Los virus son entidades sin autonomía propia para poder realizar funciones vitales que permitan considerarlos seres vivos1,2. Los mecanismos evolutivos que les dieron origen son todavía un misterio y desafían las teorías más ampliamente aceptadas sobre el origen celular3. Recordemos brevemente que en el lenguaje científico una teoría es un conjunto de hipótesis falsables que han sido probadas empíricamente. Son varias las hipótesis propuestas, pero nos centraremos en tres: pudieron originarse a partir de sistemas básicos precelulares que carecían del resto de elementos para ser independientes, o bien de células ancestrales que fueron perdiendo su maquinaria adoptando un estilo de vida parasítico, o tal vez simplemente por partes de elementos celulares encapsulados e incapaces de regenerarse con autonomía propia1,2.
Aunque son muchas más las explicaciones propuestas sobre el origen evolutivo de los virus ninguna cuenta con la evidencia suficiente para erigirse como la única correcta porque todas ellas podrían serlo al mismo tiempo1,2; es decir, no son hipótesis inter-excluyentes. Los virus pueden ser de dos principales tipos según su material genético, virus de ARN o de ADN4. COVID-19 es un virus de ARN5, una molécula más inestable que el ADN y por tanto con mayor facilidad de mutación6, de ahí la dificultad de hallar una vacuna contra este tipo de virus7.
Se estima que cada año se producen entre 250.000 y 500.000 muertes asociadas a influenza8 (gripe), aunque estudios de metadatos con mayor precisión estimaron rangos de 291.243 / 645.832 fallecimientos anuales9 con un total de casos que la OMS sitúa en 1.000 millones de personas infectadas anualmente10.
En los orígenes de la crisis del COVID-19 fueron muchas las voces que se apresuraron a difundir mensajes tranquilizadores, a modo de paños calientes, incurriendo en lo que el Dr. Gaona denominó “tranquilizamiento borreguil”
Con el paso de los años la incidencia de la gripe no ha hecho sino aumentar11, suponiendo en la actualidad una gran carga para los sistemas sanitarios, los recursos humanos y el sistema económico a nivel mundial. Del mismo modo, la gravedad del COVID-19 no sólo radica en un mayor peligro biológico respecto a su análoga la gripe, sino también en el posible colapso de los sistemas sanitarios y la entrada en recesión de economías no completamente recuperadas de la Gran recesión de 2008. Así pues, la crisis del COVID-19 supone un reto enorme a escala global, frente al que no se ha reaccionado en un principio todo lo bien que habría sido deseable, en especial en determinados países.
La señal
El domingo 27 de enero de 2020 se publicaron los datos del día en la web de la Johns Hopkins University12,13 del nuevo virus de Wuhan: 4.275 contagios y 106 fallecidos14. De estos se derivaba una letalidad en tiempo real del 2,5%, sin tener en cuenta la resolución de los casos de pacientes que todavía estaban ingresados. Unas cifras crudas muy superiores a las de la gripe estacional que, en España, en la peor temporada (2017-2018) sumó 15.000 muertes respecto de 752.000 contagios según el SVGE15, con una letalidad estimada, teniendo en cuenta los contagios totales, del 0,1% 16. Pese a ello, muchas voces en los “medios de desinformación” presagiaban un rápido final de este nuevo virus al igual que sucedió con el SARS. Pero pocos días después, concretamente el sábado 9 de febrero, tuvo lugar un punto de inflexión en la guerra biológica contra la nueva enfermedad: el COVID-19 superó las 916 muertes del SARS17.
La confusión entre porcentaje de fallecidos y peligro biológico
Es común la confusión entre las dos principales medidas de fallecimientos: la tasa de mortalidad y la de letalidad. Tratearé de aclararlo.
La tasa de mortalidad se define como el número de fallecimientos en una población por una causa18,19,20 multiplicado por una potencia de 10. Es común expresar el número de fallecimientos por cada 1.000 o 10.000 habitantes totales si la tasa es pequeña. Por eso habrá usted leído o escuchado días atrás que la gripe tiene una mortalidad del 0,015%16. Así, la tasa de letalidad se define como el número de fallecidos entre los afectados por una determinada causa18. Aplicando este concepto al caso de la gripe obtendríamos una letalidad del 0,1%16, que dista mucho del 50%21 del ébola y del 10% del SARS22. Así pues, podría pensarse que una letalidad del 2,5% del COVID-1923 lo sitúa en un riesgo biológico menor que el SARS. Sin embargo, no es el caso del COVID-19, un virus de menor letalidad que el SARS17,23 pero mayor capacidad de contagio y letalidad que la gripe24. Por tanto, es un grave error asociar la baja letalidad del COVID-19 con un bajo riesgo de peligro biológico: su mayor capacidad de propagación supone un mayor número absoluto de muertes bastante apreciable.
Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de los Estados Unidos, aseguró recientemente que el virus de Wuhan tiene una mortalidad 10 veces superior a la de la gripe, enfatizando la importancia de la prevención como principal estrategia de combate
Son numerosas las estimaciones que se han hecho respecto a los futuros fallecimientos que pueda ocasionar el COVID-19. No obstante, todavía no ha llegado a su apogeo posiblemente por las estrictas medidas de contención del gobierno chino. Algunos autores predicen 1,5 millones muertos en un año, el triple que la gripe25. Anthony Fauci, inmunólogo estadounidense y director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, aseguró recientemente que el virus de Wuhan tiene una mortalidad 10 veces superior a la de la gripe, enfatizando la importancia de la prevención como principal estrategia de combate26.
COVID-19 es más contagioso que la gripe
Analicemos detalladamente el ritmo reproductivo básico (R0) o número de contagios generados por cada persona infectada. Según la OMS para el caso del coronavirus de Wuhan se situaría en 1,4-2,5. Sin embargo algunos autores, mediante un análisis de la bibliografía más reciente (desde el 1 de enero al 1 de febrero 2020), estiman un R0 medio de 3,2824, que es considerablemente superior al 1,2-1,6 de la gripe27 y similar al SARS28. Con una mayor incidencia en los hombres (58,1%), personas mayores de 65 años y sujetos con patologías previas29. Lo que explicaría en parte el elevado número de muertes de Italia, puesto que en este país el 23% de la población tiene más de 65 años30.
¿Por qué ahora cunde el pánico entre la población?
De pronto asistimos en España a un inevitable estallido de la alarma, la cuarentena de la capital y el desabastecimiento de determinados productos farmacéuticos y otros suministros, y cabe preguntarse: ¿por qué cunde el pánico ahora y no antes? La respuesta la tenemos en la infodemia.
En los orígenes de la crisis del COVID-19 fueron muchas las voces que se apresuraron a difundir mensajes tranquilizadores, a modo de paños calientes, incurriendo en lo que el Dr. Gaona denominó en su cuenta personal de Twitter “tranquilizamiento borreguil”31. Cadenas de televisión como TVE y Antena 3, a través de médicos y divulgadores que no mencionaremos, realizaron afirmaciones y difundieron mensajes erróneos como, por ejemplo, que el COVID-19 era como una gripe. Lo cual era manifiestamente falso, tal y como he explicado con anterioridad en este mismo post. Pero, aunque fuera cierto, esta epidemia supondría un grave problema porque, como explicaba la viróloga Margarita del Val32, el sistema sanitario no podría soportar la carga de una “gripe” añadida a las ya soportadas.
Esta ha sido la principal mentira, quizá la más irresponsable, pero existen al menos otros tres mensajes falsos que se han difundido con reiteración:
“La mascarilla no es 100% eficaz, por lo tanto, no es necesaria”. En efecto, las mascarillas no son eficaces al cien por cien, pero la del tipo ffp2 puede filtrar el 92% de las partículas y hasta el 98% en el caso del tipo ffp333. Por lo que, de haber stock suficiente, sería una medida eficaz para frenar la propagación. El problema surge cuando, por falta de previsión, hay desabastecimiento, y los políticos y el sistema piramidal de la información se ven obligados a difundir ciertos mensajes para contener la vorágine popular, aunque hacerlo implique decir medias verdades. ¿No habría sido más racional, honesto y pragmático tomar medidas como limitar su exportación, tal y como hizo Francia con sus mascarillas, o fabricar en mayores cantidades como se hizo en China? Esta anticipación no ha existido en el gobierno español, que con su desidia y consiguiente desabastecimiento no ha dejado otra alternativa a la población que renunciar a las mascarillas para no perjudicar a los profesionales del sistema de salud, nuestros mayores y demás grupos de riesgo.
