El día siguiente a la celebración de las elecciones generales un profesor universitario, muy conocido mediáticamente, ejemplificaba una de sus explicaciones relativas al comportamiento humano partiendo de una anécdota vital. El profesor en cuestión narraba como el día de la jornada electoral había salido de su domicilio con intención de votar y en el camino a su colegio electoral se había topado con un vecino suyo. El vecino en cuestión, una persona afable, comprometida y nada problemática, hacía a su vecino profesor la confidencia de que había votado a Vox harto del eterno chantaje al que los nacionalistas tenían sometido a su país. El profesor universitario ponía este ejemplo en clase para prevenir a sus alumnos de que, en cuestiones de comportamiento, ya sea animal o humano, nada hay que dar por sentado. Hasta detrás de un apacible y amistoso vecino jubilado se puede esconder un psicópata votante de Vox, insensible hacía los derechos de las mujeres, partidario de un nacionalismo español excluyente, incluso un franquista de tomo y lomo.

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Anécdotas como las que describo ya aquí se vienen sucediendo en los últimos días en los que desde distintos medios de comunicación se está procediendo a una descalificación global de más de tres millones de compatriotas a los que se presenta con contornos nada positivos: machistas, retrógrados, franquistas, intolerantes, violentos, radicales, populistas, reaccionarios, fascistas…entre otras lindezas. Como si tratase de la película de Don Siegel, La invasión de los ladrones de cuerpos, se nos presenta a buena parte de nuestros compatriotas como una especie de seres abducidos por un atavismo conservador que los lleva a sostener ideas tan poco tolerantes como las del respeto a la ley, la inmigración controlada, el fin de la guerra de los sexos promovida por el feminismo más radical o el orgullo de formar parte de uno de los países con una historia cultural más rica del mundo. Ideas como esas, bastante transversales hace sólo 50 años, hoy son consideradas heréticas como consecuencia del desarrollo de ideas hipercríticas acerca de la llamada civilización occidental.

Mi propósito con este artículo no es tanto justificar unos posicionamientos políticos determinados, los de VOX, cuanto defender el carácter racional e ilustrado del votante de Vox. Sí han leído bien, especialmente aquellos asiduos oyentes de la SER, la Sexta, los lectores de El País y en general todas aquellas mentes bien pensantes que se consideran custodias y garantes de la racionalidad, la moderación y el progreso en este país. El votante de vox no es el ser atávico que ellos presentan, al menos no tendría por qué serlo.

Que tres millones de españoles hayan ejercido su derecho al pensamiento crítico no debería ser motivo de preocupación sino de profunda reflexión por parte de unas élites políticas más favorables a mantener a la ciudadanía en un estado de minoría de edad intelectual

Votar a Vox puede ser un ejercicio del famoso Sapere aude kantiano al que se refería el famoso filósofo ilustrado alemán en su opúsculo ¿Qué es la ilustración?  Advierta el lector de mi artículo que busco una analogía que a todo buen progre cultivado escandalizará sobremanera. ¿Cómo se atreve semejante plumilla, dirán los que se autodenominan progresistas y herederos de Kant, a comparar al epítome del universalismo, Inmanuel Kant, con un panda de descerebrados racistas y xenófobos que no tienen sentimiento alguno ilustrado ni cosmopolita? Precisamente en esa palabra “sentimiento” ilustrado y cosmopolita es en donde radica la falta de auténtico kantismo en buena parte del discurso progre que se considera heredero de su tradición universalista.

Si hay algo de lo que precisamente huía Kant era del sentimentalismo en su formulación de los problemas morales y antropológicos. El universalismo kantiano era de base racional, totalmente alejado del sentimentalismo que profesa buena parte de nuestra intelectualidad progre hoy en día, tan partidaria de hacer del sentimiento y de la emoción el único criterio de verdad en cualquier cuestión moral o política. Kant situaba en el centro de su antropología al sujeto como un ser autónomo y racional, capaz de pensar por sí mismo y de alejarse de cualquier tutela que lo considerase un menor de edad o un incapaz. Justo aquello que hacen nuestras nuevas élites supuestamente ilustradas que nos dicen en cada momento y en cada elección que debemos pensar, votar y lo que es todavía peor : lo que no podemos cuestionar. Este opúsculo kantiano de 1784 proclama que la verdadera ilustración no comienza tanto con el surgimiento de un grupo social que se autoproclama custodio de las esencias del pensamiento crítico cuanto del momento en el que el individuo acepta su propia autonomía moral y se atreve a pensar por sí mismo sin la guía de otro, se llame este Iñaki Gabilondo o Ignacio Escolar.

