“¡Santa democracia! Bendita tú seas entre todas las formas de gobierno, y bendito sea el fruto de tu vientre: la dictadura del capital”. Probablemente, oraciones como ésta sean enseñadas a los infantes en generaciones venideras de seguir las cosas como hasta ahora. No vayáis a creer que estamos tan lejos de esas excentricidades. De hecho, ya se habla de la susodicha poniéndola en un altar: la intocable, la pura, la sagrada, la perfecta. Al igual que la Iglesia tergiversó la historia convirtiéndola en una espera de la llegada de Cristo—el Salvador—, también nuestros gobernantes quieren dar a entender que la democracia es la forma de gobierno por la que se luchó durante tantos siglos, confundible con el “fin” de la historia. Al igual que la Santa Madre Iglesia extendió sus tentáculos por el mundo, llevando la palabra del “Señor” y machacando otras religiones de los bárbaros que eran colonizados, también el sagrado ministerio de las naciones democráticas ha hecho lo posible por extender su palabra y métodos hasta los más remotos confines del mundo guerreando con sus opuestos y aplastándolos. Todos los males de un país—según el santo oficio—se deben a un alejamiento de la democracia. Por lo visto, existen algunos ciudadanos que no creen en la perfección de la suprema forma de gobierno, ¡hombres de poca fe!, y ellos son los culpables del mal funcionamiento de las sociedades. La solución: más democracia; porque ella es el cúmulo de todas las perfecciones, ella es la que trae felicidad al hombre, de ella se deriva la paz, la fraternidad,… ¡Santa, santa democracia!

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Padre, hijo y espíritu santo: el capital—los bancos, las multinacionales—, los políticos de la democracia y los medios de comunicación. Son una y la misma fuerza en sus distintas formas de expresión. El dinero, el padre, es el creador de todo movimiento en las sociedades democráticas; el político es su profeta movido por aquél, e hijo de la fuerza que lo coloca en el poder visible sobre las masas; el espíritu santo es la manipulación mediática al servicio del dios dinero, es el poder intocable al servicio del mensaje del político que paga sus servicios. He aquí, hermanos, el gran misterio de la Santísima Trinidad,… ¡Santa, santa democracia!

Ha habido sin embargo a lo largo de la historia pensadores que no han mostrado un grado de fe en esta religión tan alto como la mayoría de nuestros contemporáneos. Veamos algunos nombres destacados.

Es común asociar la historia de Grecia con la democracia ateniense, y con los grandes filósofos, como si todo ello fuese junto, pero lo cierto es que todos esos grandes filósofos de la antigüedad más bien criticaban la democracia. Hace unos 2400 años, Platón sostenía que los peligros de la democracia son excesivos, los males de esta forma de gobierno residen en la posibilidad de que los discípulos quieran igualarse en derechos a sus maestros dando lugar a que las decisiones del ignorante se antepongan a las del conocedor. También señalaba el peligro de que suban al poder quienes detentan una elocuente retórica, sin ser virtuosos fuera de ésta. Platón condenaba la democracia de la antigua Grecia y abogaba por un gobierno de sabios. También Aristóteles sostenía que la democracia se hallaba entre los peores gobiernos. Para Aristóteles, “la democracia se encuentra, principalmente, en las casas donde no hay amo (pues en ellas todos son iguales), y en aquellas en que el que manda es débil y cada uno tiene la posibilidad de hacer lo que le place” (Ética Nicomáquea). Y es que, pasada la época gloriosa de Pericles, muchos de los males de la democracia se dejaron ver en la práctica en la Atenas de Platón o Aristóteles. La organización política oligárquica de Esparta paradójicamente sirvió mejor de ejemplo del buen gobierno entre muchos pensadores atenienses. Muy apropiada, por cierto, la frase que se atribuye a Licurgo, legislador de la antigua Esparta, cuando un ciudadano le pidió explicaciones por no haber implantado en la ciudad la democracia como forma de gobierno: “establece tú primero, si puedes, la democracia en tu casa”.

