Dicen que 2017 fue el annus horribilis de las Redes Sociales, porque fue entonces cuando dejaron de ser vistas como entornos democratizadores y pasaron a ser consideradas una amenaza para la democracia. Ese año se sumó a esta nueva visión alarmista el hoy converso Sean Parker, creador en su día de Napster y primer presidente de Facebook en 2004, que el 8 de noviembre en un acto de la firma Axios en Filadelfia se declaró arrepentido de haber impulsado Facebook.

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Según transcribía Joseba Elola en el diario El País, el bueno (ahora) de Parker confesó que para conseguir que la gente se enganchara a la red, era preciso generar descargas de dopamina, breves instantes de felicidad; y que estas descargas correrían a cargo de los me gusta de los amigos. “Eso explota una vulnerabilidad de la psicología humana”, explicó Parker. Y añadió compungido: “Los inventores de esto, tanto yo, como Mark [Zuckerberg], como Kevin Systrom [Instagram] y toda esa gente, lo sabíamos. A pesar de ello, lo hicimos”.

En este acto de contrición había un cierto paralelismo con la iniciativa #MeToo, donde un grupo de actrices de Hollywood emprendieron una campaña de “empoderamiento” femenino, basada en denunciar agresiones y abusos sexuales largo tiempo silenciados. De pronto, tras décadas de espléndidas transacciones económicas a cambio de silencio, entonaron el mea culpa…

Una vez el enriquecimiento se ha consumado, estos arrepentimientos tienen mucho de amortización interesada y muy poca autenticidad

Una vez el enriquecimiento se ha consumado, estos arrepentimientos parecen más una amortización interesada que auténticas denuncias. Que mucho tiempo después tanto las enriquecidas actrices de la plataforma #MeToo como el millonario Sean Parker, se revolvieran contra la mano que les dio de comer resultaba sospechoso. Ssus golpes en el pecho no llevaban aparejada la renuncia a su fortuna; todo lo más, sacrificaban simbólicamente a la gallina una vez que está ya había puesto todos sus huevos. Nunca un arrepentimiento fue tan económico.

Una descarnada lucha por la influencia… y el dinero

Desde luego, las empresas que controlan las redes sociales pueden y deben mejorar. Como también pueden y deben mejorar, y mucho, los diarios que tratan al público como si fuera menor de edad. Diarios que, en el caso de EEUU, han logrado la cuadratura del círculo; es decir, que, según sus informaciones, sus enemigos se equivoquen hasta cuando aciertan. De la mejora de algoritmos en las redes sociales al linchamiento media un abismo… un sospechoso abismo, en cuyas profundidades resuena poderoso el grito de guerra lanzado por George Soros.

De la mejora de algoritmos en las redes sociales a su linchamiento media un sospechoso abismo, en cuyas profundidades resuena poderoso el grito de guerra lanzado por George Soros

De pronto, las mismas redes antaño símbolo de la liberadora globalización, que viralizaron el “Yes We Can” de Obama y fueron imprescindibles para el triunfo electoral del “bien” en los Estados Unidos, han devenido en máquinas demoniacas que, a lo que parece, sólo propagan posverdades.

George Soros

Aquellos maravillosos inventos que reprodujeron decenas de millones de veces el vídeo hip hop de Black Eyed Peas, que nos permitieron seguir en tiempo real la Primavera árabe y propagar la democracia a escala mundial, se han vuelto de pronto en la encarnación del mal, un demonio al que de una forma u otra hay que someter.

Con la victoria de Donald Trump en 2016 el idilio con las redes sociales quebró y devino en una guerra sin cuartel, donde las presiones, no ya a las empresas sino directamente a los nombres propios, a sus propietarios son cada día más indisimuladas.

No es casual que el «arrepentido» Sean Parker fuera más allá de citar a Twitter y Facebook y nombrara a sus máximos responsables con nombres y apellidos. Porque una cosa es arremeter contra una compañía que, amparada en su marca, sus recursos jurídicos y el servicio que presta al público, puede resistir, y otra distinta colocar en el punto de mira a la persona para que este a expensas de los juicios morales y la cancelación social.

Atacar a unas redes sociales a las que se han acostumbrado cientos de millones de individuos es complicado, pero trasladar la presión del pánico moral a quienes las dirigen es bastante sencillo y eficaz. Una vez señaladas las personas, y no las entidades, el linchamiento social se convierte en una amenaza muy disuasoria.

