La familia, la escuela, el trabajo, la amistad necesitan ser fiables. Las marcas publicitarias saben muy bien lo que cuesta conseguir un nombre porque la confianza se consigue con mucho esfuerzo y constancia.  Sin embargo, el contexto socio cultural y económico está sembrado de inseguridades e incertidumbres. La desconfianza y el desencanto dominan el análisis del escenario español político, mediático e institucional.

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Los movimientos populistas de uno y otro lado alimentan este recelo,  a los que se suman los miedos económicos y sociales, aderezados por la corrupción, inmigración, globalización, vulneración de los valores individuales y sociales, que retratan una sociedad vulnerable y temerosa. Una desconfianza que aumenta con los medios de comunicación, que atrincheran a sus simpatizantes en posiciones brindadas, que refuerzan las ideas personales, que estandarizan la opinión y criminalizan la discrepancia.

El despotismo de lo banal, articulado en las vivencias emocionales, donde el like marca el guion y el ritmo de la agenda emocional, y de paso cultural y social, orillan la razón y el juicio. No es suficiente con tener emociones, hay que ostentarlas, y sobre todo compartirlas. Único modo de parecer alguien sensible y empático, y satisfacer los motores de búsqueda en la Red, que ceban sus lupas en la infinitud de conversaciones y etiquetados. Unas bases de datos que  conforman los perfiles y patrones, que a su vez articulan identidades en torno a cualquier “ismo”, que evite el debate en la complejidad, incluso que pueda exigir autocrítica. La publicidad hace tiempo que lo sabe y así son sus estrategias de marca, confirmar las creencias de cada usuario en las bondades de sus productos o servicios.

El diseño de campañas y estrategias que enervan desde la polarización política, evita hablar de otras necesidades que sí nos preocupan, muy próximas a nuestros bolsillos y valores

El panorama informativo ha construido una realidad muy bien abonada en la mentira y la desinformación. El informe European Commission, despliega un cuestionario con diferentes dimensiones de las noticias falsas, como son la evaluación de las medidas ya adoptadas por las plataformas en línea; las organizaciones de medios de comunicación y las organizaciones de la sociedad civil para contrarrestar esta era de la desinformación.

Una posible hipótesis de trabajo es la conexión entre una disposición para la sospecha sobre la información recibida y la creciente tendencia a creer en diferentes teorías de la conspiración. De modo, que el grado de saturación de estímulos e información que recibimos predispone un menor juicio crítico. Los espacios y los tiempos que los medios de comunicación y las redes sociales ofertan cada día para debatir las diferentes conspiraciones, no se dedican al análisis de las causas y consecuencias que afectan a nuestros intereses y necesidades cotidianos.

El diseño de campañas y estrategias que enervan desde la polarización política, evita hablar de otras necesidades que sí nos preocupan, muy próximas a nuestros bolsillos y/o valores. Un clima de la sospecha suficientemente alimentado por el constante tráfico de dosieres,  en los que han estado implicados los servicios secretos y ministerios, como se indica en “El juego de los dosieres”.

La industria de la comunicación en general y los medios de comunicación en particular exhiben los llamados “reportajes de investigación” con los datos obtenidos por estos dosieres, debidamente encargados a sus “elegidos”, que conforman la agenda de noticias y los estados de opinión. Un periodismo clientelar, que refleja la tozuda evidencia de quienes recogen la información, la falsean, y quienes la reciben, unos usuarios que bien no quieren o no pueden identificar la falsedad, bien porque la obvian o la permiten. Resulta sarcástico llamar periodismo de investigación, que la mayoría de las cadenas y cabeceras venden como exclusiva, a lo que se cocina entre bastidores, producto del pasteleo entre políticos e informadores.

La crisis de confianza empuja la búsqueda de lugares seguros. La incertidumbre, las dudas y extrañezas individuales, invita con un importante efecto placebo a sentirse seguro en el grupo, en la adherencia a una ideología, en la identificación con una corriente de opinión, moda o ismo, que invocan y provocan la emoción y la visceralidad, y alejan el juicio contrastado.

Desde finales de 2009, Google cambió su algoritmo, sus ingenieros operaron una secuencia de indicadores personales (navegador, otras búsquedas previas, lugar y tiempo de conexión, dispositivo utilizado…). Empezamos a encontrar lo que somos según los datos que el buscador conoce de nosotros. Es un  verdadero engorro cambiar la configuración de una red social, en particular si es Facebook,  como lo es buscar algo diferente, a lo que esperamos encontrar. El filtro burbuja, acuñado por Pariser, agrupa a los usuarios por nichos afines. Si tienes determinado color político, eres atlético o madrilista, vegano o carnívoro, animista o animalista, siempre tendrás fácil encontrar a otros que piensan, y sobre todo se emocionan con lo misme que tú.

Lo que unos llaman democratización de la cultura en el universo abierto del ciberespacio, otros señalan como despotismo del pensamiento tribal. Las estructuras sobre las que se cimenta la Web refuerzan el agrupamiento tribal del individuo, encapsula al sujeto y uniformiza su opinión.Los algoritmos están diseñados, en gran medida,  para ofrecernos lo que queremos, y en donde nos afirmamos. La creencia de que el usuario encuentra la información es un alivio, pero es la información quien encuentra al usuario. Dicho de otro modo, si buscas esto, no te preocupes, la próxima vez te daré más de lo mismo.

Los contenidos, son debidamente configurados y personalizados a tu perfil, desde Google, Facebook, Amazon, Netflix, Apple y muchos agregadores de noticias cobijan al ciudadano en un estado de soma feliz. Si los medios de comunicación tradicional obedecen a un complaciente servilismo clientelar, la Red teje de modo constante y seguro una red capsular de contenidos uniformados, que activan procesos de refuerzo en un filtro para no salir de mis creencias más firmes, lo que algunos llaman sesgo cognitivo. Ciertamente las trampas del poder son infinitas, y la mentira siempre está ahí.

Foto: Markus Spiske


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