El año 2015 fue el de la plena recuperación económica en España. En el primer trimestre de ese año se alcanzó el máximo crecimiento intertrimestral en años, y en el último el mayor crecimiento interanual, también en varios períodos. A 11 días de concluir el año hubo elecciones generales, y cambiaron varias cosas.

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Una de ellas es que concluyó la última mayoría absoluta de la que seremos testigos en lustros. Si en las elecciones de 2011 entró Podemos, en éstas fue Ciudadanos quien pasó por las puertas del Congreso. Durante medio año no tuvimos Gobierno, y a mediados de 2016 hubo nuevas elecciones. De los tres años siguientes, dos fueron con Mariano Rajoy en La Moncloa, y el último fue el de la confirmación de la improbable vuelta de Sánchez tras su travesía en el desierto. Y, por fin, las elecciones de este mismo año.

En los tres casos, 2015, 2016 y 2019, los partidos mayoritarios han obtenido 123 y 137 escaños, y los segundos 90, 85 y 66. La suma del bloque de izquierdas 159, 156 y 165, y de centro derecha 163, 169 y 147. Nunca una mayoría suficiente para formar una coalición estable de gobierno.

Todo ello parece explicar lo que Anabel Díez y Xosé Hermida explican en un artículo impropiamente llamado Un país en funciones. Un país que es incapaz desde 2015 de formar un gobierno con una mayoría estable no puede tampoco afrontar el nuevo mito de la política nacional, que no es ya la revolución pendiente, sino las reformas pendientes.

José María Aznar dice que las reformas se tienen que hacer en los primeros días de la legislatura, antes de que el ministro de Economía, y tras él los de Industria, Agricultura y demás, acudan al Consejo de Ministros con sus maletas a rebosar de exigencias de los lobbies. La primera legislatura de Mariano Rajoy es un buen ejemplo. Fue en los primeros meses de su mandato cuando se hicieron las únicas reformas que merecen tal nombre, en los últimos años.

La sociedad española es especialmente infantil: no quiere ver los problemas, y coge cualquier caramelo que le den los políticos sin mirar las consecuencias

La reforma financiera obligó al sistema bancario a reconocer sus pérdidas, impuso nuevas provisiones, y acabó con el mercado dual de una banca en manos privadas y otra en manos de los políticos.

La reforma laboral permitió que los salarios absorbieran la caída en la productividad, y no se destruyese empleo durante lo que quedaba de crisis, y con la mejora de la economía permitieron que se cree empleo con mucho menos crecimiento.

En los últimos años, de forma progresiva, ha habido ciertos ajustes en el sistema de pensiones, todos en el mismo sentido: ajustar lo que se paga a lo que se puede pagar. Y todos insuficientes.

Y pare usted de contar. Rajoy salvó los muebles que debería haber quemado, y en lugar de adelgazar el Estado, lo mantuvo obligando a la sociedad española a soportar mayores impuestos en plena crisis.

Estas reformas han sido posibles por cuatro factores: la vista desde el borde de las profundidades del precipicio, una mayoría absoluta, unos acuerdos que se saltan el proceso político que pasa por el debate público (el Pacto de Toledo) y la decisión por parte de los Estados Unidos o la Unión Europea de que tenemos que hacer reformas.

El primero de los factores es común a las grandes reformas que se han realizado en el siglo XX: Irlanda, Gran Bretaña, Australia, Nueva Zelanda y demás. Pero lo preocupante del caso español es que parece que eso no es suficiente. ¿Qué es lo que impide al sistema político español avanzar en las reformas? ¿Por qué el crecimiento es menor año a año, podemos casi tocar con las manos la próxima crisis económica, y lo último que podemos esperar es que este Gobierno o el siguiente reduzcan el peso del Estado o liberen a la economía de los grilletes que aún mantiene?

Por un lado, la sociedad española es especialmente infantil: no quiere ver los problemas, y coge cualquier caramelo que le den los políticos sin mirar las consecuencias. Se consuela pensando que exigir el caramelo convierte a los españoles en “críticos”, y personas “progresistas” y avanzadas.

Por otro, toda la atomización del sistema político no ha evitado que siga habiendo no dos, sino tres bloques. Uno a la izquierda (una izquierda que ha renunciado al centro y que no lo necesita), otro al centro derecha y un tercero en la búsqueda de privilegios para sus territorios. Los dos primeros son incapaces de formar mayorías absolutas, porque tienen sus votos divididos en dos o tres grupos. Y el tercero está radicalizado y amenaza todo el sistema político, mientras extrae de él todo el jugo posible.

El sistema político obliga a forjar coaliciones entre dos de los tres bloques. Y el de centro derecha y los nacionalistas son, hoy, antitéticos. Como lo son con Podemos. Todo bascula hacia lo que haga el Partido Socialista. Y ha sido así desde que Mariano Rajoy logró arruinar la mayoría absoluta del partido Popular y, en realidad, desde la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al poder. Todo pasa por lo que haga el Partido Socialista.

Si el PSOE se alinea con Podemos y los nacionalistas, habrá cambio de régimen y contrarreforma económica. La alternativa es que el PSOE pacte con Ciudadanos. Estos dos partidos han sumado en las tres últimas elecciones 130, 117 y 180 escaños. Esta última suma, correspondiente con las elecciones de 2019, permite establecer un gobierno estable, hacer frente al envite nacionalista, y retomar el mantra de las reformas pendientes, por otro lado tan necesario.

Pero para ello es preciso romper la barrera que hoy separa la izquierda y la derecha. Ciudadanos le cierra las puertas a un acuerdo con Sánchez basándose en que el socialista quiere llegar a acuerdos con los nacionalistas, a los que C’s le obliga a llegar precisamente por su negativa. El PSOE no puede alcanzar un acuerdo con Ciudadanos que, ahora que quiere heredar el espacio del PP, se ha situado a la derecha. Y el electorado del PSOE es hoy más sectario que nunca, y eso es mucho decir.

De darse la situación lógica, en la que PSOE y C’s se unen para retomar el camino de las reformas, en algunas de ellas tendrían el apoyo del Partido Popular. Y puede que hasta de Vox. Y entonces podría empezar a parecer que este país se dirige a algún lado.


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