En la memoria de quienes recordamos la Transición política en España figura una famosa acusación que el líder del sindicato UGT, Nicolás Redondo, le hizo en un debate televisivo su homólogo sindicalista de CCOO, Marcelino Camacho: “Mientes, Marcelino, y tú lo sabes”. Redondo, que venía del ramo del metal, seguramente no era consciente de que ni siquiera un político es capaz de mentir sin saberlo, pero el pleonasmo al que se acogió, indica una verdad muy de fondo, que, especialmente en política, hay diferentes categorías de mentiras, y que unas son más graves que otras.

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A Redondo, le parecía gravísima una mentira gorda entre compañeros «de clase», una muestra de codicia, tratar de arrebatar al otro parte del poder que compartían. Se trata, en todo caso, de un tipo muy frecuente de mentira en política la que se emplea para disimular que tras toda causa de noble apariencia se esconde un evidente deseo de poder, pues es bueno mandar, aunque sea a un hato de ganado, como recuerda Sancho Panza a su señor Don Quijote.

Las mentiras más graves no son instrumentales sino muy de fondo, las que se convierten en una fe impuesta de malas maneras

Tal vez la forma más perdonable de mentira sea la infantil, una manera de evitar el control de los mayores, una argucia defensiva, y de alguna manera, todas las formas de mentira tienen algo de ese instinto de conservación, pero las mentiras más graves son las que no son instrumentales sino muy de fondo, las que se convierten en una fe impuesta de malas maneras.

Las mentiras importantes en política no están en los detalles, son enormemente sustanciales. El arte consiste en hacer que los tontos las crean, en que dejen de ser mentiras para ellos. Esta es la gran maestría de casi todas las izquierdas, su insuperable pericia en el engaño.

Algunos de Los que se dejan engañar en política no son del todo inocentes pues creen saber lo que ganan en el juego

Claro es que los que se dejan engañar creen saber, porque no son del todo inocentes, lo que ganan en el juego, lo que buscan al seguir alabando la belleza y los espléndidos colores de las vestiduras del Estado (ese Minotauro cínico muy desnudo y obsceno) al que pueden llamar, República, democracia, igualdad, o poder popular, según convenga al auditorio. Su arte consiste en fiarse en los defectos de las posiciones ajenas, que siempre existen, como es obvio, para compararlos con su ideal, ocultando siempre que cuando se les ha seguido para entronizarlo, lo único que se ha obtenido es una monstruosa dictadura, un empobrecimiento gigantesco, sangre, injusticia y dolor.

Las cortas patas de la mentira

Hace poco escuche a uno de los jefes, pues son varios, de las milicias comunistas españolas hablar de la “monarquía corrupta”, el mismo día en que hasta la prensa más o menos de su cuerda no tenía otro remedio que reconocer que su compañero de fatigas nicaragüense, Daniel Ortega, lleva ya unos centenares de asesinatos a ciudadanos que protestan por las consecuencias de su Gobierno y sus modos de mandar en comandita con su augusta esposa, la compañera vicepresidenta. Este tipo tan descarado es un mentiroso radical, porque ni siquiera un comunista convencido puede ignorar la brutalidad, la injusticia y la ineficiencia total que siempre, sin excepción, se han adueñado del espacio público cuando uno de los suyos ha llegado arriba.

Tengo para mí que el verdadero drama de ese tipo de izquierda es que saben de sobra que nada de lo que proponen es mínimamente aplicable, pero que solo continuar repitiendo esa clase de monsergas como si fueran la verdad más honda y pura, les garantiza un mínimo de presencia política. Y saben, también, que lo único que pueden hacer para tocar poder en serio es derribar del todo las instituciones de una democracia liberal, para alzarse luego con el poder, como Nicolae Ceaucescu, que es, en el fondo, su verdadero modelo, una cierta riqueza para ellos solos en medio de la miseria universal.

En sociedades con un cierto nivel de libertad, lo más grave, con todo, no es que mienta la izquierda radical, y que disimule como puede la izquierda que sabe pactar con el dinero y el capitalismo de amiguetes, y que es magistral en mantener todas las barreras de acceso, sino que no exista una opción capaz de defender una alternativa de fondo a ese sistema, muy feudal en el fondo,  de trabas interesadas, privilegios disimulados, y descaradas mentiras que saben administrar con diversas especies de anestesia.

