El pasado 6 de diciembre Podemos presentó su proyecto de república feminista. Esta reivindicación republicana se enmarca en el contexto del resurgir del sentimiento republicano en el seno de la izquierda española. Una de las grandes concesiones del PCE durante la Transición consistió en aceptar la bandera bicolor, emblema histórico nacional incluso durante la I República, y la monarquía como forma de Estado. Una parte de la izquierda consideró está concesión del PCE una traición al ideal republicano encarnado en la II República y una legitimación de la transición española, por la cual se daba carta de naturaleza y cierta legitimidad al ordenamiento jurídico franquista, pues a través de su reforma se había procedido a promulgar el texto constitucional de 1978.

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Los últimos años, coincidiendo con la crisis vivida por la institución monárquica y el cuestionamiento del pacto de la Transición por parte de la izquierda, han visto un renacer del ideal republicano en España. Fundamentalmente de la mano de partidos más a la izquierda que postulan una recuperación del proyecto fracasado de la II República española. Para ello se han impulsado una serie de medidas legislativas, fundamentalmente la promulgación de la Ley 52/2007 conocida como ley de la memoria histórica, que pretende establecer un relato único y mitificador de la II República, al presentar este periodo de la historia de España como modélico desde un punto de vista democrático. También en fechas reciente se está procediendo a la convocatoria de pseudo-consultas populares en diversas instituciones académicas del país y en ciertos municipios controlados por la izquierda radical, con el fin de emular las elecciones municipales de 1931 que condujeron a la proclamación inconstitucional de la república.

Esta operación política de amplio espectro pretende derrocar el régimen constitucional de 1978

Esta operación política de amplio espectro, que pretende derrocar el régimen constitucional de 1978, se asienta en dos pilares. El primero consiste en una reconstrucción de la historia más reciente de nuestro país, a fin de presentar un relato tendencioso y maniqueo de la II República, donde se presenta al régimen republicano como una democracia social y avanzada, muy superior en calidad democrática al régimen constitucional actual, al que se acusa de oligárquico, postfranquista y poco sensible a la diversidad territorial del Estado. El segundo consiste en entroncar esa aspiración republicana, materializada fundamentalmente en el proyecto fallido del II República, que habría sido derrocado por el fascismo patrio, con la tradición política del republicanismo político.

En la actualidad el republicanismo, tradición política muy antigua, vive un renacer en todo el mundo, toda vez que las democracias liberales representativas, mayoritarias en todo el mundo, viven una lenta agonía. Su carácter abstencionista respecto de la problemática social y económica, su tendencia a degenerar en oligarquías de partidos y el vilipendio de lo público bajo la égida del neoliberalismo, contribuyen a que en la actualidad se plantee el republicanismo como alternativa política

En España la filosofía política republicana ha conocido una cierta popularización, desde el momento en que el anterior Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se declaró ferviente admirador del pensador republicano irlandés Phillip Petit, autor de una célebre monografía que buscaba reivindicar una tradición política, la republicana, que tradicionalmente ha sido vista con cierto recelo, en la medida que se ha considerado  al republicanismo anacrónico y contrario a la consideración moderna de la idea de la libertad, puesto que postula una “moral cívica” y una cierta uniformidad política. Alberto Garzón también contribuyó a la popularización de esta tradición de pensamiento publicando un ensayo sobre la cuestión hace unos años.

Aunque en el caso español el republicanismo ha sido vinculado por la izquierda a proyectos de corte socialista radical, esta ideología tiene un carácter bastante transversal que se ha ido enriqueciendo desde el llamado republicanismo antiguo hasta incorporar ideas más contemporáneas. En todos los posicionamientos republicanos encontramos unos posicionamientos comunes; un recelo hacia toda forma de dominación que no cuente con un respaldo verdaderamente popular, preocupación por averiguar las causas del declive de los sistemas políticos, una revalorización del concepto de ciudadanía, exaltación de las virtudes cívicas y un concepto rico y amplio de libertad, más allá del concepto negativo de libertad propia de la tradición liberal.

