Seis meses con estado de alarma sin control parlamentario, con las Cortes cerradas. Con el presidente, el Dandi-Sánchez, que acudirá cada dos meses a firmar autógrafos, y que ahora le toca  pasearse por la CC.AA moviendo las monedas  que suenan de la bolsa europea, mientras mete por la gatera nuevas leyes, ahí va la de educación y la defenestración del  castellano como lengua vehicular. ¿Qué faltaba? Controlar la información, vigilar las redes.

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El BOE ha terminado poniéndolo por escrito, pero estábamos advertidos, se había abonado el terreno para exigir esta necesidad, esta tutela del gobierno, con el paraguas de la Comisión Europea y el Servicio Europeo de Acción Exterior, porque para inventar palabras y organismos no falta imaginación. A poca atención que prestemos a este BOE, salta la liebre en la segunda y tercera  línea estratégica de este plan, que copio literalmente aunque el subrayado es mío, “fortalecer la libertad de expresión y el debate democrático, examinando la libertad y pluralismo de los medios de comunicación” y por consiguiente “abordar la desinformación de manera coherente, considerando la necesidad de examinar los medios que se utilizan para interferir en los sistemas democráticos”.

Lo que fue el cuarto poder, hoy convertido en un poder transversal, no se encuentra muy cómodo con lo que puede aparecer en la Red, que afortunadamente es mucho más diverso y discrepante de lo que permiten los manuales de corrección que disponen las grandes plataformas y proponen las diferentes propuestas gubernamentales en marcha

Por si no hubiera más cinismo, se nos recuerda que el fomento de la información veraz debe provenir de fuentes contrastadas en los medios y en la Administración, para lo cual hay que identificar y definir los órganos, organismos y autoridades, así como proponer la composición de un equipo de trabajo para esta revisión, denominada “Estrategia Nacional de Lucha contra la Desinformación”. De modo que todos tranquilos porque nuestra seguridad  informativa  está garantizada por el Consejo de Seguridad Nacional, el Comité de Situación, la Secretaría de Estado de Comunicación, la Comisión Permanente contra la desinformación, las autoridades públicas competentes y el sector privado y la sociedad.

Bien, como decía ayer un tuitero, el Gobierno avanza con firmeza hacia una censura dirigida a crear el NODO del siglo XXI, pero a diferencia de aquél otro en blanco y negro, éste es un hermoso Arco Iris.  Este BOE, solo es un iceberg respecto a otras propuestas de ley  que nos cuelan por la puerta de atrás, véase lo que está ocurriendo con la propuesta de ley educativa. Hechos que ocurren con alevosía y nocturnidad pero que no son casualidades, por lo que les invito a un rápido paseo por algunos espacios de ficción, que algunos llaman documentales.

La ficción como realidad

Ya se ha hablado en Disidentia de “The social dilema” (El dilema de las redes sociales), una producción dirigida por Jeff Orlowski, en la que explora diferentes fenómenos que se producen en torno a las redes sociales, personales, generacionales. Con un diseño narrativo muy de trhiller, y una puesta de escena muy de Netflix, el documental transcurre como si fuera un anuncio dental, conforme aparece el experto se señala el correspondiente riesgo o peligro que implica el hacer tecnológico. Desfilan una serie interminable de ingenieros, programadores y similares de la cosa digital como Tristan Harris, exdiseñador ético de Google; Aza Raskin, cofundador de Asana, Justin Rosenstein, extrabajador de Facebook y cocreador del botón de Me Gusta de dicha plataforma. A los que se añade el presidente de Pinterest, Tim Kendall, el director de política de investigación de IA Now, Rashida Richardson, y Jaron Lanier, pionero de la realidad virtual, entre otros.  Todos ellos, antes jóvenes talentosos, ahora oráculos de las perversidades de la Red, se declaran arrepentidos, porque se sienten artífices y cocreadores del monstruo.

Del mismo modo que con Black Mirror, y su posterior experimento con Bandersnatch, Netflix dispone un buen número de sospechas posibles sobre los efectos de la tecnología, asegurándose muy bien, pues es de lo que se trata,  la atención de sus suscriptores. No cabe duda, como señala Wired, que la plataforma conoce al detalle a su audiencia, segmentada en miles de grupos. Todd Yellin, vicepresidente de innovación de productos Netflix,  utiliza la imagen del taburete,  «las tres patas de este taburete serían miembros de Netflix; etiquetadores que entienden todo sobre el contenido; y nuestros algoritmos de aprendizaje automático que toman todos los datos y unen las cosas».

Aunque la plataforma cuenta con más de cien millones de usuarios, algunos disponen de múltiples perfiles por suscriptor lo que conduce alrededor de 250 millones  de perfiles activos con la foto dinámica de lo que ven en cada momento y lo que vieron, así tenemos la primera pata. Esta información se combina con más datos en la comprensión de los contenidos para llegar a la segunda pata, lo que permite que se pueda etiquetar al minuto cada programa. Se concluye la operación con el uso de algoritmos de aprendizaje automático que indican lo que debemos ver. Cualquiera aprecia esta mecánica cuando entra como suscriptor en la plataforma y quiere “elegir” su correspondiente pieza.

