Wilhelm Röpke (1899-1966), economista e historiador alemán, es un prominente liberal conservador y uno de los fundadores de la economía social de mercado europea. Sus ideas fueron fundamentales para el “milagro económico alemán” de la posguerra. Su obra principal, La crisis social de nuestro tiempo (1950), analiza los factores históricos, económicos y sociales que desencadenaron la crisis del período de entreguerras y defiende una economía basada en los pilares de la libertad individual, la propiedad privada y el mercado.

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Al mismo tiempo, no se limita a una apología superficial a la libertad económica, destacando la importancia de los aspectos morales y espirituales en la economía y criticando la mercantilización, el materialismo y la sociedad de masas. Su obra principal, La crisis social de nuestro tiempo (1950), describe y analiza los factores históricos, económicos y sociales que desencadenaron la crisis de la economía liberal del periodo de entreguerras y posguerra de la primera mitad del siglo XX.

La crisis social de nuestro tiempo

Röpke, siendo un economista de base liberal clásica, destaca en esta obra el papel del sistema capitalista como un importante mecanismo social de promoción de la prosperidad económica, definiéndolo como centrado en tres pilares: la libertad individual, la propiedad privada y el mercado. Wilhelm Röpke valoraba la importancia de la economía liberal de mercado en la promoción de la soberanía del consumidor y la despolitización del proceso de producción. También se posicionaba como defensor del orden liberal internacional, así como del espíritu emprendedor, valorando su papel en el descubrimiento de nuevas tecnologías.

El liberalismo económico, tal como se defendía, para Röpke, redujo la noción de dignidad humana al nivel material de vida

Debe destacarse, sin embargo, que los argumentos de Röpke en esta obra no se limitan únicamente a las apologías típicas del liberalismo económico al mercado. Su gran mérito como economista está en saber tratar también cuestiones y problemas sociales que trascienden la mera cuestión de la racionalidad individual maximizadora de recursos y oferta y demanda, oponiéndose al reduccionismo de la sociedad al mercado. Si bien el mercado debe operar libremente según sus propias leyes y dentro de su propia esfera, las otras esferas de la sociedad (familia, comunidad, sociedad civil) no pueden mercantilizarse.

La función comunitaria del mercado

¿Qué es el mercado, según Wilhelm Röpke? Más que una institución mantenedora de la competencia económica a nivel interindividual, mientras promueve la coordinación de precios libres en un marco de propiedad privada y seguridad jurídica, también posee una función comunitaria más amplia, siendo responsabilidad de la comunidad local la regulación de sus límites. El mercado es una institución que busca un fin y cumple una función en la sociedad: promover la autorrealización personal y proteger el poder individual y comunitario local contra la dependencia y tutela de grandes poderes centrales.

La dimensión moral y espiritual de la economía de mercado es enfatizada en La crisis social de nuestro tiempo, siendo Röpke un crítico del materialismo y de la tesis de que la felicidad deriva de la comodidad. Resalta que también hay necesidades espirituales implicadas en la vida humana, lo que coloca las necesidades humanas más allá de la mera satisfacción del consumo. Siendo un crítico de la sociedad de masas, Röpke define que la masificación consiste precisamente en la baja calidad moral en términos de preferencias de consumo y producción.

Economía natural

Wilhelm Röpke hace, por lo tanto, una defensa no utilitarista del libre mercado. El gran objetivo de la economía de mercado no consiste en elevar los estándares de vida en términos puramente materiales cuantitativos y monetarios, sino en buscar promover una mejora cualitativa de la vida humana en el campo de la ética, educación, artes y cultura. Una educación basada en valores de realización espiritual y ética humana, no utilitaria, se contrapone a la típica visión de enseñanza propugnada por los liberales, con énfasis en el éxito profesional y económico, y orientada únicamente según la técnica.

Crítico de la economía socialista, Röpke define el enfrentamiento entre sociedad capitalista y socialista en el siglo XX como más que un enfrentamiento económico, sino como una batalla entre dos sistemas espirituales. Röpke prefiere emplear el término “economía natural” en lugar de capitalismo, un concepto de origen marxista. La visión de la economía natural de Röpke consiste en la idea de una economía de mercado basada en intercambios comerciales y división del trabajo, balanceada por contrapesos morales. La división del trabajo, según Röpke, puede convertirse en fuente de conflictos si no hay una referencia moral comunitaria. Los conflictos de la división del trabajo pueden potencializarse en la falta de contrapesos morales. De este modo, Röpke se muestra bastante crítico a las tesis del liberalismo histórico, de que el mercado tendría un papel moralizador por sí solo, generador de solidaridad social.

