El actual gobierno es una manifestación más de la simbiosis entre izquierda y nacionalismo. Una relación de apoyo mutuo que tiene un aspecto muy interesante, al que creo que no se le ha prestado la debida atención, y es cómo ha transformado la izquierda al nacionalismo.

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Para entender esa alianza tenemos que viajar un siglo al pasado, cuando la secta de Lenin conminaba a los finlandeses a desgajarse de Rusia, y proclamaba el derecho de todo pueblo de llevar a cabo la secesión. En frente tenía a otro nacionalismo, como era el de los tradicionalistas rusos y el de los kadetes, republicanos y liberales y ferozmente nacionalistas. En mayo de 1917, con el gobierno provisional avanzando como un zombie, Lenin escribe un artículo propagandístico titulado Finlandia y Rusia, en el que esconde sus últimos propósitos con apelaciones a las buenas relaciones entre pueblos. Lo que busca es lo contrario: romper los lazos, debilitar al Estado ruso y precipitar la revolución.

El nacionalismo disgregador y la izquierda comparten una misma estrategia política en determinado momento; el momento de la ruptura. Comparten lo que Ludwig von Mises llamó “destruccionismo”, que es la intención de asolar el presente para erigir sobre los cascotes del presente un nuevo futuro, una realidad que sólo está en las ensoñaciones de los revolucionarios y que nunca, nunca llega. Más tarde, nacionalismo disgregador y socialismo no tienen por qué ir de la mano. La URSS dejó en polvo revolucionario las palabras de su norma fundamental que preveía el derecho de secesión, y se anexionó media Europa, a la que sometió con mano firme hasta el desplome del socialismo.

El socialismo al que Azaña le abrió la puerta y el nacionalismo catalán se levantaron contra la II República, en un intento de desgajar España para poder llevar a cabo la revolución

En España, la concepción de Manuel Azaña de la historia de España le condujo al convencimiento de que sólo arrasando las instituciones del país, de la monarquía al Ejército y la Iglesia, y tras ellos todo lo demás, se podía erigir una España liberada de todas sus ataduras históricas. Por eso se alió con el Partido Socialista, al que creía que podía manejar, en lugar de hacerlo con el republicanismo centrista de un partido paradójicamente llamado Radical. El socialismo al que Azaña le abrió la puerta y el nacionalismo catalán se levantaron contra la II República, en un intento de desgajar España para poder llevar a cabo la revolución, y de hacer la revolución para llevar a cabo el desmebramiento de España. Por su parte, el gobierno de Companys dejó que le superase la ola revolucionaria, con tal de llevar adelante la secesión.

Esta alianza estratégica entre ambos movimientos políticos es algo conocido. Pero hay otros dos elementos que tenemos que tener en cuenta para entender cómo el socialismo condiciona al nacionalismo. Uno de ellos es que tienen una vinculación ideológica fundamental. Y el otro es que hay otra alianza estratégica que explica la deriva del nacionalismo separatista en España.

¿Cuál es el vínculo esencial entre nacionalismo y socialismo? El primero no es sólo el amor o la exaltación de la comunidad política; es una ideología que proyecta esa comunidad sobre la idea de soberanía, de depósito último del poder. Y esa soberanía es una palanca que permite proyectar sobre el conjunto de la sociedad unos grandes objetivos sociales, la construcción de una nueva sociedad, más pura y más próspera.

El nacionalismo es otro colectivismo, que como el socialismo se asienta sobre la dialéctica nosotros-ellos. Y deforma la realidad, también como el socialismo, para achacar a “ellos” todos los males, reales o imaginados. Ambos son colectivismos, ambos buscan concentrar el poder, y en ambos casos para transformar la sociedad, liberarla del yugo de los enemigos naturales, que están en la propia sociedad.

El nacionalismo es otro colectivismo, que como el socialismo se asienta sobre la dialéctica nosotros-ellos. Y deforma la realidad, también como el socialismo

Y nos queda un último paso para entender un fenómeno muy interesante, y es cómo los nacionalismos periféricos españoles se han ido desplazando hacia la izquierda. Un caso muy claro es el del PNV. Era el partido más conservador de la Cámara incluso contando con la Alianza Popular de los siete magníficos. Y para mí es muy significativo que el primer intento del partido-cacique del País Vasco de dar un paso definitivo hacia la secesión, con el Estatuto que presentó Juan José Ibarretxe ante el Parlamento, con el giro del PNV hacia la socialdemocracia. El propio Ibarretxe lo solía explicar en unos términos cándidos: El proyecto secesionista necesita de un reconocimiento internacional, y éste es más fácil de obtener si está asido al canon socialdemócrata. Este es el resumen de su posición, aunque obviamente no utilizase las mismas palabras.

Ese giro ideológico lo pudo dar el PNV en gran parte porque su base social es mayoritariamente conservadora, y el juego de las ideologías le importa menos que, por ejemplo, lograr que el gobierno central subvencione la electricidad a las fábricas del País Vasco, como negocia ahora el partido de Íñigo Urkullu.

El caso del nacionalismo catalán no es muy distinto. Sólo que, quizá porque el salto en Cataluña ha sido al vacío, con una apuesta por la secesión que les sacaría de la Unión Europea, sus principales promotores han tenido que colmar de promesas a los catalanes sobre cómo será esa nueva sociedad sin el expolio y las imposiciones por parte de (el resto de) los españoles. CiU y ERC han prometido a los catalanes nada menos que erradicar el cáncer. Todo ello será posible gracias a una política abiertamente socialdemócrata en la provisión de los bienes públicos, y paternal, o autoritaria, por lo que se refiere a la instrucción de los buenos catalanes.

Hemos hecho hincapié en los partidos nacionalistas conservadores, pero en ambos casos el secesionismo está también secundado por movimientos de izquierdas o de ultra izquierda.

El socialismo ha ido impregnando los movimientos nacionalistas, hasta hacer desaparecer su carácter conservador

Y todo ello explica los datos procedentes del barómetro realizado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). El CIS pregunta a los ciudadanos por su definición ideológica, en una escala que va desde el o (el extremo a la izquierda) a 10 (el extremo a la derecha). Los resultados son significativos: Las regiones más a la izquierda son, por este orden, País Vasco (3.98), Cataluña (4,11) y Navarra (4,19), según datos de 2015. Lo curioso es que estas tres regiones están destacadas sobre el resto. La siguiente es Andalucía, con 4,43, y el resto está en una horquilla que no llega al punto, entre la región del sur y Murcia, que está en los 5,25.

De modo que, por un lado, el socialismo y el nacionalismo disgregador tienen un interés estratégico común. Por otro lado ambos tienen afinidades ideológicas fundamentales. Y, por último, el socialismo ha ido impregnando estos movimientos, hasta hacer desaparecer su carácter conservador.


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