La palabra desigualdad es el común denominador de todo discurso progresista y cual mantra ha extendido su presencia más allá de sus fronteras originales, hasta el punto de gentes que parecían liberales se hacen eco de ella –se supone que por razones de conciencia moral– sin que su significado esté claramente explicitado, no sea el caso de que pudiera cuestionarse. Si Wittgenstein y Popper levantaran la cabeza podrían volver a decir: si no se puede describir con claridad y rigor algo, es mejor callarse.

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¿De qué desigualdad hablan los progresistas: oportunidades, riqueza, renta, consumo, sexo, regiones pobres o ricas, ciudades grandes o pequeñas…? Mientras no revelen claramente de qué hablan –cosa que raramente hacen- estaremos discutiendo de metafísica, una noble disciplina filosófica cuyas formulaciones al carecer de la posibilidad de contrastarlas empíricamente no son ni ciertas ni falsas, habitan el limbo del pensamiento. La metafísica puede servir para generar confusión política, pero nada puede aclarar ni explicar sobre el progreso material humano.

El singular acontecimiento –para el progreso del conocimiento humano– del descubrimiento de la filosofía de la ciencia por parte de Kant, que diferenció de la metafísica por ser empíricamente contrastable, abrió al pensamiento moderno una senda epistemológica basada –siguiendo a Popper– en enunciados hipotéticos susceptibles de falseamiento empírico.

¿De qué desigualdad hablan los progresistas: oportunidades, riqueza, renta, consumo, sexo, regiones pobres o ricas, ciudades grandes o pequeñas…? Mientras no revelen claramente de qué hablan estaremos discutiendo de metafísica

Con excepciones –Piketty y Stiglitz, por ejemplo– la inmensa mayoría de discursos populistas carecen de contenido empírico y suelen ser confusas (carentes de claridad y rigor) apelaciones a los sentimientos humanos –muy particularmente el de la envidia– basadas en obvias desigualdades que caracterizan la vida humana en libertad.

Los alegatos contra la desigualdad de las rentas de Piketty y Stiglitz, parciales y sesgados, basados en el mundo rico y contrarios a la globalización, han encontrado en su camino una miríada de críticas académicas como consecuencia de su carácter empírico –que les honra- que los han desmontado abrumadoramente.

Volviendo a los frentes metafísicos de la desigualdad que con tanto éxito agitan los progresistas, he aquí un limitado catálogo de cuestiones que debieran aclarar los que tan preocupados andan con ella:

  • ¿Es desdeñable la desigualdad?, al fin y al cabo, lo más natural del mundo biológico y aún mas humano.
  • Puesto que lo natural es la desigualdad –no hay dos seres vivos ni humanos iguales- ¿quién decide los excesos de desigualdad y su cura?: ¿El estado democrático?
  • ¿A qué igualdad aspiramos? En términos históricos la igualdad –en la miseria, la única posible– ha sido vasta y exitosamente experimentada por el comunismo allá donde ha reinado.
  • Siendo la igualdad civil de oportunidades -es decir, ante la ley– un bien social incuestionable incluso para los progresistas: ¿Ha existido alguna vez en el mundo mayor igualdad que ahora, gracias a la caída de los comunismos, el Estado liberal de derecho, la consecuente libertad de mercado y la globalización de la economía?
  • En las últimas décadas diversos ensayos, comenzando por el seminal de Mancur Olson –La lógica de la acción colectiva– y luego seguidos por Daron Acemoglu, Surest Naidu, Pascual Restrepo, James Robinson e incluso el Nóbel Edmund Phepls, han puesto de relieve el “capitalismo de amiguetes” que beneficia a aquellos espabilados –“minorías extractivas”– que bien organizados en defensa de sus muy minoritarios intereses se benefician a costa de los demás utilizando a su favor la democracia. ¿Han propuesto los populistas algún remedio a tamaña injusticia distributiva? No, porque se benefician de la sobre-regulación y la excesiva dimensión del estado que tanto defienden para vivir a sus expensas, es decir de las nuestras.
  • Si hablamos de igualdad de riqueza, nunca en la historia ha habido mas propietarios de los mas diversos bienes -incluidos los fabulosos teléfonos inteligentes que inundan el mundo- sin contar con las enormes propiedades inmobiliarias acumuladas por los más pobres del mundo –aún carentes de registro de la propiedad– que según el reputado estudio de Hernando de Soto –The Mystery of Capital (2000)–  alcanzan los 9,3 billones de dólares; cifra equivalente al valor de todas las bolsas de los veinte países mas ricos del mundo. ¿Son capaces los progresistas de desmentir estos datos?
  • La desigualdad de la renta –la esgrimida por Stiliz y Piketty– se asocia fundamentalmente al mundo rico y es el lógico resultado de los cambios operados en la economía como consecuencia de la digitalización y la globalización económica. ¿Quién defiende que la prevista respuesta proteccionista del populista presidente de EE.UU. va a cambiar para mejor el destino del mundo?
  • La Joven Orquesta Gustav Mahler tiene un excelentísimo y muy reconocido nivel musical y sus miembros –exclusivamente europeos- deben abandonar su puesto al cumplir 26 años. Las muy exigentes pruebas de selección anuales son a ciegas –ni el sexo ni el color de la piel son conocidos– y los resultados, sistemáticamente año tras año son los mismos: son elegidas más mujeres que hombres -dos a uno– y más españoles que de cualquier otra nacionalidad –el doble de su cuota teórica–. En las últimas oposiciones a notarias -también en otras- las mujeres son mayoritarias. ¿Debería suspenderse tan “perverso” sistema para garantizar la igualdad de resultados?
  • Las ciudades, desde tiempos inmemoriales, han venido siendo el epicentro de la creación de riqueza de modo que su crecimiento las ha alejado en términos de igualdad de oportunidades y riqueza de los pueblos y comunidades sociales mas pequeñas. Siendo libre la movilidad de las personas, la desigualdad de escenarios en los que desarrollar los proyectos humanos carece de relevancia. Los progresistas sistemas comunistas consiguieron enraizar -según los designios del partido- a la gente y restringir la libertad de movimientos humanos, con desastrosos resultados. ¿Qué desigualdad pretenden evitar los populistas que gobiernan nuestras ciudades cuyo crecimiento tratan de limitar prohibiendo los automóviles, los aparcamientos, los hoteles, etc?
  • Las corrientes migratorias, siempre sur–norte, que hoy agobian a Europa y EE.UU. ni pueden ser evitadas ni aceptadas sin más. Debe ser reguladas con seriedad como han hecho históricamente naciones como Suiza, Australia, Canadá, etc. Sin embargo, llaman la atención las posiciones populistas al respecto: desde una libre y bienvenida aceptación de refugiados y pateras por parte del populismo patrio, al cierre de fronteras de otros populismos de derechas. ¿Qué agenda tiene el populismo para el tratamiento de la manifiesta desigualdad de oportunidades, riqueza y renta entre los hemisferios norte y sur?: ninguna, pues no saben como conciliar sus posiciones respecto a la desigualdad de unos –los pobres inmigrantes- y otros –ellos- asentados en un estatus quo de prosperidad.

Puesto que la desigualdad está necesariamente vinculada con el crecimiento económico, la mejor manera de evitarla es el crecimiento cero que ya postularan -felizmente sin éxito- los progresistas del Club de Roma: ¿alguien en sus cabales es capaz de defenderlo hoy?

Foto: Clem Onojeghuo


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