“Condúzcame hasta su superior, dijo K, a uno de sus vigilantes. Cuando él lo diga, no antes —dijo el vigilante Willem—. Y ahora le aconsejo —añadió— que vaya a su habitación, se comporte con tranquilidad y espere hasta que se disponga algo sobre su situación. Le aconsejamos que no se pierda en pensamientos inútiles, sino que se concentre, pues tendrá que hacer frente a grandes exigencias. No nos ha tratado con la benevolencia que merecemos. Ha olvidado que nosotros, quienes quiera que seamos, al menos frente a usted somos hombres libres, y esa diferencia no es ninguna nimiedad. A pesar de todo, estamos dispuestos, si tiene dinero, a subirle un pequeño desayuno de la cafetería” El proceso. Franz Kafka.

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La distopía no es el coronavirus, son nuestros políticos que viven una realidad paralela, que circulan por el holograma de la virtualidad en su confortable mundo imaginario, mientras los ciudadanos cargan sobre sus espaldas sus delirios sobre sus espaldas, como Sísifo cargó con su roca de por vida. Pero esto no se mantiene por casualidad, para que la información, el pensamiento y la libertad estén restringidos, es necesario un guion.

Ni tan siquiera crespones negros en las televisiones y en pocos medios digitales o escritos aparecen en portada. En un mundo como el nuestro que tenemos lazos de distintos colores para recordar el día de, la hora de, la ideología de…

Un aparato mediático que marque las horas, los contenidos y los ritmos. Un diapasón permanente pero invisible. Contador de infectados, fallecidos, recuperados… Sin muertos, sin muertes, sin dolor, sin soledad, sin silencio. La muerte convertida en una mera abstracción. Se evitan las terribles imágenes para que los grandes números sean meras estadísticas. Con acierto señalaba una de las foreras de Disidentia, “ni tan siquiera crespones negros en las televisiones y en pocos medios digitales o escritos aparecen en portada. En un mundo como el nuestro que tenemos lazos de distintos colores para recordar el día de, la hora de, la ideología de…”

Aplausos, cierres informativos con recurrente final feliz, imágenes de recuperados, de algunos ancianos que “salen”, sanitarios satisfechos de su trabajo, como si fueran héroes, y no quito un ápice a su entrega y trabajo, pero no son héroes, son mártires que sufren de modo particular, cotidiano e inmisericorde el castigo de una incompetente administración y su fantasma, una burocracia lenta e inútil. Pero “unidos lo superaremos” nos dicen, semana tras semana. Por si alguno estuviera distraído o con “pensamientos inútiles”, colocan la música de fondo “Resistiré” que nos mantiene firmes y crédulos.

Lo que queda fuera de este guion es la clandestinidad y el señalamiento. Quien discuta el confinamiento, quien evidencie la incompetencia del gobierno y la oposición, quien describa la muerte y sus muertos, quien no quiera ser igual a todos o a la mayoría y no aplauda, no repita los eslóganes, o se niegue a que el Estado se haga cargo de su seguridad y libertad, es señalado y marcado. Como si la elección entre nuestra seguridad y nuestra privacidad, o nuestra salud y nuestra privacidad fuera una elección, cuando resulta ser una fragrante violación de nuestros derechos. Es como si el gran capricho distópico hubiera traído el mejor de los medievos con sus múltiples hogueras donde arden las ideas de los herejes.

“Unidos lo superaremos”, “Quédate en casa” se han convertido en la arenga política consensuada por la mayoría, amplificada por el aparato mediático, la mejor garantía de que el relato une, unifica y uniformiza, el sueño igualitario que a todos nos sacará de esta crisis, reconfortados y recuperados.

Hasta aquí la ficción.

Por nuestras ventanas y móviles circulan cientos y cientos de imágenes donde se observan ciudades vacías, grandes avenidas desiertas de grandes ciudades, como si la soledad, el dolor y el parón económico de hoy, que serán pobreza para mañana estuvieran fuera. El gobierno acaba de decretar varias semanas más el confinamiento, a expensas de lo que pueda suceder. Y cabe pensar, desde los canales de la corrección, que no queda otra, que lo contrario supone más contagio, más muertes, más tiempo de sufrimiento.

Propongo un sencillo ejercicio de política-ficción.

¿Que hubiera ocurrido si se hubiera hecho el necesario ejercicio de autocrítica a tiempo? Primero por parte del gobierno y su actuación, tanto en opacidad informativa, como en su descoordinación y pésima gestión, y después por la falta de alternativas viables y eficaces, asentada en la poltrona partidista por parte de la oposición.

¿Si se hubiera centrado el asunto en la urgencia del saber dónde está el virus y actuar contra él? En consecuencia, bien aislando a los mayores de sesenta años, y otros colectivos vulnerables, poniendo a trabajar a los no contagiados o aquellos que lo han superado, y manteniendo aislados a los contagiados, porque sabemos que si el virus se descontrola es como si todos estuviéramos contagiados.

¿Si se hubiera aprovechado el potencial investigador que disponemos? En vez de infrautilizarlo, tal y como reconocen diferentes organismos médicos, como el centro de Oncología Traslacional de Cáncer y Genética Molecular Humana del Hospital Universitario La Paz de la Universidad Autónoma de Madrid. Con científicos sobrados de conocimientos sobre biología tumoral, desarrollo de los nuevos tratamientos, análisis sobre la eficacia de las pruebas diagnósticas orientados a la prevención y el diagnóstico precoz, que no han sido aprovechados. Su manejo de muestras virales han estado sin los recursos y condiciones necesarios para desarrollar su urgente trabajo. Y con un inventario de máquinas PCR que se descubren olvidadas y arrinconadas, cuando son estas máquinas las que permiten detectar el potencial transmisor, y por tanto las cantidades ínfimas de posibles patógenos.

¿O si se hubiera realizado todo el esfuerzo posible, bien coordinado, bien planificado? En el que la intervención de los diferentes sectores implicados funcionaran, sin ruedas de molino entre el Ministerio de Sanidad y las diferentes comunidades autónomas en sus competencias sanitarias para adquirir los malditos y fiables test.

¿Qué hubiera ocurrido si la voz de alarma que dio la OMS no hubiera sido ignorada por casi todo el mundo? ¿Cómo es posible que después de ver el ejército chino desplegarse en Wuhan, los gobiernos occidentales no se hayan dado cuenta de lo que venía? Son algunas preguntas que lanza Pablo Fuentes en una reciente entrevista.

Sin esta distopía política es muy probable que no fueran necesarias las medidas de un largo y genérico confinamiento como al que estamos sometidos. Pero si esto es lo que se exige y se dice públicamente, lo que se aplica de inmediato es la cuarentena del pensamiento crítico, donde el hereje es debidamente señalado y marcado.

El precio del confinamiento en la economía es y será enorme como muy bien han señalado diferentes analistas, tiene y tendrá gravísimas consecuencias en la macroeconomía, el paro, con un turismo lastrado hasta no se sabe dónde, e interminables agujeros en nuestros bolsillos para la compra diaria. Un precio muy elevado que se suma a los enfermos y muertos a corto y medio plazo, y la futura herida en la salud mental de la población.

Anunció con acierto J.F. Revel que “la mentira mueve el mundo”, ojalá el miedo no lo paralice.


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