“Nada es más hermoso que conocer la verdad, nada es más vergonzoso que aprobar la mentira y tomarla por verdad»

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Ciceron.

Que el mundo no pueda explicarse en base a teorías conspirativas urdidas por un puñado de mentes no implica que las cosas sucedan por simple casualidad. A cada acción corresponde siempre un efecto. Y a cada inacción, también. Así, la polarización que hoy llena de inquietud a nuestras sociedades no surge de la nada: empezó en la década de 1960. Y, a lo largo del medio siglo siguiente, ha terminado por dividirnos más profundamente que cualquier guerra civil.

Es verdad que los jóvenes manifestantes de los 60, tanto de los Estados Unidos como de Europa, no lograron imponer desde las calles su revolución, pero diez años más tarde esos mismos jóvenes, equipados con las pertinentes acreditaciones universitarias, ocuparon los despachos. Y desde ahí, ya no como outsiders sino como insiders, se dedicaron a remodelar las culturas nacionales, desmantelando el tradicional modelo de evolución occidental, donde cada hallazgo, cada nueva idea se incorporaba de manera progresiva… si se demostraba beneficiosa.

El gradualista modelo de prueba y error de Occidente fue reemplazado por las agendas progresistas. Y en pocas décadas las líneas rojas de la vieja democracia se difuminaron

El gradualista modelo de prueba y error de Occidente fue reemplazado por las agendas progresistas. Y en unas pocas décadas las líneas rojas de la vieja democracia se difuminaron hasta que el fin terminó por justificar los medios. Cuanto más elevado fue el fin, más expeditivos fueron los medios, hasta penetrar el ámbito privado de las personas. Primero mediante sutiles cambios en la legislación; después, transformando la ley objetiva en leyes subjetivas, donde el derecho de cada uno cedería el paso a los derechos de identidad de grupo.

La Corrección Política no era una broma. Ahora lo vemos

Cuando aludimos a la «Corrección Política» es importante entender su verdadera dimensión. No se trata de una definición menor que sirva como excusa para la irreverencia, la mala educación o, en determinados casos, justificar los excesos contrarios de quienes, sin ser de izquierdas, tampoco tienen en muy alta estima los principios de la democracia liberal.

La Corrección Política se refiere en realidad a los cambios culturales promovidos por unas élites que alcanzaron masa crítica en las instituciones educativas, y también en los medios de información, en la década de 1970. Para, después, en los años noventa tomar el control total de las universidades y los medios.

Como explica David Horowitz en The Black Book of the American Left (2014), el fenómeno de la «Corrección Política» es en realidad una versión actualizada de la definición de «línea de partido» de la vieja izquierda. Esto es, la unidad de acción destinada a demonizar a los oponentes, a convertir a la disidencia en desviación y a exigir a los fieles que reduzcan las realidades complejas a meras consignas políticas.

Originariamente, el término Corrección Política fue acuñado por Mao Zedong como lema, pero sobre todo como mecanismo de control para cerrar las filas del partido. Es pues, ya desde su origen, un elemento crucial de los impulsos totalitarios de la izquierda. Sin embargo, este carácter totalitario ha sido ocultado a la sociedad calificando a sus promotores de «liberales». Un engaño, pues en realidad su misión ha consistido en desmantelar los valores de la democracia liberal.

El primitivo marxismo cultural

La estrategia de la Corrección Política, en realidad revolución cultural, se inspiró inicialmente en Antonio Gramsci, un estalinista italiano cuyas obras alcanzaron gran popularidad en la década de 1970, cuando las universidades empezaban a estar bajo el control de los radicales. Gramsci se había propuesto enmendar la teoría marxista, que había fallado estrepitosamente al apostar por el control de los medios de producción industrial. A decir verdad, en el pensamiento de Gramsci poco había de original, aunque fue compartido en su momento por muchos socialistas, incluido Benito Mussolini, pero acertó en una cuestión crucial: colocar a las instituciones culturales en la diana de la agenda revolucionaria.

