Seguramente quienes me lean habitualmente piensen que me voy a repetir con este tema, pero está visto que es necesario traer al presente ideas vertidas en el pasado. Pues las cuestiones relacionadas con la mal denominada violencia de género van empeorando año tras año y no porque crezcan los asesinatos de mujeres en el seno de relaciones íntimas, sino porque, aun siendo estables las cifras, se intensifica la injusticia legal y social hacia los hombres. Además de intensificarse la invisibilización de los menores y la tercera edad, así como las personas no heterosexuales.

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Hace unos días, concretamente el 25 de noviembre, se celebró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la mujer. Un año más repitieron eslóganes vacíos y falacias de todo tipo, perpetuando una idea errada sobre la violencia en general y sobre la violencia contra la mujer en particular. Con respecto a lo que se conmemora con esa fecha no voy a entrar en ello, pues en su día Tania Gálvez explicó con sumo detalle que el origen histórico de ese día está marcado por el asesinato político de tres mujeres y un hombre, olvidado por la Historia, que eran activistas políticos contra la dictadura de Trujillo. Y como dijo hace poco mi querida Rebeca Argudo, debería dar vergüenza reducirlas a elemento pasivo en lugar de elevarlas a símbolo de la resistencia política, que es lo que fueron. No, de esa cuestión no voy a hablar, sino que vuelvo a abordar la cuestión que es transversal a todos mis artículos: la violencia.

Considerar que la violencia en la pareja solo se ejerce en un sentido, de los hombres hacia las mujeres, constituye una visión muy parcial de la realidad, que es defendida por la perspectiva de género. Nos encontramos con un discurso de género, feminista, que mantiene que el problema es de los hombres y que se debe a una cuestión netamente cultural: el patriarcado y, por ende, el machismo. Aunque son insistentes con esa idea, la evidencia científica concluye una y otra vez que la violencia en la pareja íntima (en adelante VPI) es bidireccional. Los factores, las causas y las motivaciones son los mismos y están muy estrechamente relacionados entre sí, siendo el modo de agredir, la intensidad y resultados lo que marca las diferencias.

Considerar que la violencia en la pareja solo se ejerce en un sentido, de los hombres hacia las mujeres, constituye una visión muy parcial de la realidad, que es defendida por la perspectiva de género

Aun siendo el discurso unánime al tomar el paradigma de género como explicación del problema, lo cierto es que el concepto en sí mismo es ambiguo. Basta con revisar un poco la literatura al respecto para percatarse de la problemática que entraña esa denominación. Pero, aun siendo ambiguo el concepto, el feminismo decidió apropiarse de él, lo que no dice mucho de la inteligencia del movimiento. Pues, tal y como insiste desde ONU Mujeres, entidad de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de las Mujeres, «frecuentemente los términos “violencia basada en el género” y “violencia contra las mujeres” son usados de modo indistinto en la bibliografía y por los abogados, sin embargo, el término “violencia basada en el género” se refiere a aquella dirigida contra una persona en razón del género que él o ella tiene así como de las expectativas sobre el rol que él o ella deba cumplir en una sociedad o cultura (…). Sin embargo, resulta importante advertir que tanto hombres como niños también pueden ser víctimas de la violencia basada en el género».

La base teórica en la que se apoya el feminismo de género, para justificar que la VPI es un problema de género (de los hombres hacia las mujeres), proviene de trabajos como el de MacKinnon, en el que desarrolla una teoría del género centrada en la subordinación sexual y la aplica al Estado, utilizando el debate sobre el marxismo y el feminismo como punto de partida. O de trabajos como el de Dobash & Dobash, que argumentan que la VPI es un acto político de preservación del patriarcado y del poder masculino. Todo ello a través de una perspectiva sociológica la cual analiza las relaciones como relaciones de género y poder, donde el hombre siempre es el victimario y la mujer la víctima. Y si la mujer hace uso de la violencia siempre es en defensa propia (violencia defensiva).

Pero, por muy convencidos que estén desde el feminismo y la ideología de género, este paradigma que defienden no tiene evidencia científica alguna. Además, no son capaces de responder a dos cuestiones sencillas: la primera, ¿cómo hacer responsables a los hombres de forma individual de sus actos si el patriarcado es el responsable y ellos son educados (adoctrinados) en él? La segunda, ¿por qué la mayoría de los hombres no agrede a sus parejas (ni a otras personas), ni consideran que la violencia contra la mujer sea aceptable? Ojo, no digo que los factores culturales no tengan su importancia, sino que es necesario tenerlos en cuenta pero junto con el resto de factores biopsicológicos y ambientales y que tanto insisten en negar desde este paradigma, pues son los que refutan sus ideas.

