Cuando Pedro Sánchez hizo su entrada en el moderno auditorio de la Fundación Telefónica para asistir al homenaje tras la triste, repentina e inesperada muerte de David Tagüas, con quien habíamos estado en la presentación de su libro dos días antes, la primera impresión del recién nombrado secretario general del PSOE mostraba una juventud envidiable y una estatura muy por encima de la media que, aderezada por la sonrisa permanente dibujada en su rostro, terminaban de componer lo más parecido a uno de esos candidatos americanos al Capitolio que se quedan con tu nombre desde el primer momento y -lo que es más sorprendente- lo siguen recordando cada vez que te vuelven a ver.

Publicidad

Recuerdo preguntarme cómo y en qué momento, este patricio de la España acomodada nacida en democracia, quién, como Richard Harris en la película que da título a este artículo, presentaba las trazas propias de pertenecer al grupo de cazadores bostonianos, cayó preso de los indios Sioux, pasando a engrosar el cupo de la tribu de cautivos socialistas, como otros en las del Partido Popular. Hordas de prisioneros sometidos a terribles pruebas y trabajos forzados en labores oscuras, más propias de eunucos que de jóvenes promesas políticas.

Tras años de fiel cumplimiento de la anodina labor reclamada, en este sistema nuestro que premia a quien no se signifique en nada, debió ganarse la confianza suficiente para seguir ascendiendo hasta resultar elegido para calentar el sillón de una Susana Díaz quien, en el papel del mestizo Baptiste (que se hacía el loco para no tener que afrontar las labores más complicadas) remoloneaba desde San Telmo. Necesitaba —decía la sultana— verse legitimada por las urnas antes de hacerse cargo de la secretaria general, y para eso labor instrumental no parecía haber mejor candidato que el muy sufrido Sànchez-Castejón.

De esa desesperación parte el denodado empeño, la osadía sin límites, el orgullo herido, para demostrar que sólo él podía plantar la batalla que alterase los acontecimientos

La historia reciente ya la conocemos. Rajoy dejó colgado al Rey, después de aceptar su mandato, y Sánchez-Castejón aceptó el envite de presentarse a candidato tras un pacto con Ciudadanos. Pudo haber sido Presidente del gobierno entonces de no ser por Coleta Morada, ese jefe incalificable de los Navajos, también llamados ‘Dine’ (que en su lengua significa pueblo, ‘la gente’ en definitiva) cuyas ansias de desmedidas de poder y tras consultar a Manitú le hicieron «no bailar con tu». 

Los pobres resultados electorales conseguidos por el joven secretario general socialista le llevaron frente al Consejo de los Siete Fuegos, representantes de todas las facciones de la tribu Sioux socialista, de la que fue de nuevo —y supuestamente— apartado de manera definitiva y enviado al ostracismo en medio de las burlas generalizadas. El tuvo la gallardía de abandonar el escaño (ahora vemos lo difícil que eso resulta) para no ser cómplice de una investidura a la que se oponía sin reparos.

Es ahí donde la dramática imagen de un Richard Harris encadenado en la cueva y rebelándose ante su destino se asemeja más a la del antaño estudiante del Ramiro de Maeztu. Y de esa desesperación parte el denodado empeño, la osadía sin límites, el orgullo herido, para demostrar que sólo él podía plantar la batalla que alterase los acontecimientos.

Con todo perdido, con el grueso del aparato federal en contra, no dudo en apelar directamente a los guerreros de la tribu, plantando cara a una Susana Díaz apoyada por los grandes jefes históricos por última vez. Y volvió a ganarle la partida.

No es fácil que una formación política remonté en las encuestas cuando tu principal rival —aún en apariencia de signo ideológico opuesto— ha hecho suyo el grueso de tu programa electoral socialdemócrata y cuya estrategia ha sido la de avivar a golpe de fuelle mediático la hoguera de una formación de corte populista y demagoga, que prometía tomar el cielo al asalto.

La necesidad del PP de frenar el ascenso de Ciudadanos le brindó a Pedro Sánchez la oportunidad de una entente con Rajoy que centró su zigzageante mensaje

Por eso, cuando el nerviosismo en el PSOE empezaba a aflorar ante la persistente caída que reflejaban las encuestas, dos acontecimientos han propiciado que Pedro Sánchez diese el vuelco definitivo que le ha permitido desalojar a Mariano Rajoy en tan solo una semana.

La necesidad del PP de frenar el ascenso de Ciudadanos le brindó la oportunidad de una entente con Rajoy que centró su zigzageante mensaje y facilitó que retomara la estatura perdida desde que abandonó el parlamento.

La sentencia del ‘caso Gürtel’ ha sido la espoleta para que, con una osadía sin límites, diera el golpe de mano que ha pillado a contrapié a todo el espectro político, empezando por el propio  presidente del gobierno.

