La semana pasada el nuevo director de The New York Times, A.G. Sulzberger, se estrenaba en el cargo con un Mensaje en el que analizaba la situación del periodismo. En su carta a los lectores hacía un acto de contrición en nombre de la cabecera neoyorquina y apelaba a los viejos valores que su abuelo, fundador del diario, había abrazado en su día. Muchos colegas, nacionales y extranjeros, se sintieron reconfortados por sus palabras y aprovecharon la soflama para sacar pecho. En su opinión, el bizarro Sulzberger tenía razón, la salvación del periodismo no estaba en las pociones milagrosas ni en la transformación, sino… en reivindicar el periodismo. Pero ¿en qué se sustanciaban sus propuestas? Salvo vagas generalidades, declaraciones de intenciones y lugares comunes, en nada.

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De un tiempo a esta parte este tipo de discursos se han vuelto recurrentes. Pero lejos de acertar en el diagnóstico y, por lo tanto, en la terapia, caen una y otra vez en un vacuo voluntarismo que pone de relieve la obcecación de quienes hoy por hoy dirigen el rumbo de los diarios. Por más que apelen a su responsabilidad para con el público, no hacen sino utilizarlo como coartada para preservar su influencia.

¿Crisis? ¿Qué crisis?

La rebelión del público contra los mandarines de la prensa

Lo primero que hay que puntualizar es que el periodismo no está en crisis, al menos no en el sentido negativo que se suele adjudicar al termino, está en transformación. Los que están en crisis, en un sentido negativo y aparentemente terminal, son muchos diarios y su trasnochada relación con el público.

En realidad, para el profesional se abre una ventana de oportunidad… siempre y cuando deje de comportarse como un funcionario o un activista de medio pelo, acepte que los días de vino y rosas no volverán, aprenda a aceptar riesgos y dedique tiempo y esfuerzo a ilustrarse y también a comprender las reglas de Internet; reglas que no sólo afectan a la profesión de periodista, sino a otras muchas que no gozan de la salvaguarda de los boletines oficiales.

La revolución de Internet proporciona una independencia que, en las viejas y vetustas redacciones de los diarios, tan jerarquizadas, antipáticas e inflexibles, es imposible alcanzar

Nunca antes el buen profesional ha tenido tan a mano, de forma individual, tantas y tan buenas herramientas para crear contenidos, enriquecerlos, difundirlos e incluso monetizarlos. De hecho, la revolución de Internet proporciona una independencia que, en las viejas y vetustas redacciones de los diarios, tan jerarquizadas, antipáticas e inflexibles, es imposible alcanzar.

La agonía de los viejos mandarines

La mayoría de grandes diarios, si bien han ido dejando atrás el papel y adoptado las nuevas tecnologías, apenas han cambiado su modelo de organización, su visión del producto y, lo que es más desolador, su relación con el público, al que colocan siempre en un segundo plano, muy por detrás del poder político y económico.

Los diarios siguen comportándose como nodos de influencia, a través de los cuales, por fuerza, el lector ha de discurrir. Sin embargo, hoy la gente circula por donde le da la real gana y va donde le place. Y resulta penoso contemplar a los viejos mandarines subir al altar de la sagrada información, a impartir su homilía, como si aún conservaran su viejo poder.

En efecto, siguen creyendo que la clave está es convertirse en supermercados de la información, establecimientos virtuales a los que el público acceda en masa, se pasee por sus atiborrados lineales y compre un buen lote de sus productos, una filtración política o económica, un reportaje lacrimógeno y políticamente correcto, una crónica tan poco original como incalificable y una moralizante denuncia de alguna supuesta lacra social.

Los odiados agregadores están haciendo la labor de discriminación que los periódicos, empeñados en ser omnipresentes y todopoderosos, se niegan a hacer

Pero frente a su masificación de contenidos, donde cada vez resulta más complicado separar el trigo de la paja, Internet está forzando la segmentación, es decir, los odiados agregadores, en colaboración con el público, están haciendo la labor de discriminación de la información que los periódicos, empeñados en ser omnipresentes y todopoderosos, se niegan a hacer.

Internet es un poderoso generador de nichos de mercado. Y lo es en beneficio del público, no en su perjuicio como se quiere hacer creer. La capacidad de interacción y comunicación que la Red proporciona para compartir intereses y discriminar contenidos, actúa como un potente filtro que anula la pretensión de los diarios de imponer su menú informativo. Un desafío al que los medios están respondiendo dando palos de ciego; es decir, aumentado aún más la variedad de sus contenidos y emborronando su ya enloquecido “scroll”.

La rebelión del público contra los mandarines de la prensa

Facebook, Twitter y Google: los enemigos útiles

Los directores y editores tienen razón al señalar a Facebook, Twitter o Google como poderosos adversarios a la hora de controlar y monetizar la información. Sin embargo, no han sido las nuevas plataformas tecnológicas las que han colocado a los diarios en una situación límite: han sido sus directores, editores y gestores.

Los diarios no sólo se sumaron tarde y mal a revolución tecnológica, sino que todavía creen que pasar del papel al bit fue un deshonor

La revolución de Internet no es un fenómeno nuevo, ha sido un proceso relativamente largo. En sus comienzos, los diarios no sólo partían en igualdad de condiciones que el resto, sino que gozaban de cierta ventaja. Deberían pues haber sacado mucho más partido de la revolución tecnológica. Sin embargo, no sólo se sumaron tarde y mal, sino que todavía creen que pasar del papel al bit fue un deshonor.

Han aceptado el nuevo ecosistema a regañadientes, pero no así los cambios de estructura, de jerarquía y de mentalidad que los tiempos demandan. Por eso, cuando a sus directores les toca asumir los costes de su obcecación, se dedican a demonizar a los gigantes tecnológicos. Pero sus lamentaciones suenan “populistas”, porque ante problemas complejos responden con simplezas, trasladando la responsabilidad de sus fracasos a un enemigo exterior. Lo cierto es que la tecnología estaba ahí desde el principio, al alcance de su mano, pero en vez de aprovecharla desperdiciaron un tiempo precioso en preservar sus privilegios.

Servir al público de nuevo

Tal vez la insana relación entre poder y periodismo tenga algo que ver en el desconcierto de los directores y editores de diarios, también en el nerviosismo de políticos y tecnócratas. Quizá a todos les ha cogido por sorpresa la creciente pérdida de control sobre la opinión pública. Sea como fuere, lo cierto es que Internet está ejerciendo una enorme presión sobre las viejas relaciones entre poder, información y sociedad. Pero la respuesta que los directores como Sulzberger alcanzan a balbucear es un vacuo discurso voluntarista. Peor aún, para estos directores dinásticos cualquier tendencia que desafíe la vieja influencia de los diarios tiene su origen en la posverdad, las fake news, el clickbait, el populismo… y la ignorancia. Quién sabe, quizá lo que les preocupe no sea tanto la ausencia de objetividad como perder el monopolio de la manipulación.

No podemos viajar en el tiempo y regresar del futuro con las respuestas a las incógnitas del presente, sólo podemos opinar y hacer conjeturas. Esta es la verdad. Pero hay algo que sí sabemos: el público se ha rebelado. Y más les vale a los mandarines de la prensa espabilar, al menos hasta que los tecnócratas encuentren la manera de amordazar Internet, lo que a buen seguro intentarán.


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