Hipólito y José se reunían en el Hogar del Jubilado cada tarde que en televisión retransmitían una corrida de toros. Hipólito le sacaba casi quince años a José, pero en el tema de los toros, José tenía la última palabra. Hipólito era una adolescente al final de la Guerra Civil Española, en 1939, y llegó a participar en ella, en las juventudes falangistas, de las que siempre se sintió orgulloso. Es más, cuando un año después, en 1940, los diferentes grupos de jóvenes falangistas se organizaron en el Frente de Juventudes, Hipólito fue de los primeros en ponerse a la cabeza de la organización hasta su desaparición en 1977, casi cuarenta años después.

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Hipólito, con todo, no era de los falangistas que bebían los vientos por José Antonio Primo de Rivera, el fundador de Falange. Adoraba a Franco y consideraba que el régimen nacional-católico impuesto por el dictador era la mejor solución para España.

José era un niño pequeño cuando acabó la guerra. Su padre había luchado en el ejército republicano y al terminar la contienda, fue represaliado: exilio interior, trabajos miserables, marginación. Cuando José pudo, allá a mediados de los 50, se marchó a Alemania. A la aventura, me cuenta, porque eso de que todos íbamos con papeles, es una leyenda. Pero había trabajo porque en Alemania faltaban muchos hombres. Sólo había huérfanos, muy rubios y muy huérfanos.

Hipólito hablaba poco. En el Frente de Juventudes era el que llevaba el uniforme mejor aparejado, quien hacía la instrucción como nadie, quien seguía las órdenes al pie de la letra y no rechistaba nunca. Cuando le conocí, seguía siendo un hombre elegante, siempre de traje y corbata. Sabía mucho, pero sí, hablaba poco. Descubrí su historia después de los muchos refrescos que nos tomamos juntos. Café no, porque el médico se lo prohibía. Cuando yo llegaba al Hogar del Jubilado a dar mis talleres, Hipólito solía estar por allí y le gustaba invitarme a tomar algo y que le contase cosas. Entre las muchas cosas que yo le contaba, él desgranaba unas pocas.

José hablaba mucho. De mecánica, máquinas, motores e industria, que era lo en que había trabajado en Alemania. Pero también de educación, fútbol, historia, amores o política. Es que pasé mucho tiempo callado, me explicaba, y tengo mucho que decir. Con José no me tomaba nada, porque me abordaba por los pasillos y allí mismo se ponía a platicar.

Hipólito veneraba los viejos buenos tiempos franquistas. José era algo crítico con la democracia que llegó tras la muerte de Franco, pero era una democracia que, pese a todo, le gustaba.

Hipólito y José vivieron la Guerra Civil, el franquismo y la transición a la democracia. Militaron en bandos enfrentados y siguen pensando de forma opuesta. Pero miran al otro como rival, no como enemigo

Si le preguntaba a Hipólito por qué compartía con José mesa y sobremesa, Hipólito reflexionaba un momento y me decía: porque nos gustan los toros. Si le preguntaba a José por qué compartía con Hipólito, sonreía socarrón y me decía: porque nos gustan los toros.

Hipólito y José vivieron la Guerra Civil, el franquismo y la transición a la democracia. Militaron en bandos enfrentados y siguen pensando de forma opuesta. Pero miran al otro como rival, no como enemigo. La agitación guerracivilista que ciertos grupos de extrema izquierda española han puesto en marcha en los últimos años no está protagonizada por los protagonistas de esa Guerra Civil, sino por muchachos que todo lo que saben de una guerra es porque jugaron a ella en una playstation y piensan que todos los problemas se resuelven con resetear la máquina. De ahí que pueden ser radicales, provocativos, faltones o inconscientes. No saben de lo que hablan, aprendieron de oídas, no reflexionaron sobre lo que les contaron y se limitan a enjuiciar a gentes como Hipólito y José.

Porque la España actual fue el resultado que los Hipólitos y los Josés que entre 1976 y 1978 decidieron olvidar el conflicto y apostar por el consenso. No hubo rendición, ni derrota en aquel acuerdo, hubo una apuesta de futuro, una necesidad de romper con las ataduras del pasado, una capacidad para seguir adelante, sin olvidar, pero sin buscar venganza.

Cuando en Madrid se produjo el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, en mi pueblo segoviano, aquella noche, los dos franquistas más radicales de toda la localidad salieron anunciando que ahora sí todos esos rojos de mierda se iban a enterar, que esa vez no iban a escaparse. El golpe había fracasado en la mañana del 22 de febrero, los dos fanáticos tuvieron que retirarse a sus casas y los Hipólitos y los Josés siguieron apostando por la concordia antes que por el enfrentamiento.

Los que consideran que aquella apuesta por un país mejor no era suficiente, lo único que demuestran es que quieren imponer su voluntad

La Constitución española de 1978 es perfectible. Posiblemente es algo que hay que pensar que se debería hacer. Pero es un insulto decir que las personas que elaboraron esa constitución y los millones de españoles que la ratificaron, se limitaron a querer mantener una dictadura escondida, establecieron ese supuesto régimen autocrático del 78. Es un insulto porque a Hipólito tanta democracia es lo menos franquista que ha vivido. Es un insulto porque José sí cree que esa es la democracia que su padre no logró. Es un insulto porque los que consideran que aquella apuesta por un país mejor no era suficiente, lo único que demuestran es que quieren imponer su voluntad única.

Sí, España fue a mejor, pero es algo que a los españoles les cuesta darse cuenta, empeñados en hacer publicidad de lo negativo, exagerar las faltas o hacer comparaciones desafortunadas. España puede ser un mejor país, pero hay muchos países en el mundo (la mayor parte) que son peores que España. Claro que esta puede ser mi impresión, errónea, derivada de haber vivido y trabajado en muchos países violentos, miserables, en guerra, de un racismo exacerbado o subdesarrollados y quizás idealiza España. Aunque más creo que es el resultado de viajar y vivir con los ojos muy abiertos en vez de repetir prejuicios sin sentido.

Habrá quien justifique el tono guerracivilista por los muertos que quedaron en las cunetas y los familiares que aún los lloran. Pero esa no es razón para atacar a los supuestos herederos de los supuestos agresores.

La historia está para conocerla, para recordarla, para aprender de ella, pero no para tergiversarla

Porque la historia está para conocerla, para recordarla, para aprender de ella, pero cuando el objetivo es tergiversarla o, peor aún, utilizarla como arma para agredir al contrario (o para inventarse contrarios), entonces los muertos de las cunetas dejan de importar como personas y ya son simples excusas para imponer una ideología.

Hipólito y José vivieron la Guerra Civil y quizás también se les quedaron muertos en las cunetas. Quizás ellos hubieran sido las personas adecuadas para mantener viva la llama del enfrentamiento. Pero decidieron no hacerlo. Algún jovenzuelo de 2018 les acusará de fascistas, cobardes o miserables.

Pero lo que ese jovenzuelo de 2018 no se da cuenta es que Hipólito y José no se amarraron a sus muertos, supieron entender que la vida no nace del rencor, sino de la capacidad para superar los odios, y un día decidieron compartir en concordia porque a los dos, en definitiva, les gustaban los toros.


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Alberto Garín
Soy segoviano de Madrid y guatemalteco de adopción. Me formé como arqueólogo, es decir, historiador, en París, y luego hice un doctorado en arquitectura. He trabajado en lugares exóticos como el Sultanato de Omán, Yemen, Jerusalén, Castilla-La Mancha y el Kurdistán iraquí. Desde hace más de veinte años colaboro con la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala, donde dirijo el programa de Doctorado.