El Banco Central Europeo (BCE) puede estar a punto de cambiar de rumbo en su política monetaria. El aumento de los precios de la energía podría, como dijo la directora del BCE, Isabel Schnabel, obligarle a tomar medidas contra la inflación si ésta sigue siendo elevada «a medio plazo». Al parecer, el BCE se ha dado cuenta de algo que los científicos no financieros tenían claro desde hace años: recurrir a fuentes de energía «verdes» conlleva el riesgo de que los precios suban más rápidamente a medio plazo, dijo Schnabel durante una videoconferencia sobre «El clima y el sistema financiero». Y los bancos centrales también tienen que hacer algo al respecto.
Textualmente dijo: «Los bancos centrales, a su vez, tendrán que evaluar si la transición verde plantea riesgos para la estabilidad de precios y hasta qué punto las desviaciones de su objetivo de inflación debido a un aumento de la contribución de la energía a la inflación general son tolerables y coherentes con sus mandatos de estabilidad de precios.» También es necesario un «abandono de los objetivos de inflación», lo que puede considerarse un requisito para el abandono de su política monetaria presente.
Lo más difícil del próximo año será informar al público con honestidad. Dado que la inversión en energía tendrá que pasar del dos al cinco por ciento del total de la producción económica mundial, la factura energética será inevitablemente más alta y habrá que subir los impuestos
El BCE ha mantenido hasta ahora que la inflación actual era sólo un fenómeno temporal que no requeriría de una modificación de los tipos de interés básicos ni en la política de las compras de bonos. Christine Lagarde había afirmado recientemente que la inflación podría haber alcanzado ya su punto máximo en noviembre. El discurso de Schnabel, sin embargo, aparentemente sirve para señalar la inevitabilidad de las pérdidas de bienestar que se derivan de la persecución del objetivo de la «transición verde» y la peligrosa tendencia de una expansión progresiva de la actividad estatal en la economía.
En su discurso, Schnabel señala que ya en 2020 el 8% de la población de la UE (34 millones de personas) no pudo calentar adecuadamente sus hogares debido a los elevados costes. Sin embargo, en una pirueta argumental propia de los funcionarios y cargos políticos de nuestros días, parece considerar que el aumento de los precios es bastante útil para objetivos que aparentemente valora más que la estabilidad del nivel de precios: el aumento de los precios del gas y el carbón «ayudará a acelerar la transición ecológica» porque hará menos atractivas las inversiones en combustibles fósiles. Uno queda perplejo.
A los pocos minutos de haber dado su pirueta retoma la senda de la cordura: «La pobreza energética es una grave amenaza para la cohesión de nuestra sociedad y para el apoyo a la política climática. Por lo tanto, las medidas compensatorias son importantes.” Para terminar la frase de nuevo en un ejercicio acrobático de pleitesía al mainstream: “Pero estas medidas deben diseñarse de forma que no reduzcan los incentivos para reducir las emisiones de carbono».
Para los gobiernos, dijo, se trata ahora de «conducir la transformación verde» y «proteger a los más vulnerables». En otras palabras, para Schnabel esta transformación verde significa al mismo tiempo una expansión de la redistribución estatal, es decir, una restricción aún más significativa de la economía de mercado a favor de la intervención estatal.
Echo de menos un poco de realismo en las declaraciones de Schnabel. Realismo como el que muestra el director ejecutivo de EnBW, Frank Mastiaux: “El «sinceramiento», por decirlo así, es simplemente la admisión de que no es posible proporcionar un estándar de suministro 24 horas al día, 7 días a la semana, con las energías renovables tal y como podemos garantizar hoy en día con las plantas convencionales. Un suministro de energía puramente renovable no puede sostener el sistema a largo plazo. Al menos desde el punto de vista técnico, no es tan fiable como para poder arreglárselas sin apoyo: a saber, una red eléctrica muy bien desarrollada y potentes reservas que intervengan cuando el viento y el sol estén ausentes. También necesitaremos en los próximos años esas capacidades de reserva en forma de centrales eléctricas de gas, que luego pueden convertirse fácilmente en centrales de hidrógeno, por ejemplo.” comentó en una entrevista para el diario Badischen Neuesten Nachrichten.
Hay que reconocer que lo más difícil del próximo año será informar al público con honestidad. Dado que la inversión en energía tendrá que pasar del dos al cinco por ciento del total de la producción económica mundial, la factura energética será inevitablemente más alta y habrá que subir los impuestos. Los políticos pueden intentar adelantarse a lo que probablemente será una reacción inevitable utilizando los ingresos de los impuestos sobre el carbono para ayudar a los más pobres.
Si los precios de la energía siguen subiendo en 2022, seguramente habrá protestas en las calles y en las urnas. Las posibilidades de que el mundo logre sus objetivos de cero emisiones seguirán siendo escasas, pero el rediseño de la red, los incentivos a la inversión y los planes fiscales podrían quedar para el 2023 mejor definidos que en la actualidad. Va a ser un año apasionante.
Foto: Visual Stories || Micheile.