Muchas aves se alimentan de los parásitos que se encuentran en los cuerpos de los mamíferos. Los carroñeros como la hiena y el buitre lo hacen de los seres vivos, que han sido devorados por grandes depredadores como el tigre o el león. En este caso la relación simbiótica se produce por el pacto que ambos tienen para comerse las migajas sin molestarse. Si nos fijamos en las hormigas y pulgones, el mutualismo que se produce entre ambas especies beneficia a unos y otros.

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Buitres y hienas, pulgones y hormigas, informadores y políticos, hasta llegar al clientelismo y la corrupción, todos ellos  mantienen una excelente relación simbiótica, que afecta a muchos ámbitos de la vida, tal y como advirtió Pierre Bourdieu cuando apeló a la vulnerabilidad del individuo como capital social, y sus accesos a las redes de influencia para conocer los modos de saltarse las reglas y barreras sociales. Los partidos políticos, las “sagas académicas”, el coqueteo entre la administración de todo signo y el sector de la construcción solo son algunos ejemplos. Aunque me centraré en el periodismo.

La ingenuidad dice que las filtraciones se mueven entre el deber de informar y la necesidad de mantener la confidencialidad, que en parte incluye el anonimato de las fuentes. La ingenuidad cree que el profesional de la información, y en particular los editores de los medios, se debaten en esta duda existencial. Pero la realidad muestra con tozuda insistencia que quienes recogen la información, la falsean, y  quienes la reciben, los ciudadanos-receptores, bien porque no quieren o porque no pueden, la desconocen, la obvian o la permiten. El tan loado derecho a la libertad de expresión por parte de unos, y el derecho a la información por parte de otros, solo están escritos en los manuales de deontología, en las grandes editoriales de los grandes medios, y en el paraninfo de las universidades con sus múltiples cátedras.

Hay material que haría tambalear la imagen de muchos políticos, empresarios y hasta de la mismísima Casa Real

Watergate, Papers Panama, WiliLeaks son grandes hitos en la historia de las filtraciones de la información. Desde el rey emérito de España hasta los activos de la trama Gürtel, han mostrado sus asuntos por sus pasillos. 14 discos duros y 47 pendrives (que se sepa), del comisario Villarejo, requisados por el juez Diego de Egea, aguardan, tal y como el sujeto en cuestión ha manifestado “hay material que haría tambalear la imagen de muchos políticos, empresarios y hasta de la mismísima Casa Real”.

Es muy sarcástico llamar periodismo de investigación, que la mayoría de las cadenas venden como exclusiva, a lo que se cocina entre bastidores producto del pasteleo entre políticos e informadores. España dispone de una larga tradición en el control de la información, así como  en su dosificada exhibición y rédito político y económico. El grupo Prisa versus imperio Polanco es una clara referencia, aunque no la única, disponemos de una larga transición tildada de etapa democrática pero marcada por los sucesivos pactos y servidumbres de todos los partidos, desde Felipe González, hasta Pedro Sánchez, con los nacionalistas,  así como el tándem Rajoy/Soraya, y las sucesivas votaciones y repartos en la distribución de consejeros en RTVE.

La concentración mediática en España, marcada por los oligopolios están indicados en  los consejos de administración de la Corporación de Radio y Televisión Española (RTVE), Mediaset, Atresmedia y CCMA (Corporación Catalana de Medios Audiovisuales) alcanzan el 94% de la cuota de mercado audiovisual español, lo que conduce a un control del 78% de lo que ve la audiencia. Según los datos del Informe del Media Pluralism Monitor, Centro europeo para el pluralismo informativo y la libertad de prensa, realizado en 2016.

Es evidente que las portadas de la prensa  y de la industria de la información convencional llevan tiempo lanzando las alarmas sobre la necesidad de “arreglar el desastre de la Red”, que se asocia inevitablemente a la manipulación de las elecciones y la producción de noticias falsas. También es evidente que las grandes plataformas ni están quietas, ni están calladas. Indica la consultora McKinsey que la revolución de la información y la comunicación es diez veces más rápida que la ocasionada por la máquina de vapor, y que afecta a una densidad poblacional 300 veces superior. El ya denominado imperio GAFA, formado por las plataformas globales como Amazon, Google, Apple y Facebook, reúnen a centenares de empresas con millones de clientes a lo largo y ancho de todo el mundo, también diseñan el ecosistema que les permite responder a cada necesidad de cada cliente en tiempo real.

Este amancebamiento entre los poderes políticos, económicos y la industria informativa, permite pocas alegrías para saludar la ingenuidad del debate honesto, abierto, público y publicable

La progresiva fusión de unos (los grandes grupos mediáticos tradicionales) con los otros (las grandes plataformas), avanza con buen paso y opacidad. Construyen la foto fija que describe cómo se fabrican los nichos de influencia, y cómo se establecen los patrones de la opinión pública. Editores de medios que orquestan el sistema, diseñan las estrategias en las que el espionaje informativo y el encargo de dosieres son la mejor garantía para pagar el silencio y para visibilizar los eslóganes de la partidocracia, sin ética, ni ley en la agresión al otro. Este amancebamiento entre los poderes políticos, económicos y la industria informativa, permite pocas alegrías para saludar la ingenuidad del debate honesto, abierto, público y publicable de la  denominada deontología profesional del periodista.

Señala con acierto  Jaron Lanier que “dejamos internet incompleto, y espacio a los estúpidos monopolios. Fue un enorme error”. Juicio que comparten otros pioneros de Internet como Berner-Lee, inventor de la World Wide Web, ahora inmerso en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), dentro del proyecto “Internet distribuido,” en la creación de una gran batería de ordenadores conectados a la Red, sin estar almacenados-atrapados en los servidores de las grandes empresas, de este modo los datos tampoco estarán controlados y utilizados por propietarios ajenos a los propios usuarios.

Miro por el retrovisor y recuerdo el programa aprobado aquel septiembre de 1975 en la Televisión pública española, moderado por José Luis Balbín. Una película, un debate de los de verdad, durante diez años convocó en un mismo plató a personas con posiciones muy contrarias, que exponían sin espectáculo pero con tiempo y sin gritos, sus diferentes puntos de vistas. “La Clave” facilitó el diálogo y un cierto entendimiento en aquella España herida. Hasta que los directivos decidieron suspender el programa aquel diciembre de 1986. Quien quiera y busque una información contrastada y una opinión libre de prejuicios y extorsiones tendrá que dedicar mucho tiempo a buscar, comparar, y tener la valentía de decidir, porque la espiral del silencio aprieta.

Foto: Denny Müller

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