«No defendemos un modelo educativo por encima ni por contraposición a otros. Defendemos que todos los modelos tienen aspectos positivos y que corresponde a cada familia elegir el que más se ajuste a las necesidades de cada uno de sus hijos.» Laura Mascaró

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La reverdecida disputa en torno a la enseñanza de idiomas en nuestras escuelas, la virulencia ocasional con que los defensores de uno u otro bando lingüístico y, sobre todo, los millones de palabras vertidas haciendo apología de tal o cual postura ponen en evidencia una vez más uno de los mayores errores de nuestro sistema educativo: los niños son objetos por moldear y no sujetos de su propio proceso de aprendizaje. Olvidamos no sólo sus necesidades, como apunta Mascaró, también el fomento de sus capacidades, mutiladas por las cuchillas de los principios igualitaristas, debidamente homogeneizadas en el smoothie marca “Buen Ciudadano”.

La educación es ante todo una aventura, en la que asumimos la enorme responsabilidad de acompañar a nuestros hijos en la adquisición de conocimiento, mediante el aprendizaje y el esfuerzo

La educación es ante todo una aventura, en la que asumimos la enorme responsabilidad de acompañar a nuestros hijos en la adquisición de conocimiento, mediante el aprendizaje y el esfuerzo. La meta es ofrecerles herramientas para que ellos puedan iniciar el camino en la búsqueda de una mejor y mayor comprensión del mundo.

Educar va de la mano con el desarrollo de la propia mente de cada niño o su capacidad de pensar de forma independiente y da sentido a contextos más amplios que van mucho más allá de lo experimentado personalmente. La instrumentalización de la educación en función de propósitos políticos o ideológicos es justamente lo contrario de educar: apenas se trata de un adiestramiento. El monopolio de la educación, asegurado vía legislación educativa, garantiza que todos aprendamos desde pequeños cómo debe pensar y actuar el ciudadano de mañana.

El verdadero valor añadido de la obligatoriedad, universalidad y falsa gratuidad de la escuela es el de minimizar la tabla de alternativas sociales y la resistencia ideológica de la manera más temprana posible.

“La filosofía del aula en una generación será la filosofía del gobierno en la siguiente.” Abraham Lincoln

Así hemos llegado a un sistema en el que la educación ya no es de diseño abierto, no fomenta el desarrollo de las facultades de los alumnos. Los programas escolares están preñados por el “proyecto integrador” propuesto (impuesto) por la clase política dominante. Al final, la ideologización de las escuelas genera un sistema escolar en el que ya no es la calidad de los conceptos pedagógicos la que marca las pautas. Lo que verdaderamente importa es qué grupo tiene el poder de suprimir los intereses educativos de otros grupos e imponer los propios mediante la acción política.

Dar un paseo por nuestras escuelas no es reconfortante. Pudiera parecer que los centros educativos estén ahí para limitar a nuestros hijos en lugar de fomentar sus capacidades. Aunque los niños son naturalmente vivaces e inquietos, se ven obligados a quedarse quietos durante muchas horas todos los días. A las limitaciones en la movilidad física se unen aquellas encaminadas a limitar la movilidad intelectual: los niños son indoctrinados en lo que es bueno, y lo que es malo: aprenden a obedecer. Doce años de condicionamiento en la negación del espíritu crítico y la estigmatización de la rebeldía, la excepcionalidad, el mérito o, simplemente, la individualidad.

Nuestros hijos no aprenden que son su voluntad y sus actos los que determinan mayormente el éxito o el fracaso de sus afanes: Los políticos ya se encargarán de todo

Consecuencia de todo ello es que hoy en día, defender las sociedades libres, la libre iniciativa, el libre comercio o la responsabilidad individual, sea una labor de locos utopistas. Nuestros hijos no aprenden que las sociedades son dinámicas y que son ellos, desde sus particularidades y la multiplicidad de interacciones con otros que de ellas surgen quienes determinan esa dinámica y las emergencias que la caracterizan. Se les presenta un modelo social “bueno”, perfecto y deseable, el único deseable. Nuestros hijos no aprenden que son su voluntad y sus actos los que determinan mayormente el éxito o el fracaso de sus afanes. Los políticos ya se encargarán de todo.

El problema va mucho más allá de la discusión sobre la conveniencia de, o sobre cuántas horas de “Lengua española” debe recibir un niño residente en Barcelona. La integración social, por ejemplo, es también un objetivo político que se ha pervertido hasta lograr viciar el ámbito educativo. Colocar a las escuelas bajo presión política convirtiéndolas en fábricas de cohesión social solo es posible a expensas de los estándares educativos. Así, en lugar de exigir rendimiento y esfuerzo, es más importante no excluir a nadie.

Sócrates es un magnífico ejemplo de verdadero pedagogo: fue ejecutado por aquello que todos los educadores deberían hacer: corromper a la juventud y negar a los dioses de su ciudad

Lo verdaderamente difícil deja de ser importante. La exigencia intelectual se abandona mientras se reduce el nivel de los requisitos mínimos para que nadie se quede atrás. Y sin embargo afirmo: el esfuerzo no es elitista; negar a los niños y jóvenes oportunidades sociales y económicas sí lo es. Y eso es justamente lo que sucede cuando la mayoría de los niños asisten a escuelas que ya no están interesadas en promover el conocimiento.

Los contenidos de la educación no deben estar determinados por los guardianes de la virtud del bienestar social o emocional, sino únicamente por la naturaleza de los mismos. El Conocimiento (así, con mayúsculas) y la mejor comprensión de la realidad, metas fundamentales de la educación, no persiguen un objetivo moral. Aquí, como en muchas otras cosas, Sócrates es un magnífico ejemplo de verdadero pedagogo: fue ejecutado por aquello que todos los educadores deberían hacer: corromper a la juventud y negar a los dioses de su ciudad. Su oferta educativa hizo que los jóvenes se convirtieran en “demasiado críticos” a los ojos de aquellas personas que tenían entonces el objetivo de lo que hoy llamaríamos «cohesión social».


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