No se puede reducir la VPI a una sola causa, como ninguna cuestión o problema humano. Siempre confluyen múltiples factores, como constata la evidencia científica que la influencia genética confirma predisposiciones genéticas a verse inmerso en relaciones agresivas, que el abuso de alcohol, experimentar abusos en la infancia o crecer en familias donde ya se da la VPI aumentan el riesgo de VPI. Como varias investigaciones han constatado una correlación entre los trastornos del apego y la VPI. Pero si con esta humilde muestra hay quien duda de la carga biopsicológica en la VPI, puedo citar otras evidencias que demuestran, por ejemplo, que los traumatismos craneoencefálicos, los trastornos del tipo “antisocial” y “borderline” (trastornos de la personalidad) y la depresión son factores implicados. Como también lo es los bajos ingresos familiares o la pobreza.

A la vista de la multicausalidad, me pregunto por qué ignora este feminismo cualquier factor psicobiológico y ambiental y solo tiene en cuenta el machismo. Seguramente, la respuesta sea muy compleja y como indica Pablo Malo (psiquiatra) “una probable explicación es que fueron las feministas de los años 60 y 70 del siglo pasado las que llamaron la atención y cambiaron la concepción de la sociedad sobre la violencia contra las mujeres, una violencia que ha sido ignorada durante siglos, y todavía lo es en muchos lugares del mundo. Esto les ha colocado en una posición de superioridad moral y se confunde criticar la posición científica del feminismo en el tema de la VPI con criticar su posición moral. También esta historia previa innegable otorga el papel de víctima a las mujeres lo cual confiere un mayor estatus moral”. ¿En qué se traduce esta superioridad moral? En poder y en la capacidad de marcar la agenda sociopolítica, siéndoles difícil renunciar a ello cuando sus ideas son ley y son la doctrina oficial.

Pese a que la violencia contra la mujer en España es baja, la sociedad la percibe como muy elevada. Esta divergencia se debe a que los medios de comunicación están sesgando la visión de la realidad

No obstante, esta idea errada sobre la VPI se perpetúa no solo por el esfuerzo y méritos de la perspectiva de género. Los medios de comunicación están participando de esta visión de la realidad. Es decir, pese a que la violencia contra la mujer en España es baja, la sociedad la percibe como muy elevada. Esta divergencia se debe a que los medios de comunicación están sesgando la visión de la realidad, haciendo que se perciba más violenta. Porque, en definitiva, desempeñan un papel vital en el proceso de legitimación de mucho de lo que hoy aceptamos y, además, viven de la agitación, de convertir a las personas en masas divididas, a favor o en contra, de conseguir visitas a través de titulares con gancho.

Es cierto que los hombres matan más que las mujeres en la VPI, pues de media son más fuertes y grandes y más proclives a la agresividad y la violencia. Es un aspecto evolutivo que se aprecia en otras especies, pero en el caso de los humanos la agresividad ha sido moldeada por la cultura que ha contribuido a reducirla. Que el hombre sea mayoritariamente más agresivo no quita que las mujeres también lo sean. Por ello, los múltiples estudios que abordan la VPI concluyen que es multicausal y bidireccional, siendo el daño asimétrico, es decir, se da de forma simétrica entre hombres y mujeres, pero el tipo de consecuencias, sobre todo cuando se habla de muertes, es dispar.

No obstante, considero necesario contextualizar la criminalidad de la población, siendo un buen indicador de ello los homicidios perpetrados. En España, disponemos de un Informe sobre el homicidio en el que se observó que, en términos relativos, las mujeres tienden a cometer más homicidios de tipo interpersonal (asociados a disputas por la propiedad, venganzas o riñas), mientras que los hombres lo hacen más en el marco de las actividades criminales. Además de que los hombres matan y mueren mucho más y que el 69% de los hombres homicidas ya tenían antecedentes policiales y el 31% estaban relacionados con el consumo de drogas. Todo un informe que arroja luz sobre diferentes determinantes sociales. Por otro lado, en el Estudio Global sobre el Homicidio: Asesinato de mujeres y niñas relacionado con el género se evidencia que España tiene una de las tasas anuales más bajas de homicidios de mujeres en toda Europa: de cada millón de mujeres en España, 5 son asesinadas y, de esas, 3,3 lo son por sus familiares o pareja. Mientras que, de cada millón de hombres, 8 son asesinados. A pesar de que tenemos una tasa de homicidios muy reducida y ocupamos las últimas posiciones en la clasificación internacional sobre la violencia en general y sobre la violencia contra la mujer en particular, se perpetúa la idea que la mujer vive en un estado de terror.