¿Pero que hay de verdad y qué de interés en esta cruzada contra las redes sociales? De verdad, poca ; de interés, mucho. Está ocurriendo con las redes lo mismo que con la democracia, que es muy buena y deseable cuando nos da la razón y el poder. Pero cuando no nos da ni la razón ni el poder, se cuestiona.

Durante la campaña presidencial de EEUU de 2016, cada noticia falsa en Facebook a duras penas alcanzaba el millón de interacciones; mucho menos de lecturas

Explicaba en otro artículo la verdadera magnitud de la supuesta amenaza, tomando como referencia la campaña presidencial norteamericana 2016. Durante esa campaña, cada noticia falsa en Facebook a duras penas alcanzaba el millón de interacciones; mucho menos de lecturas. Para entender la verdadera proporción de la supuesta “amenaza”, en los Estados Unidos un diario online especializado, no generalista, produce constantemente contenidos que, en apenas 48 horas, alcanzan el millón de lecturas (verdaderas lecturas, no acciones ni interacciones, como es marcar un me gusta en algo que en realidad no se ha leído).

Si es así en medios especializados, cuyas audiencias son limitadas, ¿qué difusión alcanzarán los grandes diarios cuyas cifras de usuarios mensuales oscilan entre los 50 y los 140 millones y que, además, cuentan con plantillas de hasta 600 periodistas y potentes equipos de RRSS, dedicados a generar y difundir contenidos a todas horas, no siempre ni mucho menos veraces? La desproporción sería estratosférica si además sumáramos el alcance de los grandes canales televisivos.

Hay una gran diferencia entre leer, interactuar, compartir o simplemente añadir un comentario en un contenido de Facebook, y estar automáticamente de acuerdo con él. ¿Qué fue del lema “compartir no es avalar”? El verdadero peso estadístico de una noticia falsa está en su polémica, su discusión y sus consiguientes interacciones; no en la aceptación.

El público se ha convertido en la víctima colateral de un ajuste de cuentas del poder tradicional contra las nuevas tecnologías

En realidad, los medios tradicionales, para amplificar la desconfianza en las redes sociales, lo que están haciendo es calificar al público de idiota. Un disparate no por compasión, sino por simple improbabilidad estadística. Sin embargo, el público se ha convertido en la víctima colateral de un ajuste de cuentas del binomio políticos-prensa contra las nuevas tecnologías. La democratización de la información no interesa al Poder.

También en España

Esta actitud no es exclusiva de los Estados Unidos, se reproduce en todas partes; también en España. Resulta paradigmática una columna de Juan Luis Cebrián titulada La prensa libre, frente a la posverdad, en donde llega a apelar a “los valores del liberalismo clásico” para exigir —he aquí el quid de la cuestión— que “los medios de referencia recuperen su papel central”. Traducido al español claro: que los diarios tradicionales sigan siendo los únicos creadores y, sobre todo, los únicos controladores de la opinión pública. El mismo que semanas antes confundía interesadamente la legítima reacción popular contra la asonada de los secesionistas con un brote psicótico de centralismo, reclamaba el derecho de los diarios a seguir monopolizando la mentira.

Las redes sociales están sirviendo a los españoles para fiscalizar a sus políticos, cosa que los medios tradicionales difícilmente harían de manera tan eficaz; mucho menos de forma desinteresada

Era lógico que Cebrián cargara contra la posverdad, es decir, contra la pérdida de influencia de los viejos medios en beneficio de las redes sociales. Al fin y al cabo, las redes han resultado claves a la hora de dinamizar al público español y presionando a nuestros políticos. Es decir, las redes sociales están sirviendo a los españoles para fiscalizar a sus políticos, cosa que los medios tradicionales difícilmente harían de manera tan eficaz; mucho menos de forma desinteresada, sin ninguna contrapartida.

Nos encontramos en un momento crítico, donde las viejas estructuras de poder intentan por todos los medios regresara al pasado, donde un puñado de magnates, intelectuales, políticos y periodistas confeccionaban el menú informativo y las noticias eran habas contadas. Internet ha roto este viejo esquema de poder. Pero sus viejos beneficiarios no se dan por vencidos.


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