“El gel hidroalcohólico no es más eficaz que un jabón de manos”. COVID-19 es un virus de envuelta lipídica34 y por tanto se ve afectado seriamente por los productos detergentes. No obstante, la facilidad de uso y la capacidad de penetración del alcohol 70 lo hacen un buen producto de desinfección rápida que se encuentra en cualquier laboratorio y ambiente sanitario por su mayor eficacia frente al jabón para la desinfección de manos35. Además, forma parte de las recomendaciones de la OMS dirigidas al personal sanitario36. Nuevamente, ante la imprevisión y el desabastecimiento, la maquinaria gubernamental y periodística, tan íntimamente ligadas entre sí, optan por difundir afirmaciones erróneas.
“No es necesario aplicar medidas restrictivas de manera preventiva”. Si algún suceso ha quedado en los anales de la epidemiología fue la gripe de 1918. Y con este, las dos líneas de actuación posibles que ejemplificaron la ciudad de St. Louis y la ciudad de Philadelphia, en los Estados Unidos. Mientras St. Louis optó por anticiparse al crecimiento exponencial de la epidemia poniendo en marcha “múltiples medidas no farmacológicas”, como el cierre preventivo de colegios, cancelación de viajes, eventos, etc., Philadelphia optó por la estrategia de aplicar estas medidas progresivamente, según el desarrollo de la epidemia. El resultado fue una mayor mortalidad y pico de crecimiento37 en Philadelphia respecto de St. Louis.
En el caso de España parece evidente cuál ha sido la línea de actuación elegida por el gobierno que, por lo que parece, no se molestó en analizar un antecedente tan notorio como la epidemia de gripe 1918.
Pero no todo son malas noticias en la crisis COVID-19. Cada vez son más los científicos que se atreven a hablar alto y claro, como el profesor Michael Baker, del Departamento de Salud Pública de Nueva Zelanda, que el 5 de marzo 2020 advirtió en una entrevista telefónica sobre la importancia de las transmisiones silenciosas en pacientes asintomáticos38. O como la española Margarita del Val, investigadora del CSIC, que ha señalado claves fundamentales para entender la verdadera importancia de la crisis COVID-19, como, por ejemplo, el hecho de que para colapsar un sistema sanitario es suficiente con que el 1% de la población enferme en unos meses32. Y para demostrarlo nos recuerda el caso de Lombardía, en Italia, que colapsó con alrededor de 350 casos por millón de habitantes, muy lejos de ese 1% (10.000 casos por millón)32. Según explica del Val, el sistema sanitario absorbe el 1% de los casos de gripe que se producen en España, por lo que el COVID-19, que puede hacer “enfermar (grave o crítico) a un 17% de la población”32, llevaría al sistema sanitario al colapso si no se actúa con decisión para ganar tiempo.
La realidad siempre se impone
Las personas de a pie debemos tomar conciencia y pasar a la acción aplicando los procedimientos y medidas de higiene que sean necesarios, por incómodos que puedan resultarnos; también limitando nuestros movimientos y relaciones sociales en la medida de lo posible, porque si no lo hacemos ponemos en riesgo, no ya nuestras vidas, sino las de los demás. Todos, como individuos, tenemos una gran responsabilidad, de nosotros depende la resolución de la crisis COVID-19. El personal sanitario e investigador trabaja contrarreloj. Estos héroes anónimos de bata blanca necesitan y merecen el apoyo y la colaboración de una sociedad consciente y responsable.
Lamentablemente, durante demasiadas semanas desde la política se ha tendido a normalizar esta epidemia para evitar otra amenaza: el miedo. Esta normalización patológica ha negado el problema, lo ha invisibilizado para muchos ciudadanos. Y la invisibilidad es la más peligrosa ventaja que se puede ceder a una enfermedad infecciosa. Hay quien cree que el fin justifica los medios y que privar a la población del conocimiento redunda en un mayor bienestar y calma social. Nada más lejos de la realidad. Antes o después, la realidad siempre se acaba imponiendo. Cuando sucede, el ciudadano adormecido, sedado y dócil despierta aterrado de su letargo, desconfiando del Estado y sus paternales cuidados. Entonces, estalla una nueva epidemia altamente contagiosa: el pánico. Para hacerla frente, la mejor terapia es la transparencia, el conocimiento, la aplicación de la ciencia… y la actitud adulta y responsable de cada uno de nosotros.
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