Pero, ¿qué ocurre con la VPI que no desemboca en homicidio? Resulta muy compleja de analizar porque los diferentes organismos y medios incurren en errores, discriminan por razón de sexo o silencian otras violencias dentro de la VPI, sacando a la luz la violencia de género, y de forma sesgada. Además de silenciar otras violencias, las infravaloran con la burda justificación de que la proporción de maltrato sobre la mujer es abrumadora en relación con las otras. Menos aún hablan de la VPI en parejas homosexuales, cuando tiene una incidencia similar a la de parejas heterosexuales.

Se ha convertido al hombre en la representación de todo lo malo, en lugar de analizar lo que está mal independientemente del autor

Lo cierto es que la mal denominada violencia de género permanece establece a lo largo de las últimas décadas, incluso a pesar de los cambios metodológicos de las encuestas llevadas a cabo para analizarla y a pesar de las medidas políticas. Si hablamos de las víctimas mortales sucede lo mismo: 60-70 casos anuales desde 1999. Habrá quien se escude diciendo que de 1999 a 2019 ha crecido la población, pero repasando los datos poblaciones del INE se observa que la población masculina entre 20 y 45 años es ahora prácticamente igual que en 1999, porque ha habido un envejecimiento poblacional considerable. Sin embargo, sigue sin conocerse con precisión la extensión, la distribución e impacto de esta violencia en la salud, especialmente cuando no desembocado en la muerte. Todo ello contribuye tanto a la sobrestimación como a la subestimación del problema.

En confianza, me importan poco las cifras cuando de violencia estamos hablando. Es decir, la vida de una persona no debería tener mayor o menor valor que la de otra, en función de lo que tenga entre las piernas, ¿no? Sin embargo, el clima de opinión propiciado por la perspectiva de género y secundado por la política y los medios de comunicación ha favorecido la insensibilización a determinadas muestras de violencia. Se ha convertido al hombre en la representación de todo lo malo, en lugar de analizar lo que está mal independientemente del autor. Todo ello ha conducido a la existencia de víctimas de primera y segunda categoría. De este modo, con conceptos ambiguos y muchas veces falaces, se han llegado a diseñar medidas incorrectas, como la LIVG. Una ley que considera que el hombre agrede por ser hombre y que sus actos son siempre resultado de actitudes machistas. Una ley que, junto al estigma social, da pie a la criminalización del hombre por el mero hecho de serlo. Deshumanizando al hombre y a la violencia.

Para abordar la violencia se pueden establecer categorías, pero lo que sustenta todo acto de violencia es la voluntad de comunicarse sometiendo. La violencia es una respuesta humana inadaptada. Es una relación de poder negativa y desordenada, que no posibilita decir un “sí” o un “no”, no permite ninguna elección, ninguna resistencia. Toda una relación de poder tiránica, propia del ser humano. Por ello, sostengo que la violencia sí tiene género: el género humano.

Este artículo es una síntesis y actualización del capítulo sobre Violencia de género, del Informe Mitos y realidades del feminismo, del que soy coautora.

Foto: Andrik Langfield


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Cuca Casado
Soy Cuca, para las cuestiones oficiales me llaman María de los Ángeles. Vine a este mundo en 1986 y mi corazón está dividido entre Madrid y Asturias. Dicen que soy un poco descarada, joven pero clásica, unas veces habla mi niña interior y otras una engreída con corazón. Abogo por una nueva Ilustración Evolucionista, pues son dos conceptos que me gustan mucho, cuanto más si van juntos. Diplomada en enfermería, llevo algo más de una década dedicada a la enfermería de urgencias. Mi profesión la he ido compaginando con la docencia y con diversos estudios. Entre ellos, me especialicé en la Psicología legal y forense, con la que realicé un estudio sobre La violencia más allá del género. He tenido la oportunidad de ir a Euromind (foro de encuentros sobre ciencia y humanismo en el Parlamento Europeo), donde he asistido a los encuentros «Mujeres fuertes, hombres débiles», «Understanding Intimate Partner Violence against Men» y «Manipulators: psychology of toxic influences». En estos momentos me encuentro inmersa en la formación en Criminología y dando forma a mis ideas y teorías en relación a la violencia. Coautora del libro «Desmontando el feminismo hegemónico» (Unión Editorial, 2020).