Crítica a la sociedad de masas

Una de las ideas más importantes en La crisis social de nuestro tiempo es su análisis sobre la sociedad de masas. Un análisis que implica recurrir a explicaciones que van más allá de la oferta y la demanda. Sus análisis sobre la masificación social y la atomización de individuos lo acercan a los análisis de otros pensadores de su época, como Ortega y Gasset.

Es de la sociedad de masas que se desarrolla el colectivismo, y su forma más extrema, el socialismo. El socialismo es un mal según Röpke, no solamente por ser una ruina material, sino también moral. Un argumento similar al de Hayek refuerza esta idea, de que, en un estado centralizado, los peores individuos en términos de moral primaria y carácter ascienden más fácilmente a puestos de mando. Röpke extiende esta idea del gobierno de los peores no solamente a los estados, sino a cualquier otra estructura centralizada, como grandes empresas y corporaciones.

La sociedad urbana de masas es vista por Röpke como un culto a lo colosal cuantitativo, a los grandes números. Es la sociedad de las grandes metrópolis, del engrandecimiento y la magnificación de todo lo que es mayor. Es también la era del retorno del culto a los Césares.

Los monopolios y la sociedad de masas para Röpke, en contraste, no son consustanciales al capitalismo liberal, sino productos de una perversión de este, el capitalismo de estado. El capitalismo de estado es definido por Röpke como presentando restos de instituciones mercantilistas, basadas en la visión feudal de la política y sociedad como un juego de conquista y guerra.

Defensa del localismo económico

El Antiguo Régimen para Röpke era visto de manera negativa, caracterizado por las elevadas desigualdades en la posesión de tierra concentrada en manos de pocos propietarios, así como las sociedades esclavistas antiguas. Un cuadro social que mucho distaba para este del capitalismo liberal legítimo, basado en la posesión generalizada de propiedades.

En contraste con esa sociedad de masas controlada por organismos centralizados, estados y grandes corporaciones, Röpke establece el localismo comunitario como sociedad natural y moralmente saludable. Aquella basada en los vecinos, cerca de donde se vive.

Crítico de la sociedad urbana industrializada de masas dominada por grandes industrias, Röpke veía el crecimiento del poder y la centralización del Estado como una consecuencia de la destrucción de comunidades locales orgánicas intermedias mantenedoras de las virtudes comunitarias locales y de la pequeña propiedad. Röpke, al hacer esta crítica a la sociedad estatal moderna, tenía en mente su contraste con la sociedad suiza en la que vivió, basada en el federalismo descentralizado, pequeña propiedad y autorregulación de comunidades locales.

Crítica a los monopolios empresariales

Debe destacarse que Röpke posee una visión negativa de las grandes empresas, por su elemento centralizador. Surge de ahí una discusión importante sobre la presencia de los monopolios en el capitalismo liberal, y se levantan algunas cuestiones. ¿Todo monopolio empresarial es producto de una artificialidad intervencionista del estado sobre el mercado, o es posible que existan monopolios naturales? ¿Cuándo el mercado excede sus límites naturales?

Sabemos que, actualmente, la organización económica está marcada por la fuerte presencia de sociedades anónimas y limitadas, compuestas por monopolios y oligopolios muchas veces derivados de intervenciones y regulaciones estatales de mercado, como los derechos de patentes en la Big Pharma. También se debe reflexionar hasta qué punto predomina de hecho una armonía cooperativa de intereses entre agentes de una economía de mercado. Tendencias a cartelizaciones y formación de grupos de presión, lobbies, son ejemplos de tendencias de monopolización que parten internamente dentro del propio mercado, a partir de la iniciativa espontánea de agentes.

Defensa de la pequeña propiedad

Röpke hace una gran apología a la sociedad de pequeños propietarios. De cierta forma, hay una crítica y rechazo a la idea de proletarización social, una crítica compartida por Chesterton. La propiedad privada, decía Wilhelm Röpke debe ser generalizada socialmente, no solo por su función de fuente de subsistencia material, sino también por poseer una función espiritual, como la de garantizar seguridad individual y previsibilidad con el futuro. Se levanta entonces una importante cuestión respecto al papel moral de la propiedad como un medio de perfeccionamiento de las virtudes humanas.

Además, Wilhelm Röpke veía el régimen de competencia como una práctica entre personas propietarias virtuosas. Sin embargo, para Röpke, la gran dificultad y desafío de la economía de mercado reside en el mantenimiento de la propiedad privada en medio del continuo proceso de concentración de propiedades originado por la competencia. La libre competencia debe ser protegida, surgiendo la necesidad de consolidar un derecho mercantil contra la práctica de carteles y dumping.

Crítica al estado de bienestar social

Es sobre esta visión económica centrada en la pequeña propiedad, descentralización y función social del mercado que se asienta la crítica de Röpke al estado de bienestar social moderno. Una crítica basada no solo en aspectos económicos, sino también morales.

