El ideal de la sociedad perfecta es una de esas trampas que  sirvieron para convertir el paraíso prometido en un infierno interminable. Todos los truchimanes de la política trataron siempre de seducir al público con promesas de armonía, pacificación y justicia, pero había que ser muy incauto, y no tener la más ligera idea de historia, para ceder a esos cantos de sirena.

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Pero este ideal también sirvió para que filósofos nutridos de sopa de convento hablasen sin cesar sobre lo hermoso que sería vivir en sus repúblicas. Y sobre lo bueno que es dar pasos para que la libertad, que siempre les pareció engañosa, nos dañe cada vez menos.

Ciertos filósofos hablaron sobre lo bueno que es dar pasos para que la libertad, que siempre les parece engañosa, nos dañe cada vez menos

Sin embargo, la política propiamente dicha es aquella que hacen organizadamente los ciudadanos para conseguir un nivel de concordia y convivencia atractivo y vividero. Y que, a ser posible, permita un alto grado de libertad individual y de dinamismo colectivo en busca de nuevas formas de progreso y bienestar a través de la economía, la ciencia, la tecnología y el cambio cultural.

Nacionalismo excluyente y populismo: dos primitivismos políticos

Del aburrimiento al primitivismo político

Así vista, la política resulta ser una función social que requiere un alto nivel de institucionalización y suele ser bastante previsible y aburrida. Esto, como es lógico, irrita profundamente a ese buen salvaje que todos llevamos dentro y le mueve a buscar atajos de diverso tipo, muchos de ellos puramente miserables, otros estúpidos, casi siempre desastrosos: es el primitivismo político.

El aburrimiento consustancial a la política irrita a ese «buen salvaje» que llevamos dentro y le mueve a buscar atajos desastrosos: es el primitivismo político

El primitivismo tiene a su favor varios factores. En primer lugar, es cálido, frente a la fría racionalidad de la política institucional, lenta, tortuosa y tantas veces ineficaz. El primitivo sueña con imponerse y su verdad, sea la que fuere, la que lleva en las tripas, le autoriza a saltarse las normas generales, aquello que, según estima, causa los males que pretende extirpar. En segundo lugar, el primitivismo encuentra fácilmente la solidaridad, casi nunca es un vicio solitario, porque las ideas más tontas jamás perecen por falta de mentores.

Está claro que la política, que es una actividad genéricamente noble, se puede corromper, y que esa corrupción es un riesgo permanente, mientras que el primitivismo es incorruptible, precisamente porque es enteramente elemental, no admite realizaciones incorrectas, es intrínsecamente puro.

El primitivismo político en España

En la España contemporánea padecemos varias especies de primitivismo político y todas ellas gozan de las facilidades que les presta una cultura política escasamente proclive a las ceremonias y jeribeques de las democracias. Aquí el primitivismo y la antipolítica pueden pasar fácilmente por ser opciones respetables, apenas se adivina su faz más truculenta, habituados como estamos a que la libertad política nos parezca un incordio, una especie de embeleco de ingleses, de protestantes y otras gentes de vida licenciosa. Por eso triunfan con tanta facilidad los nacionalismos excluyentes, los populismos, que además se alían, y la tecnocracia más ruin y oportunista.

En España triunfan dos tipos de primitivismo: el populismo y el nacionalismo excluyente, ambos aliados con una tecnocracia ruin y oportunista

El nacionalismo excluyente es una forma particularmente obvia de primitivismo, es una moción de censura a la modernidad, a las libertades, empezando por la más básica, la de hablar sin traba alguna la propia lengua. Se opone visceralmente a la heterogeneidad, es una forma apenas disimulada de racismo supremacista. Por eso los secesionistas catalanes ni se avergüenzan de generalizar sus proclamas más totalitarias y antidemocráticas, como aquello de que ningún juez puede juzgar a su «presidente».

Nacionalismo excluyente y populismo: dos primitivismos políticos

Los populistas tienen un mérito innegable: han sabido transformar una queja razonable en una propuesta loca, se han sabido aprovechar de la ingenua ignorancia de muchos que probablemente nunca lleguen a sospechar la artera maniobra de que han sido objeto, cómo han contribuido a minar la política posible fortaleciendo, al tiempo, a los demagogos más necios y a los tecnócratas que los han aupado como ariete del inexcusable miedo con el que tratan de legitimarse disfrazándose de lo menos malo.

El ascenso de los tecnócratas

En España, tras un leve eclipse temporal, los tecnócratas han vuelto a adueñarse del gobierno y han anulado por completo la capacidad política del ejecutivo. Estos personajes, llenos de vanidad y hueros de cualquier ciencia que no sea la del saqueo al contribuyente, abominan de la política, la reducen a lo que ellos llaman buena administración, y así han abandonado a los catalanes a las jaurías del primitivismo.

Los tecnócratas aplicaron la ley en Cataluña tarde y mal, abandonando a los catalanes a las jaurías del primitivismo

Aplicaron la ley tarde y mal, por miedo y por incompetencia. Han jugado al «dolce far niente» esperando que los tigres supremacistas se volviesen vegetarianos y, al final, han tenido que abandonar su responsabilidad en manos de la Justicia, pero ocupaban un lugar en que debieron hacer algo para evitar lo peor, y no lo han hecho. Su gran aliado es el miedo, y confían en que, de nuevo, les rente beneficios. Con gran disimulo están preparando una alternativa indolora, tecnocrática, oportunista, socialdemócrata a fuer de liberal, y preparan su abordaje y desembarco en esa chalupa remozada.

Es una desgracia que en la supuesta clase dirigente abunden los que están dispuestos a todo menos a hacer política, pero no les va nada mal, aunque para su sustento tengan que cubrir al país con innumerables ungüentos intervencionistas, claro es que siempre con alguna comisión.


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J.L. González Quirós
A lo largo de mi vida he hecho cosas bastante distintas, pero nunca he dejado de sentirme, con toda la modestia de que he sido capaz, un filósofo, un actividad que no ha dejado de asombrarme y un oficio que siempre me ha parecido inverosímil. Para darle un aire de normalidad, he sido profesor de la UCM, catedrático de Instituto, investigador del Instituto de Filosofía del CSIC, y acabo de jubilarme en la URJC. He publicado unos cuantos libros y centenares de artículos sobre cuestiones que me resultaban intrigantes y en las que pensaba que podría aportar algo a mis selectos lectores, es decir que siempre he sido una especie de híbrido entre optimista e iluso. Creo que he emborronado más páginas de lo debido, entre otras cosas porque jamás me he negado a escribir un texto que se me solicitase. Fui finalista del Premio Nacional de ensayo en 2003, y obtuve en 2007 el Premio de ensayo de la Fundación Everis junto con mi discípulo Karim Gherab Martín por nuestro libro sobre el porvenir y la organización de la ciencia en el mundo digital, que fue traducido al inglés. He sido el primer director de la revista Cuadernos de pensamiento político, y he mantenido una presencia habitual en algunos medios de comunicación y en el entorno digital sobre cuestiones de actualidad en el ámbito de la cultura, la tecnología y la política. Esta es mi página web