Todavía abundan hoy los que piensan que lo que no es democracia es volver a un fascismo o al comunismo, como si todas las formas políticas de la historia se redujesen a lo que ha ocurrido en el siglo XX

También ha sido ilustrativo el mundo político en la antigua Roma en su época republicana para ver algunos de los defectos que conllevan políticas en cierto modo semejantes a la actual, sin olvidar que en las democracias del mundo antiguo el sufragio no era universal, sino entre unos pocos ciudadanos libres representantes de cada familia. La retórica, por ejemplo, era un elemento importante, como lo sigue siendo hoy. Una retórica con mentiras sobre los adversarios, brillantes giros, sonoras cadencias, encomio de los presentes, e incluso manifestaciones más teatrales de lo que hoy se practica: lágrimas fingidas, vestiduras rasgadas, etc. Las carreras a las magistraturas eran apoyadas por grandes capitales para la propaganda electoral. Sobre el suelo de una democracia los derechos constitucionales no eran nada sin dinero, y lo eran todo con dinero.

En la Edad Media, se impuso el modelo feudal, y en el renacimiento, las naciones europeas más importantes fueron monárquicas. Casos como las ciudades-estado de Venecia o Florencia, o algunas ciudades de Suiza, Flandes y otras pueden haber servido de punto de referencia de los demócratas, pero en la práctica se trataban más bien de sistemas próximos a la oligarquía. Hasta el s. XVII, la democracia no gozaba de muy buena reputación. Hobbes, destacado filósofo inglés de esta época, diría: “Una democracia, en efecto, no es más que una aristocracia de oradores, interrumpida algunas veces con la monarquía de un orador”. Persiste pues la idea de que las democracias son el gobierno no de los que valen sino de los que, con buen pico, se hacen pasar por los que valen. No obstante, sería en Inglaterra a partir de esta época donde y cuando se afianzarían primeramente algunos de los valores que hoy caracterizan a las democracias.

Ya en el siglo XVIII se descubrió en Inglaterra el ideal de la libertad de prensa, uno de los valores considerados como una virtud de las democracias. Sí, se descubrió ese ideal, y se dieron cuenta al mismo tiempo de que la prensa sirve a quien la posee. La libertad de la prensa como ideal en algunos ilustrados de buenas intenciones abrió vía libre a los poderes para combatir entre bastidores por su compra. La prensa no propaga, sino que crea la opinión libre, y lo que la prensa no cuenta no existe; de eso ya se dieron cuenta muchos pensadores o buenos observadores hace siglos.

Con el siglo de las luces y la ilustración, con el poder monárquico amenazado, especialmente en Francia, el poder creciente de la burguesía, la revolución francesa, la independencia de los EE.UU., etc., las ideas democráticas ganaron fuerza. Fueron los optimistas bienintencionados, confiados en el espíritu de la ilustración, quienes soñaron con una humanidad culta y responsable capaz de tomar las mejores decisiones para una nación, o de poder elegir a los más idóneos para un gobierno. Pero no era aún la época de los pensadores prodemocráticos e incluso entre un optimista de la naturaleza humana como Rousseau tiene uno que oír: “Si hubiese un pueblo de dioses, se gobernaría democráticamente. Pero un gobierno tan perfecto no es propio de hombres”. Esta cita es de su obra El contrato social, que paradójicamente es una obra de referencia entre los que hablan del gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Ciertamente, Rousseau hablaba de un gobierno dirigido por la voluntad general del pueblo en vez de por el rey, pero no debe confundirse esa voluntad general de su Contrato social con la voluntad de la mayoría; la primera representa el interés común de todos los ciudadanos para el bien social, no la suma de los intereses individuales mayoritarios. Asimismo, tampoco debe confundirse el antiabsolutismo del espíritu ilustrado francés de finales del s. XVIII con la democracia y el sufragio universal. Se lamenta Lichtenberg, pensador alemán del s. XVIII conocido por sus aforismos, de que “el bienestar de muchos países se decide por mayoría de votos, pese a que todo el mundo reconoce que hay más gente mala que buena”; visión ésta que flotaba en el aire entre los menos bucólicamente optimistas.

Con la división entre republicanos y demócratas en los años 30 del siglo XIX, se reconoció en toda forma que las elecciones son un negocio y que todos los funcionarios del Estado, prebendas y cargos, son el botín del vencedor

En la floreciente nación de los Estados Unidos de América, la democracia tuvo buena acogida desde su independencia, un sistema político que parece hecho a medida para sus pragmáticos emigrantes buscadores de fortunas. Con la división entre republicanos y demócratas en los años 30 del s. XIX, se reconoció en toda forma que las elecciones son un negocio y que todos los funcionarios del Estado, prebendas y cargos, son el botín del vencedor. Los partidos, desprovistos de convicciones, eran puras organizaciones de cazadores de cargos, cuyos programas buscaban conseguir el mayor número de votos.

En Europa también fueron fraguando los valores democráticos que conferían a las multitudes mayoritarias el poder de tomar decisiones. Sin embargo, la intelectualidad europea de finales del s. XIX y principios del s. XX todavía tenía un amplio sector reacio a aceptar la democracia. Para Nietzsche: “La democracia significa la no creencia en hombres superiores, en clases elegidas: todos somos iguales. En el fondo todos somos un rebaño egoísta y plebeyo”. El concepto de masas gozaba de mala prensa. Freud en su Psicología de las masas advierte del peligro de un Estado reflejo de la miseria psicológica de las masas, donde una masa psicológica es una reunión de individuos que han introducido una misma persona en sus super-yo, y que, a causa de esta comunidad, se han identificado sus yos unos con otros. El escritor inglés Aldous Huxley diría: “…una multitud es caótica, no tiene propósitos propios y es capaz de cualquier cosa, salvo de acción inteligente y de sentido realista. Reunidas en una multitud, las personas pierden su poder de razonamiento y su capacidad de opción moral” (Nueva visita a un mundo feliz). Decía el pensador sociólogo alemán Max Weber refiriéndose a la profesión de político en la democracia: “Resulta lícito calificar la situación presente como dictadura basada en la utilización de la emotividad de las masas”. Una novela del español Azorín titulada La Voluntad incluye ese pensamiento ampliamente extendido en el s. XIX y el s. XX: “El número no podrá nunca ser una razón; podría serlo si la masa estuviera educada, pero para educarla, alguno tiene que ser el educador, y ese educador tiene que estar alto, para imponer una enseñanza que quizás la misma masa rehusara… Hoy todos los que no tenemos intereses ni aspiraciones políticas, estamos convencidos de que la Democracia y sufragio son absurdos, y que un gran número de ineptos no han de pensar mejor que un corto número de inteligentes. Estamos viendo la masa agitada siempre por malas pasiones; vemos los clamores de la multitud ahogando la voz de los hombres grandes y heroicos”.

Ortega y Gasset en su Rebelión de las masas de 1929 advertía también del peligro que suponía que las masas tomasen el control de la situación:

“Hay un hecho que, para bien o para mal, es el más importante en la vida pública europea de la vida presente. Este hecho es el advenimiento de las masas al pleno poderío social. Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más grave crisis que a pueblos, naciones, culturas cabe padecer”.

“¿Cómo no temer que bajo el imperio de las masas se encargue el Estado de aplastar la independencia del individuo, del grupo, y agostar así definitivamente el porvenir?”.

No simpatizaba tampoco mucho Ortega con la política de partidos democráticos cuando decía “Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil”.

