reactor nuclear Triga, hoy día todavía en venta y usado, principalmente, en hospitales para la producción de isótopos de vida corta útiles para el uso clínico.

Más adelante ha participado, sin dejar de lado las matemáticas y la física matemática, en diversos proyectos de ingeniería, como la óptica adaptativa, el diseño y construcción de charcas de hielo junto con su amigo Ted Taylor y la mejora de artilugios para la detección de minas antipersonales junto con Paul Horowitz. Dyson ha destacado posteriormente en sus libros de divulgación la felicidad y diversión que le proporcionaron sus incursiones en el mundo de la tecnología y cómo “la vida de un inventor también da amplio lugar a la reflexión filosófica y a una activa relación con los grandes problemas del destino del hombre”.

Otros campos de gran interés para Dyson han sido la astronomía y la carrera espacial. Además, Dyson ha pertenecido durante mucho tiempo al grupo conocido como Jason, que asesora al gobierno norteamericano en materias de seguridad nacional, fue elegido Chairman de la Federation of American Scientist en 1962 y también colaboró con la Arms Control and Disarmament Agency.  Por último, hay que señalar que Dyson también ha fijado su atención en el problema del origen de la vida. Al respecto ha propuesto una nueva línea de investigación mediante un modelo matemático que contempla la posibilidad de un origen “doble” de la vida, en el que el metabolismo precede a la duplicación.

Además de su obra estrictamente científica, publicada por la American Mathematical Society (Selected Papers of Freeman Dyson, 1996) Dyson se ha convertido en un escritor relativamente popular a través de una docena de libros, traducidos a casi todas las lenguas, en los que ha desarrollado sus ideas filosóficas, sus visiones de la tecnología y el futuro, y en los que no se ha hurtado a ninguna de las cuestiones más polémicas del mundo contemporáneo, porque Dyson compartía con su amigo Feynman la idea de que la ciencia necesita ser escéptica, incluso irreverente, y que es muy peligroso rendirse ante supuestas evidencias. En concordancia con esta actitud, Dyson ha defendido que la ciencia ha de ser una actividad subversiva en contra de la autoridad y de los límites establecidos por la cultura dominante. El científico ha de seguir sus propios instintos por delante de los principios filosóficos y las demandas sociales, ha de poseer un espíritu rebelde que no entre en contradicción con la búsqueda incondicional de la excelencia y el rigor intelectual. Se refiera a una rebeldía reflexiva impulsada por la razón y el cálculo más que por la pasión y la rabia. También ha defendido que la ciencia necesita de algunos herejes que pongan en duda los dogmas prevalecientes. Basten dos ejemplos muy ilustrativos, de ese carácter rebelde frente a las verdades supuestamente bien establecidas:

En 2017, Edge, le preguntó sobre la inteligencia artificial y sobre si las máquinas podrían pensar. Su respuesta: “No creo que tales máquinas existan o que sea verosímil que puedan existir en el futuro previsible. Si estuviese equivocado, como lo estoy frecuentemente, cualquier pensamiento que pudiera tener sobre la cuestión sería irrelevante. Si estuviera en lo cierto, toda la cuestión sería irrelevante”.

Otro tema muy polémico es su crítica al alarmismo de algunos climatólogos respecto a las supuestas catástrofes con que nos amenaza el clima. Dyson estimaba que los modelos matemáticos empleados dejan bastante que desear, y veía en sus afirmaciones más negativas un sesgo más religioso que científico

Otro tema muy polémico es su crítica al alarmismo de algunos climatólogos respecto a las supuestas catástrofes con que nos amenaza el clima. Dyson estimaba que los modelos matemáticos empleados dejan bastante que desear, y veía en sus afirmaciones más negativas un sesgo más religioso que científico. El modelo de ciencia basado en datos masivos que se trabajan con computadores no le parecía nada estimulante porque, como dijo con ironía, si no funciona en neurología, se puede emplear en climatología, incluso en Wall Street. Le parecía, además, que la humanidad tenía mayores y más urgentes problemas que el climático, que el calentamiento global podría tener aspectos positivos, que estábamos lejos todavía de entender el clima, y que todos los males que anuncian los catastrofistas se podrían resolver con biología y tecnologías imaginativas, plantando un billón de nuevos árboles, por ejemplo[1].