Gramsci acertó en una cuestión crucial: colocar a las instituciones culturales en la diana de la agenda revolucionaria

Hasta entonces, como hemos dicho, la estrategia marxista había puesto el foco en control de los medios de producción industrial. Gramsci cambió este enfoque. Pensaba que el éxito de la revolución no radicaba en el control de los medios de producción industrial sino en el control de los medios de producción cultural. La clave del éxito estaba en infiltrarse y subvertir las universidades, los medios de información, los movimientos artísticos y la pujante industria de Hollywoood, incluso las iglesias; en definitiva, había que tomar los entornos desde los que fluían las ideas que terminaban permeando la cultura general.

Marx ya había dejado dicho que «las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante». En consecuencia, el obstáculo para el progreso social radicaba en una «falsa conciencia» impuesta “desde de arriba”. Gramsci propuso un giro en la estrategia marxista: subvertir los entornos culturales para convertir las ideas radicales en las ideas dominantes. Así, la izquierda se convertiría en la clase política dirigente. Y pocas décadas después así fue.

El nuevo milenio y la mutación de la Corrección Política

Pero hasta aquí llegan las raíces marxistas de una Corrección Política que, primero, se origina intelectualmente en Europa, después se exporta a los Estados Unidos y finalmente se propaga desde allí al resto del mundo, convenientemente puesta al día… y, por así decir, generosamente hormonada. En adelante, mutará hacia un sistema de intereses compartidos por grupos muy diferentes entre sí.

En efecto, la Corrección Política es hoy una palanca de poder que promueven y utilizan no sólo los grupos de izquierda, también grupos de la derecha, empresarios, banqueros y corporaciones multinacionales. La prueba la encontramos en la constitución de coaliciones gobernantes inimaginables en el pasado, donde coinciden juntos activistas de izquierda, políticos conservadores y grandes magnates. Estos agentes, aunque son muy diferentes entre sí, tienen un denominador común: utilizan la Corrección Política para conservar o mejorar su posición.

Desde el banquero que busca obtener ventajas del poder político, pasando por el activista que ve en la CP su ascensor social particular, hasta el ciudadano raso que quiere obtener alguna prebenda, todos se vuelven aliados en la Gran Guerra Cultural.

Es muy importante, pues, entender que en la actualidad la Corrección Política no atiende al tradicional esquema izquierda-derecha. Su marcado componente utilitarista la ha convertido en una fuerza ciega: un monstruo con vida propia que todos engordan, una máquina que genera constantemente nuevas reglas contradictorias entre sí. Y que cada vez separa con más dificultad al amigo del enemigo.

Hay mucho que ganar si se coopera con la guerra cultural, pero mucho que perder si traiciona el pacto de poder

Sí, la Corrección Política sigue siendo ese artefacto ideado para ganar la guerra cultural en favor de la izquierda, y es fiel todavía en alguna medida al propósito original de Gramsci, pero sus aliados ya no provienen de una parte del espectro político sino de todas partes. Pueden ser activistas de izquierda que aspiran a imponerse a los demás, pero también políticos de la derecha que ven en la promoción de los dogmas políticamente correctos una forma de mantenerse en el poder; como también pueden ser aliados quienes aspiran a gobernar y necesitan la ayuda de los entornos culturales surgidos de la idea gramsciana.

Todos dependen de un entorno cultural controlado por los hijos de la revolución de los 60. Y a su vez ese entorno cultural depende de la cooperación para asegurar su prevalencia. Una espiral nada virtuosa que es muy difícil de romper. Hay mucho que ganar si se coopera con la guerra cultural, pero mucho que perder si traiciona el pacto de poder.

Esto explica las demandas disparatadas que se formulan de un lado y otro del espectro político, como si se tratara de una competición de populistas. Y también por qué un ministro de Justicia tiene la desfachatez de pedir públicamente la cabeza de un juez, no por que no cumpla con su deber, sino precisamente por cumplir… a expensas de la Corrección Política.

Y es que la Corrección Política hoy en día sirve sobre todo para colocarse por encima de la ley y sabotear la acción de la Justicia. También para convertir la más burda mentira en verdad y hacer comulgar a la sociedad con ruedas de molino. Afortunadamente, son ya tantas las mentiras y tan groseras, tan irritantes, que la gente ha puesto pie en pared. Y  las magnitudes se invierten. La Gran Guerra Cultural acaba de empezar.


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