Seguro que ya les han glosado profusamente quienes saben mucho más que yo de números, haberes y deberes, lo económicamente absurdo que es el Presupuesto General del Estado que se nos avecina. Tienen nuestros gobernantes una manía pertinaz de no cuadrar ingresos y gastos, de ser demasiado optimistas en sus previsiones de ingresos, traspasando fácilmente la línea que separa ese optimismo del absurdo, sin mencionar lo abstruso de la aplicación de cada una de las partidas, resultando un documento ininteligible para casi cualquier cerebro humano medio.

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Puesto que hay mejores análisis numéricos por ahí, no me detendré en ello más que en lo que ayuden a demostrar que esta concepción de gobierno es un continuo acto de perversa maldad contra los gobernados. Uno de estos guarismos inmorales es colocar la deuda pública en un 130% de PIB. Nos endeudaremos muy por encima de lo que somos capaces de producir, colgando en el cuello de nuestro futuro una pesada losa que nos impedirá poner nuestro dinero en inversión productiva ya que se irá por el retrete pagando nuestros compromisos, manteniendo los impuestos altos, como buenos socialistas que son nuestros mandatarios, y lastrando nuestro futuro y el de generaciones venideras.

Esconder el malgasto y los chanchullos, eliminar la presunción de inocencia para utilizar la fuerza sin la previa autorización judicial, condenar nuestro futuro a impuestos futuros por la vía del déficit y de la deuda pública, mantener la hipertrofia legislativa y burocrática y, en definitiva, empobrecer a aquellos que se dice servir por la vía del trágala no es solo inmoral, es muchas otras cosas malsonantes

La obscenidad del sistema presupuestario se apoya en el monopolio de la fuerza del Estado. Si existiera un Estado que pueda ser calificado como moralmente aceptable, tendría propuestos en lugar de impuestos o se financiaría cobrando por servicios realmente prestados. Sin embargo, la correlación entre ingresos y gastos es deliberadamente equívoca y en absoluto finalista. El Impuesto de Circulación o el de carburantes no se aplican directamente al 100% y sin posibilidad de cambio sobre el mantenimiento y reparación de carreteras, por poner un ejemplo y, desde luego que la recaudación del IVA, los impuestos a la energía o de otros cuantos baila de una partida a otra a voluntad del capitoste.

Un ciudadano medio debería, sin miedo a equivocarse, decir de carrerilla en qué partidas se va cada euro que el Estado le quita bajo amenaza. Al menos, de esta manera, podríamos juzgar con mayor conocimiento de causa. Eso sí, saldrían a la luz muchos de los tejemanejes que se esconden perfectamente con este sistema. A mí, personalmente, siempre me pareció una aberración que un señor de Izquierda Unida pague los carteles electorales de Vox y viceversa, que básicamente es lo que pasa ahora. Con un sistema finalista, en el que cada ingreso está inequívocamente ligado a un gasto quedarían al descubierto la infinidad de chiringuitos y chupópteros que maman del pesebre, algo nada deseable cuando todos esos mamones se convierten en votos.

Se pretende además amparar la posibilidad de romper la inviolabilidad de la vivienda, para que los inspectores puedan acopiarse de cuanta documentación quieran en nuestros hogares, demostrando que nuestros supuestos empleados o proveedores de servicios, que es lo que nos venden que es el Estado, son en realidad nuestros amos y señores. El totalitarismo es la supresión total de la Libertad que precisa del empleo total del monopolio de la fuerza. Cuanto más andemos y abundemos hacia ese camino, más cerca estaremos del abismo.

En este orden de cosas es necesario imponer para recaudar, porque si las vergüenzas presupuestarias quedaran al descubierto y fuéramos totalmente conscientes de que nos roban la mitad de nuestro esfuerzo o más para absurdas cabalgatas del disparate alguien podría sentirse molesto, por decirlo finamente, y retirarles la confianza. De esta manera, podemos ahondar en la crisis y mantener el estatus de aquellos que gobiernan, generando una sociedad de gente que paga y una élite de burócratas y funcionarios, supervisados por la supraélite política, que por supuesto está por encima del bien y del mal. Cuando se pisa moqueta la casta son los otros, pensarán quienes van trepando hacia la más alta alcurnia ministerial.

Mientras no nos apercibamos de la bajeza y la ruindad con que nos han clavado el “Contrato Social” por la espalda, no estaremos en disposición de empezar a solucionar el profundo problema, y me temo que el adocenado imperio español está más por la nueva temporada de “La Voz” que por pararse a pensar en estos menesteres. Los impuestos son un robo porque imponer a la fuerza la sustracción de un dinero lo es. Nadie tiene que pagar un precio por vivir en sociedad. Hay que pagar un precio por los servicios y productos que uno utiliza y ese precio debe ser conocido y claro. Bajo esta premisa es sobre la que hay que fundar unos presupuestos morales.

Esconder el malgasto y los chanchullos, eliminar la presunción de inocencia para utilizar la fuerza sin la previa autorización judicial, condenar nuestro futuro a impuestos futuros por la vía del déficit y de la deuda pública, mantener la hipertrofia legislativa y burocrática y, en definitiva, empobrecer a aquellos que se dice servir por la vía del trágala no es solo inmoral, es muchas otras cosas malsonantes que seguro que se les pasan por la cabeza.

Foto: image4you


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