El republicanismo del que dice hacer gala la izquierda española es bastante poco republicano si nos atenemos a la idiosincrasia específica de esta tradición de pensamiento

La realidad es que el republicanismo del que dice hacer gala la izquierda española es bastante poco republicano si nos atenemos a la idiosincrasia específica de esta tradición de pensamiento, que ha tenido representantes históricos muy notables en autores como Aristóteles, Cicerón, Maquiavelo, Harrington, Rousseau o más recientemente Petit, Viroli o Habermas.

En primer lugar para el republicanismo la ley es sagrada, en cuanto que es la máxima expresión de la voluntad popular. Más aún, en la tradición republicana el ciudadano sólo es libre en la medida en que obedece las leyes que se han promulgado democráticamente. Nada más lejos de la tradición republicana que la llamada a la desobediencia generalizada del ordenamiento jurídico que predican partidos como Podemos y sus aliados nacionalistas, para los cuales la ley es un instrumento que se pisotea siempre que la conveniencia política así lo exija.

Una república que no respeta el mandato sagrado de las urnas ya sea en 1934, cuando las derechas se hicieron con el poder de una manera democrática, o en 2018 cuando los ciudadanos decidieron otorgar representación parlamentaria a VOX en la comunidad autónoma andaluza, no es muy republicana. El falso republicanismo que profesa la izquierda más extremista considera que sólo el mandato popular es verdaderamente democrático cuando refrenda sus posiciones en las urnas, algo que nada tiene que ver con un republicanismo auténtico.

El republicanismo reivindica la figura del ciudadano como eje principal de la acción política y el interés común, como algo superior y cualitativamente distinto de la suma de los intereses particulares

La tradición republicana antigua dignifica y respeta escrupulosamente lo público, proscribiendo todo forma de abuso de autoridad y nepotismo. Algo que no profesa buena parte de la izquierda de este país que instrumentaliza lo público en beneficio propio, creando redes clientelares, como la andaluza o la que se ha construido en buena parte de los llamados ayuntamientos del cambio, convirtiéndolos en verdaderos lugares de mercadeo político y de reparto de prebendas entre los cercanos al poder.

El republicanismo reivindica la figura del ciudadano como eje principal de la acción política y el interés común, como algo superior y cualitativamente distinto de la suma de los intereses particulares, algo totalmente opuesto a la feudalización política que suponen las políticas identitarias practicadas por la izquierda y que suponen un flagrante atentado contra la igualdad de todos los ciudadanos.

Una constitución republicana exige una ordenación institucional que garantice la libertad política de los ciudadanos, a través de leyes que impidan la apropiación del poder por grupos políticos o económicos, o según la célebre formulación de Petit “que se evite la dominación de unos sobre otros”. Nada más alejado del ideal republicano por lo tanto que una república secuestrada por un ideario feminista radical o unos planteamientos colectivistas maximalistas, que conducen a aquello que el republicanismo quiere evitar a toda costa: la dominación de unos sectores de la población, ciertos lobbies, sobre el conjunto de la ciudadanía.

Por último el republicanismo supone la consagración de una serie de virtudes cívicas, como puedan ser la frugalidad, el patriotismo o la sobriedad a fin de evitar caer en vicios públicos como puedan ser la ambición, la avaricia o la ostentación. Si algo caracteriza al falso republicanismo que profesa la izquierda española es su manifiesto desprecio hacia el patriotismo al que hacen equivalente al fascismo. La frugalidad y la sobriedad tampoco es una virtud que profesen muchos de estos políticos que se declaran entusiastas seguidores del ideal republicano. No han faltado multitud de ejemplos de falta de ejemplaridad e hipocresía en buena parte de las actuaciones públicas y privadas de estos políticos que se declaran entusiastas republicanos.


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