Según el derecho comunitario europeo, los principios de confianza mutua entre los estados miembros y de reconocimiento recíproco son los que hacen posible la creación y preservación de un espacio interior sin fronteras. Esto implica que cada uno de los estados da por supuesto que todos los demás estados miembros respetan la legislación comunitaria y en especial los derechos básicos que ésta reconoce.

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Este es el espíritu no ya de la Ley, sino del fundamento mismo de la Unión Europea, institución que a lo largo del poco tiempo que lleva existiendo (en términos históricos es muy escaso) ya lo ha violentado en múltiples ocasiones.

Alemania y Francia rompen Europa

Ahora, una vez más, estos principios fundamentales han vuelto a chocar con la dura realidad: los estados que componen la Unión Europea demuestran ser extremadamente celosos de su independencia, sus leyes locales y sus fundamentos. En esta ocasión le ha tocado a Alemania dar la de arena, el Estado que con más ahínco, junto a Francia, ha promovido la constitución de esa gran institución supranacional que conocemos como Unión Europea.

Ha pesado más la independencia de la institución de justicia alemana que la entelequia de una Europa constituida en nación de naciones

Llegada la hora de la verdad, cuando los principios expresados en el derecho comunitario han de demostrar su consistencia, ha pesado más la independencia de la institución de justicia alemana que la entelequia de una Europa constituida en nación de naciones. Dicho en otras palabras, la realidad se ha impuesto a los deseos buromágicos de los funcionarios de Bruselas, los ingenieros sociales y los expertos que ven en la UE la máquina con la que burlar la vieja democracia.

La increíble Europa de los golpistas sin fronteras

Un tribunal de provincias alemán lejos de aplicar ese principio de confianza y reconocimiento mutuo, que hacen posible la creación y preservación de un espacio interior sin fronteras, ha optado por entrar en el fondo de la cuestión de unos delitos que han tenido lugar fuera de su jurisdicción. Y esto, se vista como se quiera, equivale a suplantar la función de los jueces españoles y, por elevación, quebrar el principio de confianza mutua.

Pese a todo tecnicismo, la cuestión es bastante simple, aunque incómoda: o se reconoce a España como nación soberana o no se la reconoce

Pese a todo tecnicismo, la cuestión es bastante simple, aunque incómoda: o se reconoce a España como nación soberana o no se la reconoce. Lo demás son contradicciones jurídicas domésticas con respecto al derecho comunitario que los alemanes deberán solventar, pero una vez cumplan y extraditen a los presuntos delincuentes. Al fin y al cabo, estos van a ser juzgados en un Estado de derecho que es miembro legítimo de la UE y, por lo tanto, gozarán de todas las garantías procesales. Incluso no es descartable que terminen siendo absueltos… o indultados. Porque en esta España de los cenáculos todo es posible.

Europa hiede a corrección política

Es posible que, para muchos alemanes, según ha revelado una reciente encuesta, España no sea una nación demasiado confiable, por lo que los secesionistas catalanes son vistos allí por la mayoría como víctimas de la acción arbitraria de un país lleno de claroscuros. Lo que vendría a demostrar que han caído en el posmoderno vicio de dividir las sociedades en grupos víctimas y grupos verdugos, un esquema perverso donde la ley se torna subjetiva. O, dicho de otra forma, han sucumbido a esa corrección política relativista, corrosiva y extremadamente peligrosa que infecta Occidente. Sin embargo, si se utilizara la misma vara de medir, España tampoco debería ser una nación confiable con la que realizar sustanciosas transacciones comerciales al amparo del derecho comunitario y dentro de ese espacio sin fronteras que, de puertas adentro, elimina aranceles, pero que de puertas afuera es tan proteccionista como los Estados Unidos.