El nacimiento del estado de bienestar social en Europa a mediados del siglo XX se correlaciona con la pérdida de seguridad económica derivada de la inestabilidad monetaria y la inflación crónica. La inflación, según Röpke, es un gran problema económico y social de su época, fuente de desestabilización y destrucción del tejido social. A su expansión se asocia el avance paralelo del populismo y de políticos demagógicos. Políticos sin escrúpulos y principios éticos, que explotan ideas de igualdad basadas en el sentimiento instintivo de envidia humana, lo que se convierte en un peligro en una sociedad sin contrapesos institucionales y morales.

En opinión de Wilhelm Röpke, la política de «pan y circo», fomentada por políticas populistas, va en contra del modelo de sociedad sostenible, basada en comunidades reales, como asociaciones y grupos de apoyo mutuo. En este sentido, el estado de bienestar social, así como la inflación, son grandes amenazas a los valores de autonomía e independencia de las comunidades locales. Las políticas keynesianas adoptadas por países en la posguerra tienden a generar una ilusión inmediata de mejoras de vida a través del consumo exagerado, pero al final no resultan más que en un ciclo perverso de endeudamiento y estancamiento de familias y grupos locales a mediano y largo plazo.

Un mecanismo de destrucción

Para Röpke, el estado de bienestar social implica, por tanto, la destrucción de comunidades autosuficientes. Siguiendo la misma línea de Hayek, Röpke resalta la naturaleza continuamente expansiva del estado de bienestar social. Siendo un fenómeno indirectamente relacionado con la inflación y tributación como fuente de financiamiento, su avance agrava la inseguridad y corrosión del patrimonio y propiedad de las familias, destruyendo contrapesos para resistir a su expansión y dependencia. Este fenómeno se confirma en la história económica, observándose cómo las políticas de bienestar social europeas, originadas a principios del siglo XX como emergencias temporales, se convirtieron en permanentes y siguen creciendo cada vez más.

Para Wilhelm Röpke, el estado de bienestar social, por lo tanto, destruye la dignidad burguesa y crea dependencia del individuo al poder estatal. Se trata, para Röpke, de fomentar un estado paternalista basado en la tutela de un estado centralizado, que termina por generar desintegración y corrupción moral. El clima moral traído por la tutela paternalista destruye la ética burguesa del esfuerzo. Esta idea remite a la actual noción económica de riesgo moral (moral hazard), que impide la internalización de riesgos y la toma de decisiones responsables por parte de los agentes individuales.

En resumen, aunque Röpke valoraba la dimensión social de la vida económica, se muestra fuertemente crítico a las ideas centralistas de un estado social proveedor que comenzaba a expandirse en su tiempo. Pues uno de los pilares de la dignidad humana es la independencia frente a la autoridad, y esta dignidad se ve corroída por un estado de bienestar social paternalista.

La concepción de dignidad humana en Röpke

El liberalismo económico, tal como se defendía, para Röpke, redujo la noción de dignidad humana al nivel material de vida. Pero la verdadera dignidad presupone algo más que eso, abarcando el respeto intrínseco a la persona humana, a su identidad (quién soy) y raíces (de dónde vengo), y requiriendo ser dotada de medios para el desarrollo de sus capacidades, la propiedad. La propiedad, en ese sentido, es una condición y medio necesario para la realización de la dignidad.

En líneas generales y filosóficas, ¿qué sería la dignidad y cuál es el papel del crecimiento material en ella? Diversas corrientes han intentado buscar una respuesta a esa cuestión. La dignidad puede ser entendida en dos sentidos: i) como un valor inherente a la naturaleza humana y presente universalmente en los seres humanos, igualmente dignos desde el nacimiento. ii) como una búsqueda de reconocimiento y algo a ser conquistado y probado a lo largo de la vida, y depende del mérito.

La dignidad

Mientras que el primer sentido, siguiendo la línea liberal contractualista del iluminismo, asume la dignidad como un valor innato, universal e independiente de las condiciones y orígenes de los individuos, implicando en la noción de igualdad de derechos, el segundo la asume como un esfuerzo y mérito, un volverse digno. La dignidad en este segundo aspecto se coloca más como una búsqueda de reconocimiento social exterior, adquirido y no innato. A esta corriente se vincula el pensamiento de Deirdre McCloskey, que estableció en su trilogía de obras Las Virtudes Burguesas la idea de dignidad liberal vinculada al ascenso de la ética burguesa de prudencia y esfuerzo, que comenzó a ser valorada en Europa a partir de los siglos XVI y XVII y promovió la prosperidad económica.