Dyson creía que la ciencia es interesante porque está llena de misterios sin resolver. Pese a la precisión y sofisticación de nuestro conocimiento científico más avanzado, piensa que estamos muy lejos de la solución de los misterios del universo y de la vida. Dyson afirmaba que su vocación de científico “no se debía al deseo de entender los misterios de la naturaleza. Nunca me senté a tener pensamientos profundos. Nunca tuve la ambición de descubrir un nuevo elemento o curar una enfermedad. Simplemente disfrutaba calculando y me enamore de los números. La ciencia era apasionante porque estaba llena de cosas que podía calcular”, o que “la ciencia es la práctica de un oficio especializado, más próximo a la fabricación de calderas que a la filosofía”. Dyson mantenía una actitud muy abierta hacia la evolución de la ciencia, de manera que pensaba que la ciencia del futuro y sus modos de pensamiento nos podrían resultar tan extraños como nuestra ciencia lo sería para los griegos

En opinión de Dyson la gran pregunta de nuestro tiempo es cómo asegurarnos de que el continuo avance científico beneficiará a todo el mundo en vez de ampliar la distancia entre ricos y pobres, el desempleo o la ignorancia. La respuesta a esta pregunta incumbe, a juicio de Dyson, a la ciencia pues el científico debe rebelarse contra la pobreza, la fealdad, el militarismo y la injusticia económica. Los emprendedores tecnológicos han de unir fuerzas con las organizaciones humanitarias y religiosas para dar un peso político a la tecnología y la ética y ser capaces de combatir las grandes desigualdades del mundo actual.

Dyson se declaraba cristiano y consideró que la religión es una parte ancestral y preciosa de la herencia humana. Reconoce que no hay ninguna forma rigurosa de responder a la pregunta de si las religiones han hecho más bien que mal a la humanidad, pero cree que los beneficios de la religión sobrepasan a los daños en la historia. La religión es apasionante porque, al igual que la ciencia, está llena de misterios por resolver. La religión, como también lo son la ciencia, el arte la literatura y la música, es un modo de entendimiento que nos da pistas sobre un parte mental o espiritual del universo que trasciende al universo material. La ciencia y la religión ofrecen versiones parciales de un mismo universo. Ambas visiones son parciales e incompletas, pero, a juicio de Dyson, son meritorias y han de ser respetadas.

Todas las fotografías que he visto de Dyson, le muestran sonriendo, le gustaba ironizar y disfrutar, y creía, de hecho, que el afán de jugar y divertirse era algo consustancial a la vida humana, y la mejor cualidad que podría tener un investigador o un emprendedor. Se trata de una sonrisa que no es incompatible con reconocer el mal, el sufrimiento y el peligro, pero que expresa confianza en la vida, esperanza y empeño en que la inteligencia salga adelante.

Para leer a Dyson

J. Dyson, El infinito en todas direcciones, Tusquets, Barcelona, 1991.

J. Dyson, De Eros a Gaia, Tusquets, Barcelona, 1994.

J. Dyson, Mundos del futuro, Crítica, Barcelona, 1998.

J. Dyson, El Sol, el genoma e Internet, Debate, Madrid, 2000.

J. Dyson, Los orígenes de la vida, Cambridge U. Press, Madrid 1999.

J. Dyson, El científico rebelde, Debate, Madrid, 2008.

F. J. Dyson, Sueños de cielo y tierra, Debate, Madrid, 2017.

Nota. Este artículo recoge ideas de un texto del autor y Manuel González Villa publicado en: Juan Arana, Ed. La cosmovisión de los grandes científicos del siglo XX. Convicciones éticas, políticas, filosóficas o religiosas de los protagonistas de las revoluciones científicas contemporáneas, Tecnos, Madrid 2020.

[1] De hecho, firmó la “World Climate Declaration that there «is no Climate Emergency».

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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web