Cierta derecha miente porque se ha tragado una parte decisiva del gran relato de la izquierda

Es lo que ocurre cuando la derecha miente, y lo hace, sobre todo, porque se ha tragado una parte decisiva del gran relato de la izquierda, cuando admite, en el fondo, que el mercado es perverso, la competencia inicua, la desigualdad injusta, el mérito falso, y la libertad un peligro. Esa derecha que siempre está pidiendo perdón por las causas que la izquierda le dicta, se conforma con actuar como esos pobres cervatillos de la sabana que han caído en manos de tigres o leones que los usan para enseñar a sus cachorros como se persigue a las gacelas.

En España hemos soportado ese tipo de política durante demasiado tiempo, hemos llegado a padecer a un Ministro de Hacienda que se jactaba de haber superado a sus teóricos rivales en ardor y en eficacia recaudatoria, comportándose como uno de esos judíos cobardes y felones que ayudaban a los nazis a quemar a sus hermanos con orden y eficacia. Este tipo de mentira política lo único que hace es entronizar a una cuadrilla para que forme parte del turno en el reparto del poder al servicio de un Estado creciente, irresponsable, que no comprende que si arruina por completo a la sociedad de la que vive no tendrá manera de gobernar ni sobre quien hacerlo.

Esa derecha ridícula suministra políticos homeópatas, que se consideran técnicos porque presumen de saber hasta qué punto se puede sangrar al personal con impuestos

Claro es que esa derecha ridícula se apresta a suministrar al sistema una especie impagable de políticos homeópatas, que se tienen a si mismo por técnicos porque presumen de saber hasta qué punto se puede sangrar al personal con impuestos, sin que el enfermo perezca, y que ceden amablemente el paso a políticos más voraces en cuanto el animalillo parece recuperar un poco el resuello, y ser capaz de dar unos pasitos por su cuenta, apenas sin subvenciones. Entonces aparecen los verdaderos amos y aprietan sin piedad al rico y al famoso, castigan al soberbio, someten al indócil y sangran a modo a todo el que se atreva a moverse un poco.

El desdén por la política

Esa derecha es mentirosa, inicialmente, por ser cobarde, por no atreverse a llevar la contraria a las mentiras que gozan de mayor aprecio, pero, a base de sometimiento, ha llegado a ser completamente descreída, ha profesado el más absoluto desdén por la política, está dispuesta a lo que sea con tal de volver, una de cada tres o cuatro veces, a tomar el gobierno por una temporada pequeña, lo suficiente para blanquear los despachos, calmar a los alemanes y cebar de nuevo la máquina recaudadora.

Lo sorprendente no es que esa derecha haya perdido millones de votos, la asombroso es que todavía mantenga alguno. La clave seguramente estará en que sin esa derecha residual, la izquierda se quedaría sin objetivos, tendría que ganar sin cómodos adversarios, y eso es muy duro, así que, al menos hasta ahora, parece segura la continuidad de esa derecha necesaria para que la izquierda pueda seguir vendiendo su mentiras, para que los separatistas puedan quejarse, y para que los oprimidos que estén de guardia conserven capacidad de indignación, esa savia sin la que la política de izquierdas podría verse en riesgo de competir no con fantasmas sino con alternativas verdaderas.

Buena parte de la historia reciente de España se ha escrito con ese libreto al que medios como el diario El País han puesto música bailable a gusto de amplias mayorías. Esa liturgia está ya muy agotada y el panorama exterior ya no es el que parecía iba a ser, con una Europa vacilante y bastante confundida.

Por eso la izquierda tiene que apostar por radicalizarse, y su objetivo de más largo alcance será derribar al rey, Felipe de Borbón, sobre todo una vez que se ha mostrado decente y firme en defensa de algo esencial, la igualdad real de los españoles y la defensa de la Constitución, esas barreras que habría que derribar para que se pueda entronizar la revolución, para que la monarquía corrupta pueda ceder el paso a la pareja presidencial, que, sin duda, estará dispuesta al sacrifico siempre que sea necesario.

Foto Clem Onojeghuo


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web