La UE se ha demostrado como una institución proyectada a imagen y semejanza de dos Estados en detrimento del resto. Y  tarde o temprano tenía que llegar el Brexit, Viktor Orbán, los católicos polacos y demás “catástrofes”

Sea como fuere, esta situación no es nueva. Aunque en esta ocasión se haya sustanciado de forma extraordinariamente cruda para los irritados españoles, este dilema se ha planteado de forma recurrente a lo largo de los años. Lamentablemente en todos los casos, diríase que, en efecto, la UE se ha demostrado como una institución proyectada a imagen y semejanza de dos Estados en detrimento del resto. Y  tarde o temprano tenía que llegar el Brexit, Viktor Orbán, los católicos polacos y demás “catástrofes”.

Decir esto puede acarrear la calificación de antieuropeo, como si la azarosa, compleja y larga historia de Europa hubiera desaparecido en favor de una idea artificial y, por qué no decirlo, bastante estúpida. Pero, en realidad, los antieropeos, tal y como los hechos están demostrando, son Alemania o Francia, además de los burócratas y expertos de Bruselas, que no tienen reparos en insultar a toda nación que no asuma a pies juntillas sus dictados.

Es precisamente esta actitud prepotente y ahistórica, y no los «fake news», lo que está llevando a la UE a un callejón sin salida

Así es, Alemania y Francia a cada ocasión se empeñan en proclamar que ellos han sido y seguirán siendo el corazón de Europa. Y que, por lo tanto, tienen bula para que el derecho comunitario no aplique en sus decisiones, pero sí en las de los demás estados miembros. Sin embargo, o todos los países, grandes y pequeños, ceden soberanía por igual o no la cederá ninguno. Este es el quid de la cuestión que una y otra vez Alemania y Francia eluden. Y es precisamente su actitud prepotente y ahistórica, y no los fake news, lo que está llevando a la UE a un callejón sin salida.

Y sin embargo, la culpa es nuestra

Dicho lo anterior, los españoles debemos asumir que ninguno de nuestros graves problemas se resolverá diluyéndonos en ese ente superior y abstracto que hoy llamamos Europa; mucho menos dejando los asuntos nacionales al abur de un juez de un pueblo de Centroeuropa. Nuestros despropósitos de décadas no los va a enmendar ningún juez alemán. Muy al contrario, tal y como está sucediendo, podrá avergonzarnos impunemente, amparado en la celosa independencia de la justicia alemana. Y lo hará para mayor escarnio con el beneplácito de su ministra de Justicia.

Nuestros despropósitos de décadas no los va a enmendar ningún juez alemán. Muy al contrario, tal y como está sucediendo, todo lo más podrá avergonzarnos impunemente

Estos son los frutos de décadas de dejación de funciones de los sucesivos gobiernos españoles, no sólo del actual, en el caso del separatismo y tantos otros. Así, si hubiéramos de juzgar a Rajoy, y es muy probable que lo merezca, también habría que hacer lo propio con sus predecesores, para que sirviera de advertencia a quienes vienen detrás prometiendo villas y castillas… pero sólo enarbolan la bandera española si va acompañada por esa otra de estrellas blancas sobre fondo azul que, a cada oportunidad, se demuestra falsa. Tal vez así, cuando los ciudadanos exigieran que el español no sea una lengua más, sino la lengua común de todos, los políticos atendieran la demanda en vez de salirse por la tangente con un cochambroso trilingüismo.

Que la letra con sangre entra, es algo que ha tenido que recordarnos un juez alemán liliputiense, que además ha hecho lo que ha hecho no ya porque sienta simpatía o antipatía hacia España o sea de determinada ideología, sino porque puede. Y le ha salido de sus bemoles un Spainexit. Punto

Por lo tanto, mejor será no seguir delegando nuestros problemas internos en instituciones forasteras. Al proyecto europeo uno viene con los deberes hechos de casa, no para pedir árnica; tampoco para mirarse en el espejo de una Alemania sumida en la corrección política o una Francia cuya sobrevalorada meritocracia la ha conducido impertérrita al borde del colapso económico.

Quizá sea hora de que España deje de ser tabú, no ya para los europeos sino para los propios españoles. Y al que no le guste, que pida asilo en Schleswig-Holstein.