Wilhelm Röpke, de este modo, colocaría la dignidad en aspectos tanto alineados con el primer sentido inatista mencionado como con el segundo sentido, adquirista. En el primer sentido, sigue a los liberales contractualistas del siglo XVIII respecto a su valor intrínseco al ser humano, al atacar al estado socialista soviético y al estado socialdemócrata europeo como violadores de esta dignidad fundamental. En cuanto al segundo sentido, convergiendo con McCloskey, también observa la necesidad de que esta se afirme y sea reconocida exteriormente, a través de la adquisición y práctica de virtudes. Un proceso de perfeccionamiento, (o en la terminología inglesa «flourishing») que requiere la mediación de la posesión diseminada de propiedades para el ejercicio y práctica de virtudes.

Paralelos entre Hayek y Chesterton

Convergente con Hayek, Wilhelm Röpke establece una crítica al centralismo burocrático estatal y al socialismo, enfatizando una economía descentralizada, de base voluntaria, espontánea y regulada por leyes de mercado. No limitándose, sin embargo, a la cosmovisión individualista liberal, también tiene puntos convergentes con el distributismo de Chesterton en cuanto a el énfasis en una economía basada en la pequeña propiedad y en intercambios locales. Al compartir con este último una visión conservadora, organicista y comunitaria de la sociedad, Röpke considera como fundamentales para su mantenimiento no solo las virtudes éticas individuales del trabajo y la prudencia, sino también las virtudes sociales que unen y vinculan a los individuos en lazos familiares, comunitarios, corporativos y grupales. Las sociedades necesitan nutrirse de estas virtudes sociales para sostenerse, y la destrucción de valores comunitarios implica en la desnutrición social.

Sin embargo, Röpke difiere de un conservadurismo convencional al ver aspectos positivos y negativos de la Revolución Francesa. No destaca su «igualitarismo» como un gran mal. También ve aspectos positivos y negativos del liberalismo clásico del siglo XIX. Si de un lado Röpke veía el liberalismo como hijo de la razón ilustrada, de un racionalismo que buscaba comprender el mundo según el intelecto, por otro lado, critica su reduccionismo utilitarista, considerado por él como un racionalismo de peor especie y su tergiversación.

El ambivalente siglo XIX

Röpke también se mostraba crítico al matematicismo y logicismo ilustrado, oriundos del mecanicismo y de la física de Newton. Fue del pensamiento mecanicista que se desdoblaría la creencia revolucionaria en la capacidad humana de manipular e interferir en el curso de la historia.

Wilhelm Röpke veía el siglo XIX y sus revoluciones como una ruptura del pensamiento dominante del siglo XVIII anterior, marcado por el irracionalismo y esteticismo y disminución en la confianza en el intelecto humano, con el avance de ideologías nacionalistas y socialistas. Por otro lado, veía como positivo el período como un «tiempo de paz» y asociado a la prosperidad económica.

El comunitarismo orgánico defendido por Röpke en ciertos aspectos puede verse como una concepción antiindividualista de la sociedad. Por otro lado, esta idea no asume consecuencias colectivistas y totalitarias que nieguen el espacio de la autonomía del individuo. En realidad, aunque Röpke afirma la superioridad de las virtudes sociales sobre las individuales, reconoce el debido espacio del individuo dentro de una comunidad, al observar que la relación entre individuo y comunidad nunca fue armónica, sino marcada por el antagonismo conflictivo entre instintos sociales y antisociales. Basándose en la idea de Kant, Röpke define la naturaleza humana por su paradójica «sociabilidad antisocial», por la simultaneidad del deseo por unidad social y del deseo por segregación individual.

Conclusión

La crisis social de nuestro tiempo es una obra importante para comprender la sociedad moderna del siglo XX y XXI, siendo un rico análisis de aspectos históricos, económicos y sociológicos que llevaron al contexto de crisis europea experimentada por Röpke en la posguerra. Su crítica liberal-conservadora al centralismo estatal y valorización de la pequeña propiedad, del federalismo y libre mercado con función social, inspirada en la sociedad suiza, fue una de las bases contribuyentes para el establecimiento de la economía social de mercado europea, promovida por gobiernos demócratas cristianos en la posguerra.

Wilhelm Röpke es un economista con una gran erudición y diálogo interdisciplinario, como historia, derecho y sociología. Sus investigaciones son una referencia y modelo para la ciencia económica, una ciencia muy empobrecida en las últimas décadas por paradigmas mecanicistas y matematizantes, tan atacadas por Röpke ya en su época.

*** Tiago Barreira, economista y profesor de Economía Aplicada en la Universidad de Santiago de Compostela.

Foto: Annie Spratt.

Originalmente publicado en la web del Instituto Juan de Mariana.

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