Ortega ha tenido una influencia bastante notable de una de las figuras más relevantes del pensamiento antidemocrático en la primera mitad del s. XX: el alemán Oswald Spengler, en especial por su obra La decadencia de occidente publicada al final de la primera guerra mundial, y de la que Ortega hizo un prólogo a la versión española. De nada sirve, según Spengler, la hipotética libertad de los ciudadanos de elegir a sus gobernantes, porque esa capacidad de elección esta manipulada por los poderes económicos dominantes, a través del control de los medios de comunicación:

“…el sufragio universal no contiene ningún derecho real, ni siquiera el de elegir entre los partidos; porque los poderes alimentados por el sufragio dominan, merced al dinero, todos los medios espirituales de la palabra y la prensa, y de esta suerte desvían a su gusto la opinión del individuo sobre los partidos, mientras que, por otra parte, disponiendo de los cargos, la influencia y las leyes, educan un plantel de partidarios incondicionales, justamente el Caucus, que elimina a los restantes y los reduce a un cansancio electoral que ni en las grandes crisis puede ya ser superado”.

“¿Qué es la verdad? Para la masa, es la que a diario lee y oye. Ya puede un tonto recluirse y reunir razones para establecer ‘la verdad’: seguirá siendo simplemente su verdad. La otra, la verdad pública del momento, la única que importa en el mundo efectivo de las acciones y de los éxitos, es hoy un producto de la prensa. Lo que ésta quiere es la verdad. Sus jefes producen, transforman, truecan verdades. Tres meses de labor periodística, y todo el mundo ha reconocido la verdad. Sus fundamentos son irrefutables mientras haya dinero para repetirlos sin cesar. (…) Cuando se le da rienda suelta al pueblo—masa de lectores—se precipita por las calles, se lanza sobre el objetivo señalado, amenaza, ruge, rompe. Basta un gesto al estado mayor de la prensa para que se apacigüe y serene”.

¡Cómo me recuerda esto a lo que vemos en nuestros tiempos! ¿Libertad de opinión? “La libertad de opinión pública requiere la elaboración de dicha opinión, y esto cuesta dinero”dice Spengler. La libertad de la prensa estará en manos de quien la costea, y con ella la capacidad de captación de votantes en lo que se llama sufragio universal para una u otra fuerza.

Hay quien acusa a Spengler de haber sido promotor del nacionalsocialismo que llegó al poder en Alemania con Hitler en 1933

Hay quien acusa a Spengler de haber sido promotor del nacionalsocialismo que llegó al poder en Alemania con Hitler en 1933. La verdad es que Spengler, hasta su muerte en 1936, ni fue jamás miembro del partido, ni se llevó para nada bien con sus autoridades. Gregor Strasser y Ernst Hanfstängl intentaron reclutarlo sin éxito. Sí votó por Hitler, y en contra de Hindenburg, en 1932, como muchos alemanes, pero una vez llegó al poder en 1933, fue contrario a su política. Se entrevistó con Hitler una sola vez en julio de 1933 y de dicha entrevista nunca surgió una simpatía mutua y mucho menos una colaboración. Las autoridades del partido llegarían también a prohibir algunas obras de Spengler en que criticaba el nacionalsocialismo de Hitler.

Todavía abundan hoy los que piensan que lo que no es democracia es volver a un fascismo o al comunismo, como si todas las formas políticas de la historia se redujesen a lo que ha ocurrido en el s. XX. ¡Falta de visión histórica! Además, hemos de recordar que la misma democracia ha generado algunas de las aberraciones más notables de ese siglo: Hitler y su equipo de gobierno fueron elegidos “democráticamente”, en un país que se encontraba con un altísimo índice de paro, algo que podría perfectamente pasar en un país como el nuestro, o como Venezuela o tantos otros, si se confía ciegamente de nuevo en las democracias como sistema. Ni siquiera la nación que presume de tener una democracia más sana, EE.UU., está libre de caer en desastrosas manos. La historia reciente nos lo ha demostrado. El antropólogo contemporáneo Marvin Harris, en su estudio de antropología cultural en las sociedades modernas, decía respecto de EE.UU.: “la financiación y dirección de las campañas electorales están controladas por grupos de interés especiales y por comités de acción política. Pequeñas coaliciones de individuos poderosos que operan a través de agentes, firmas jurídicas, legislaturas, tribunales, agencias ejecutivas y administrativas y medios de comunicación de masas influyen en el curso de las elecciones y de los asuntos nacionales. La mayor parte del proceso de toma de decisiones consiste en respuestas o presiones ejercidas por los grupos de interés. En las campañas para el Congreso, los candidatos elegidos suelen ser los que gastan más dinero”. El pensador norteamericano Skinner, uno de los padres de la psicología conductista, diría: “Votar es un método que permite cargar al pueblo con la responsabilidad de lo que suceda. El pueblo no es soberano sino víctima propiciatoria. (…) El pueblo no está en condiciones de evaluar a los expertos”.