Por otro lado, cabe pensar que Netflix abre velas con viento a favor en sus continuos protocolos del comportamiento correcto, que la sombra de la sospecha esté muy presente en el uso de las redes justifica que ejerza de vigilante y protector, para seguir exhibiendo sus modelos mainstream, ya no  solo en su ficción, no hay más que ver cualquiera de sus series,  también en sus documentales-ficción.

Vayamos a otro documental con “The Cleanners”, que se presentó en el XX Festivals de Cine Alemán, difundido extensa y exitosamente por la BBC, en el que los directores noveles Hans Block y Moritz Riesewick nos adentran en la zona oscura de las redes sociales, y para el que tampoco falta la voz de directivos y exdirectivos de grandes compañías tecnológicas. Llegamos al asunto que nos ocupa cuando describe una multitud de jóvenes que trabajan como limpiadores digitales desde Manila. Seleccionan miles de fotos y vídeos, calificando todo aquello que es inapropiado según el pautado que han establecido las diferentes plataformas. Llamados moderadores de opinión,  un concepto bien traído que es el que emplean, y que deciden lo que ves y lo que no ves.

A unos cuantos cientos de miles de kilómetros del santuario tecnológico Silicon Valey, del que han salido tantos gurús renegando de sus avances, nos encontramos estos equipos secretos de moderadores de internet que deciden las decenas de cientos y cientos de artículos al día  que deben desaparecer de Google, videos de YouTube, o mensajes en Facebook y Twitter, porque publican “contenidos inapropiados”, la excusa es que son violentos o incitan o la violencia, o son irrespetuosos con determinados cánones bendecidos por la corrección, o vaya usted a saber.

Aunque parezca que solo son dos ejemplos en la cósmica producción de documentales que se realizan a lo largo del mundo cada año, quise comprobar de una manera muy doméstica su impacto, así como la oportunidad de estos productos. Una rápida búsqueda  de “The social dilema” en Google me dio 122 millones de entradas, consultando las referencias de las diez primeras, que son las que visitan la inmensa mayoría, observo los medios que aparecen perfectamente encajados en la agenda políticamente correcta,  así como las revistas especializadas y expertos muy en línea con la demonización de las redes sociales. Sabemos que Netflix conoce perfectamente cómo funciona el SEO,  pero aquí hay pocas casualidades. Haciendo lo propio con The Cleanners, el resultado es mayor, 264 millones de entradas,  tengamos en cuenta que se produjo dos años antes que el de Netflix.

Con unos medios de comunicación en caída libre, no solo en sus ingresos, también en su pérdida de credibilidad, la prensa tradicional inmersa en las prebendas de las redes clientelares, exige el control y filtrado de contenidos en las redes sociales. Lo que fue el cuarto poder, hoy convertido en un poder transversal, no se encuentra muy cómodo con lo que puede aparecer en la Red, que afortunadamente es mucho más diverso y discrepante de lo que permiten los manuales de corrección que disponen las grandes plataformas y proponen las diferentes propuestas gubernamentales en marcha.

Frank Pasquale, profesor de la Universidad de Maryland y autor del ensayo The Black Box Society: The Secret Algorithms That Control Moneay and Information” recuerda con acierto que  “las grandes compañías tecnológicas afirman que lo que producen (flujos de noticias y resultados de búsqueda) está protegido por la libertad de expresión cuando quieren tutelar este derecho, pero cuando se les acusa de difundir contenido peligroso u ofensivo, afirman ser únicamente los canales de una infraestructura de comunicación”. Un doble juego en el que achican riesgos  pero aseguran las correspondientes redes clientelares, que han sabido optimizar la prensa internacional.

El deseo de regular la Red es muy tentador. El Parlamento de Singapur aprobó La Ley de Protección contra las Falsedades y la Manipulación en Línea, por sus siglas en inglés POFMA, el 8 de mayo de 2019, que otorga amplios poderes y sin control a los ministros del Gobierno para determinar qué información en línea es falsa y exigir que se censure o corrija.

La llamada “ley EARN IT”, siglas en inglés de “Eliminación de la negligencia abusiva y desenfrenada de las tecnologías interactivas”, fue presentada ante la Cámara de Representantes de Estados Unidos hace unos meses. La propuesta de ley plantea que los mensajes digitales pasen primero por un software de escaneo aprobado por el gobierno, para poder vigilar la actividad delictiva maliciosa. Su aprobación obligaría a cualquier proveedor de servicios a facilitar el acceso de las autoridades al sistema.

Con la crisis del panel de los partidos, la volatilidad electoral, la desafección ciudadana con sus instituciones públicas, se ha unido la pérdida de credibilidad de los medios de comunicación tradicionales. No se escuchan los gritos, se escuchan los susurros que circulan por las redes, que es el botín que acaricia el poder. “No necesitamos una censura para la prensa. La prensa es la censura. Los periódicos empezaron a existir para decir la verdad y hoy existen para impedir que la verdad se oiga”. En lo que se ha convertido la prensa, como ilustra Chesterton, es lo que se pretende que sea Internet. Ahora toca ejercer la libertad de expresión.

Foto: Brian Wangenheim


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