En los tiempos de Kant ya se intuía el gran mal de la humanidad, mucho peor que los catastrofismos con los que nos asustan los partidarios del alarmismo climático, el de hacer dejación de nuestra propia racionalidad ya sea por el miedo al “qué dirán” o por la cobardía de no atreverse a cuestionar lo que nos parece contrario al sentido común. “¡Es tan cómodo! No estar emancipado”, nos dice Kant en su opúsculo. Siempre es más sencillo guiarse por el criterio de El país, por las homilías de Julia Otero o por las regañinas de Ignacio Escolar que atreverse a cuestionar el dogma de lo políticamente correcto y osar leerse el programa de Vox o de cualquier opción política anatemizada por el establishment bien pensante.

Kant también apunta una tesis muy interesante en su obrita: que las revoluciones no consisten tanto en los grandes cambios políticos o económicos como en la verdadera reforma de nuestras propias costumbres. Siempre será mucho más revolucionario atreverse a pensar y tal vez votar aquello que nos dicen que es malo, que votar morado porque se dice que eso es lo verdaderamente revolucionario, aun cuando esto último sólo haya servido para revolucionar el modo de vida de sus dirigentes, cada vez más plácidamente instalados en los espacios de un sistema que dicen querer transformar.

Me dirán, el votante de Vox puede ser considerado crítico, pero no pude ser reputado como verdaderamente kantiano pues su moral es particularista: antepone las necesidades de los nacionales a las de los extranjeros. ¿Hay acaso algo menos kantiano que defender una moralidad y una política basada exclusivamente en el apoyo de los más cercanos? La moralidad kantiana era puramente formal, sólo fijaba unos criterios generales de actuación, jamás prescribía soluciones concretas, al estilo de recetas aplicables a un supuesto concreto; en este caso cómo afrontar la problemática moral que se les plantea a las sociedades contemporáneas con la llegada masiva de inmigrantes. Por otro lado, lo que exigía la moral kantiana era la universalización del principio o máxima moral. ¿No es caso universalizable una tesis que sostenga que no es sostenible un estado con una inmigración descontrolada hasta el punto de poder poner en riesgo su propia subsistencia?

Poco kantiano en cambio parece hacer depender exclusivamente nuestros deberes morales y políticos para con los inmigrantes de un sentimiento de solidaridad impuesto desde unas élites que jamás tendrán que vérselas con las problemáticas sociales asociadas a una inmigración descontrolada. La racionalidad kantiana exige que todos y cada uno de nuestros actos estén guiados por una valoración racional de los mismos. Como bien apunta Michael Walzer una idea de justicia político-social de corte universalista, basada en sentimientos de empatía con nuestros semejantes, tendrá necesariamente un carácter moral tenue que no pasará de unos principios muy generales, de muy difícil concreción. El lema de “nadie es ilegal” puede resultar atractivo para nostálgicos del sesentayochismo, espíritus utópicos, personas de una gran empatía o para cínicos progres que jamás tendrán que vérselas con situaciones conflictivas en sus lujosos barrios residenciales, pero resulta escasamente operativo cuando hay que implementar soluciones que sean justas, viables y humanitarias. No puede ser kantiano, por ser contrario a la racionalidad y a la autonomía que se le presupone al individuo, escurrir el bulto o apelar a generalidades más o menos bienintencionadas. Los posicionamientos de Vox en materia de inmigración tienen más de kantianos que de nacionalsocialistas para gran disgusto de José Luis Villacañas.

Como muy bien apunta también Kant en su opúsculo, una generación que sea responsable no puede legar a la que le va a suceder una situación de minoría intelectual en la que le vaya a ser muy difícil, por no decir imposible, ejercer su deber de actuar de una manera autónoma y racional. Por eso, que tres millones de españoles hayan ejercido su derecho al pensamiento crítico no debería ser motivo de preocupación sino de profunda reflexión por parte de unas élites políticas más favorables a mantener a la ciudadanía en un estado de minoría de edad intelectual.

Foto: Mandyme27


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