De sobra es conocido el desarrollo de las democracias en el s. XX. Al final de la primera guerra mundial, EE.UU. se sitúa entre las potencias dominantes del planeta, al tiempo que caen todos los imperios monárquicos europeos que aún quedaban. Al final de la segunda guerra mundial se sitúa EE.UU. ya como líder indiscutible del bloque occidental. No sólo es derrotado el nazismo alemán, sino que además sale triunfante el modelo anglosajón de política sobre otras formas de la Europa continental. Con la posterior desintegración de la Unión Soviética en 1991, EE.UU. se situó como amo del mundo, y sus valores políticos democráticos se han extendido por los sistemas de publicidad globalizados de la primera potencia, o bien por la fuerza militar, como los casos de Irak o Afganistán o Libia, o por presiones internacionales varias, como las que se ejercen hoy en día sobre Cuba, Corea del Norte, etc. Las llamadas “primaveras árabes” de la última década constituyeron un estilo de promover la democracia consistente en apoyar grupos rebeldes en un país con envíos de armas y medios económicos para que estos produzcan incidentes violentos en repulsa por un gobierno autoritario no-democrático, y cuando este gobierno reacciona contra los violentos, se le señala con el dedo como a un Estado criminal que asesina a su población, lo que justifica una mayor presión e incluso una invasión del país para liberar al pueblo oprimido de su verdugo y de paso imponer la democracia y hacer negocios con los nuevos líderes. La santa religión de la democracia se expande tal cual cristianismo en la época de paganos, convenciendo por las buenas o por las malas de la forma correcta de llevar el gobierno de una nación. Pero la historia sigue su curso, y unas potencias suben y otras bajan, unas ideas políticas emergen y otras caen. El s. XXI, con potencias emergentes como China o Irán, o la nueva Rusia, y la previsible decadencia económica y consecuentemente militar de EE.UU., puede traer sorpresas. También los nuevos problemas a los que se enfrenta la humanidad, de crisis económicas incontrolables, agotamientos de materias primas y fuentes energéticas, destrucción medioambiental, etc., pueden suponer el retroceso del sistema del sufragio universal por la ineficiencia que éste supone para abordar tales problemas. Quienes crean que ya se ha dicho todo en cuanto a formas de política, quienes crean que la democracia es la meta perseguida por los pueblos durante toda la historia de la humanidad, probablemente necesiten dejar hablar a la propia historia para convencerse de que no es así. Sólo la demagogia manipuladora de nuestros actuales sistemas educativos y de comunicación de masas mantiene a la democracia como el mejor de los gobiernos posibles. Mas en política no hay verdades absolutas, no hay sagrados principios y, como decía Spengler, los problemas se resuelven haciendo que la organización funcione de manera más efectiva. Las verdades en historia son aquellas que han sido eficaces, y cualquier forma política será buena no por sus principios, sino en tanto que sea eficaz. La democracia, como cualquier otra forma de gobierno, puede ser buena o mala para una nación, según la época, lugar y circunstancias en las que se aplique.

 

Nota: Algunos párrafos de este artículo están sacados de la obra del autor Voluntad. La fuerza heroica que arrastra la vida. El presente texto, salvo correcciones menores, ha sido presentado el 14 de mayo de 2009 como ponencia en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria dentro de las conferencias de “Lo que entiende la filosofía por democracia”.

Foto: Caleb Fisher


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