En matemáticas o en lógica hay problemas que no tienen solución mientras no se complete o cambie el enunciado. La actual realidad política española responde justo a eso y por muchas veces que vayamos a las urnas no será posible satisfacer a la vez las escoradas preferencias de los votantes españoles, cumplir la Constitución española y el pacto de estabilidad y crecimiento del Euro.

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A este galimatías hemos llegado mientras disolvíamos el bipartidismo. El PSOE desalojó al PP del gobierno a través de una moción de censura ¿constructiva? promovida por una coalición cuyo único nexo es un enemigo común. La corrupción de la Gürtel fue la excusa e hizo más llamativo el ejercicio de moralidad segmentada de los de los ERE, el 3% y los dólares chavistas. Que esta operación fructificase y diera réditos retrata el estado de la opinión pública nacional y el panorama mediático en que se cultiva.

El PP que había resistido inusitadamente la sucesión de casos de corrupción, de repente, y tras perder el gobierno, colapsó y en su caída dejó un hueco que le vino como anillo al dedo a las aspiraciones de Albert Rivera pero que era imposible de cubrir para un pequeño partido que nació de centro izquierda como es Ciudadanos. La habilidad del PSOE y sus aliados al colocar el mensaje de las tres derechas propició el estéril éxito de un movimiento táctico de corto plazo que no tiene estrategia de vuelta.

La ampliación del arco político tanto por la izquierda, como en la derecha y el nacionalismo quizá sea el gran asunto político de los últimos lustros, se da en muchos países a la vez y probablemente esté relacionado con el crecimiento de las expectativas de los votantes en la política

Sin embargo Vox parece que sí puede solidificar su nicho entre aquellos votantes que rechazan el alma regionalista del PP, la tibieza –o directamente los complejos- de los populares que demasiadas veces no tienen posición propia en inmigración,  transición energética o violencia de género. Los Pactos de Estado en estas y otras materias podrían ser ejemplos de riqueza institucional salvo que sean sesgados y de adhesión a una agenda autodenominada progresista. Pese al daño de la división del voto en el sistema electoral español hay pocas dudas de que cabe como en el resto de Europa –al menos de momento- una voz inequívocamente conservadora y nacional.

La ampliación del arco político tanto por la izquierda, como en la derecha y el nacionalismo quizá sea el gran asunto político de los últimos lustros, se da en muchos países a la vez y probablemente esté relacionado con el crecimiento de las expectativas de los votantes en la política, “pensemos todo de nuevo” parece que nos decimos: la digitalización (con su democracia de asamblea permanente de likes, retuits y envíos por whatsapp), el empoderamiento de cualquier posición (si algo se desea por un número suficiente de gente parece que ya pasa a ser democrático) y el desprecio a los marcos institucionales han traído: tiempos de Brexit, creación de inexistentes repúblicas -¡Idiotas!- , proteccionismo y otro reinvención más –superando en número de ellas a Madonna- del populismo hispanoamericano. ¡Tanta innovación para volver tan atrás!

Las políticas moderadas que facilitaron la globalización y llevaron las democracias de los estados sociales y de derecho a alcanzar sus objetivos por encima de lo que se soñó hace décadas hoy ya no sirven.

La seducción schmittiana de las dictaduras sucesivas -¡como de democracia real!- trae periodos de excepción que de momento no traen nada de excepcional salvo el tedioso vértigo de pretender inventar el mundo cada día.

Que al final de cada fecha histórica no haya nada más que infantiles ,y a veces sangrientas, performances que llevarse a la boca parece un detalle sin importancia. Al menos para las teles hay contenido barato y abundante ¡no todo va a ser malo!, eso sí, se ha creado una industria de politológos, opinadores y revolucionarios de plató que llevan ya una década en el tajo.

Muchos de nuestros compatriotas quieren acabar con el capitalismo, otros con España y aún son más los que impedirían cualquier gobierno que no sea de izquierda. Pero con todo eso, no da para construir unos Presupuestos Generales del Estado, que después de todo, serían los del Reino de España, miembro fundador del Euro. Llevamos esperando revoluciones desde que se nos vino encima la crisis hace una década, y nos va a pillar la siguiente sin que el Frente antipopular haya hecho aún un mísero presupuesto.

De modo que, sea cual sea el resultado del 10N, al día siguiente tocaría (como en todas las elecciones) defraudar las expectativas de muchos, y si además queremos salir del periodo de excepción, habría que trabajar en la poda de los deseos políticos. O al menos su traslado a tiempos ulteriores, a ser posible más allá de la esperanza de vida de los que aún apreciamos que haya oportunidades de empleo, y dinero en los bancos. Pero no me gustaría confundir mis deseos con la realidad, ese escenario no parece el más esperable.

Marx enconmendó a los encargados de pensar el mundo cambiar la realidad en lugar de descifrarla, pero sus fieles de todas las orillas ideológicas han encontrado un atajo, a falta de revoluciones sangrientas y del aliento para reformar el mundo poco a poco, hay un camino muchísimo más rápido: prescindir de la realidad.

La ya lejana crisis del 2008 añadió un ingrediente para atraer inconformistas: ya había poco que perder. Más de una década después y aunque la situación aún no tiene nada que ver, demasiados siguen creyendo que nada malo puede pasar, se haga lo que se haga. En fin, quizá cualquier apelación que hagamos los moderados para salir de este bucle sea inútil, y acostumbrados a que nunca pase nada, cualquier día -y por sorpresa- finalmente disfrutemos de la condena de vivir tiempos interesantes.

Foto: Koushik Chowdavarapu


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