Incluso con un Rajoy privado de la potestad de disolver las cámaras, Sanchez nunca tuvo la seguridad de ganar la moción: por eso imploró tres veces a Rajoy que dimitiera. Sólo tras conocer que Mariano no pensaba hacerlo y de hablar con el PNV para constatar que el objetivo era mantener los Presupuestos y ganar tiempo para evitar el ascenso de Albert Rivera, se dio cuenta de que sacarla adelante estaba al alcance de la mano.

Porque una cosa era negociar una investidura a su favor con las variopintas tribus que pueblan el arco parlamentario, y otra muy distinta concitar la unanimidad para deshacerse de Toro Sentado. Le hubiera bastado con la autoría de la dimisión de Rajoy para haberse ganado un bien merecido reconocimiento. Pero la actitud de un Presidente del Gobierno transmutado en bolso de mano le puso en bandeja de plata su cabeza, esa que van a decapitar en el museo de cera de Madrid, aunque haya sido de las pocas que les han quedado medio bien (yo que el simpático dueño del antiguo Club 31 pujaría por ella para mostrarla en el reservado en el que el presidente del gobierno decidió pasar las diez últimas de su mandato).

El anuncio de que respetará los Presupuestos de Rajoy es un muro frente a aventuras y ocurrencias de Coleta Morada y sus muchachos

Llegados a este punto, y consumado el desalojo, debo decir que no comparto los análisis que se aferran a traiciones y símiles frentepopulistas. Y por unas cuantas razones que, salvo mejor criterio, juzgo de cierto peso.

De entrada, el anuncio de que respetará los Presupuestos de Rajoy es un muro frente a aventuras y ocurrencias de Coleta Morada y sus muchachos, quienes por cierto no formarán parte del gobierno mal que les pese.

En cuanto a su relación con los soberanistas, la apariencia de diálogo que se va a escenificar no significa que el independentismo vaya a obtener las  concesiones que está seguro están ahora su alcance. El nacionalismo vive de la confrontación, pero se diluye en cuanto te sientas con ellos a dialogar. Pregúntense por qué Puigdemont ha hecho lo imposible para que los de su partido no apoyasen la Moción de Censura.

Los ejes de su programa de gobierno, regeneración, cambio climático, brecha salarial, potenciación de la ley de memoria histórica, fin de la ley mordaza, Pacto de Toledo y alguna mas que no recuerdo ahora, supondrán como ha dicho Javier Benegas una inmersión en el lenguaje de la Corrección Política desconocido hasta la fecha. Aparte de eso, sin duda habrá que computar gastos adicionales, pero ya Rajoy tuvo en el incumplimiento del déficit un aliado constante. Otra cosa sería el alcance de las posibles subidas impositivas, siempre lesivas, que hasta ahora no conocemos.

En todo caso, no alcanzo a ver las razones de alarma de esos mensajes que uno recibe hablando de que liberará a los políticos nacionalistas presos (como si estuviera en su mano). Y no digamos el clamor con el acercamiento de presos de ETA, ya pactado bajo cuerda por Rajoy, por mucho que nos disguste.

De la mano de Sánchez-Castejón el PSOE tendrá la oportunidad de pasar de ser la cuarta fuerza política a su sitio natural en detrimento de esa creación del laboratorio llamada Podemos

Lo que sí veo con más claridad es que, de aquí al próximo mes de mayo, fecha prevista para las elecciones municipales y autonómicas, o hasta donde se pueda llegar, de la mano de Sánchez-Castejón el PSOE tendrá la oportunidad de pasar de ser la cuarta fuerza política a su sitio natural en detrimento de esa creación del laboratorio llamada Podemos con el objetivo de quebrar la unidad de la izquierda.

También veo que el nuevo presidente del gobierno carece de todos los complejos que atenazan a la derecha cada vez que alguien les agita el espantajo del franquismo. Y por si esto fuera poco, hay que recordar que, al contrario que el Partido Popular, el PSOE mantiene una estructura de control que permite que si el nuevo Gobierno desbarrase y se saltara las líneas rojas sería el propio partido el que se lo impediría, ahora con mucha mayor conocimiento de causa.

Al final de la cinta de Elliot Silverstein, el personaje interpretado por Richard Harris, el guerrero blanco integrado por azar en la tribu Sioux, cuando ya su territorio sagrado estaba invadido por tribus rivales, volvió a ganarse la confianza de todos al deshacerse con valentía  y audacia de los cabecillas que habían invadido las Tierras Negras que siempre pertenecieron a su tribu y de la que se convirtió en líder indiscutible.

Ignoro si ese será el destino final de Sánchez-Castejón. Lo que sí sé es que sólo quienes actúan valientemente tienen un lugar en la historia. Los cobardes, sin embargo, sólo se hacen acreedores de su desprecio.


Si este artículo le ha parecido un contenido de calidad, puede ayudarnos a seguir trabajando para ofrecerle más y mejores piezas convirtiéndose en suscriptor voluntario de Disidentia haciendo clic en este banner: